miércoles, 28 de junio de 2017

TEATRO E IDENTIDAD: PROBLEMAS EPISTEMOLÓGICOS, METODOLÓGICOS ESTÉTICOS (I)


Introducción

Tal  como lo muestran  las investigaciones realizadas en el continente americano en los campos de la antropología, la sociología, la lingüística, la sicología, la historia,  y los estudios culturales se ha desarrollado con gran énfasis el concepto de identidad como un mecanismo de explicación teórica. Pero, en general se ha pensado a la nación-estado como una estructura que contiene etnias múltiples y aisladas y la definición resultante se ha sustentado en los aspectos diferenciales, trabajada sobre  los límites antes que sobre umbrales.
 

“El hombre no solamente sabe que tiene pasado, sino que también y con más certeza, lleva consigo su pasado, es su pasado, a menudo ignorándolo tanto como ignora su futuro, que también el comporta y es; es un  ser cuyo presente no puede ser en gran parte otra cosa que una actualización”.

   Creemos que el rescate de estas palabras escritas por  Bernardo Canal  Feijóo   en 1951 puede ser un útil punto de partida para reflexionar sobre un tema  tan complejo   como el de la identidad, un campo difícil de abordar  porque se trata de un proceso abierto y en estrecha relación con la conflictiva percepción de la alteridad.   Frente a los fenómenos que la regionalización y la globalización comenzaban a generar, este dramaturgo investigador y docente argentino había planteado en sus ensayos, hace ya más de medio siglo, un debate específico: por una parte, la ubicación y el papel del artista como individuo y como ciudadano comprometido; por otra, la valoración del teatro como elemento insoslayable en la configuración de una identidad nacional y americana.

Creo que un ejercicio interesante relacionar algunas de las ideas  de  Canal  Feijóo con la de un investigador que apareceré citado  en forma  habitual en las bibliografías, Michel de Certeau, quien definiera la historia como una relación del lenguaje con el cuerpo social y en la que el tiempo se constituye  como un lugar que delimita el pasado y como  “una manera  de  dar cabida a un porvenir” (1997, 69).

Se tiende a considerar que el problema de  la  identidad es un  problema básicamente  incómodo, ya que supone reconsiderar conceptos tales como etnia, cultura, nación, historia y mito; y en nuestro caso también  el de  “americano”. Ya en  1984, José  Luis de Imaz indagaba lúcidamente sobre la historia de este término que aparece integrando términos igualmente equívocos como “Iberoamericanos” y “Latinoamericanos”. Años más tarde Lola Proaño se interrogará sobre si la argentinidad no sería en sí una ficción (2002, 79). También creo que resultaría esclarecedor conectar los trabajos de estos investigadores de nuestro continente con  Gerd  Baumann quien al plantear con claridad  el tema de lo nacional, lo étnico y lo religioso en relación con la identidad, entiende a esta como “una construcción socialmente flexible” y no como “una propiedad personal adquirida por nacimiento” (2001, 80);  define a la nación como  “uno  o varios grupos étnicos cuyos miembros creen, o en cierto modo les inducen a creer, que  poseen un  Estado”, en razón del nacimiento, del compartir rasgos culturales y de integrar una comunidad de destino (id., 44-45); y a la cultura como  “una construcción discursiva doble”  producto de “una  esencia deificada en un primer momento y una posterior  nueva construcción exploratoria de instancia procesual (id. 120)
 

Nuestra identidad en escena.

  Desde  distintos campos del arte y desde el momento de los tiempos de la  Revolución  de Mayo los creadores nos han ofrecido varias vías de acceso para resolver  ese tema-problema de la identidad nacional transitar el camino que nos conduzca a nuestros orígenes, crear barreras que no permitan la llegada de lo otro, focalizarnos en la construcción de un proyecto común para el futuro, reconocer y anular todo tipo de dependencias (económica, política, ideológica, lingüística, artística) o incorporar naturalmente en el devenir  pluralidades y discontinuidades.

            En el campo del teatro, un significativo número de textos publicados y estrenados, como asimismo, las declaraciones realizadas en las últimas décadas, tanto por los dramaturgos como por actores y directores, coinciden  -al margen de  las diferentes opciones estéticas- en la necesidad de  i)  generar un lazo entre lo colectivo y lo individual, ii) aprehender una modulación particular de la historia a partir de las experiencias individuales y detectar las mediaciones existentes entre la racionalidad individual y la identidad colectiva, iii) completar, cuestionar y potenciar el grado de conocimiento que la sociedad tiene sobre  sí misma, y iv) rectificar las imágenes generadas por la mirada mutilada de quienes, viviendo en la periferia se colocan las lentes de los países centrales.

            Al analizar hoy, las producciones escénicas locales vemos como las obras de teatro pueden contribuir a configurar y consolidar nuestra identidad y poner en funcionamiento la dinámica de la memoria y el olvido. Al rescatar arquetipos nacionales y regionales, ese teatro ofrece una barrera de contención a los elementos que intencional y estratégicamente operan para desdibujar las identidades nacionales en nuestro continente americano. Es decir, que frente a políticas culturales que apuestan al olvido o a escamotear la memoria,  tanto el escritor – que domina el espacio letrado- como el director -que domina el mundo de las imágenes- se encuentran en privilegiadas condiciones para  hallar un fructífero equilibrio entre lo propio y lo ajeno.

            Cabe preguntarnos, entonces: ¿Existe un hiato entre el “legado de la tradición” y lo que se ha convertido la  Argentina hoy? ¿Cuál es el papel que le corresponde al teatro en la conformación de las identidades regionales, nacionales,  y americanas,  y su reconocimiento individual y colectivo? ¿Es posible contrarrestar esa penetración de elementos que opera para  generar la aculturación?

            En este escenario  en el que el  mundo pareciera estar dominado por el desencanto posmoderno, en el que los grandes relatos se fragmentan, se deshilachan , en el que la disociación del sujeto se corresponde con la incertidumbre de su presente y de su destino, y del cual no se ha desterrado ni la violencia ni la frustración, en nuestro país, un número importante de teatristas apuesta en estas últimas décadas a restablecer una relación potente entre vanguardia y tradición, entre memoria y descubrimiento, entre la interrogación al pasado y la construcción de utopías. Son creadores que continúan planteando la responsabilidad del artista en términos de eticidad como Canal  Feijóo los propusiera.

Diferentes proyectos escénicos de manera consciente se reconocen como factores que contribuyen a configurar, modelar una identidad colectiva que en algunos casos se reconoce como nacional, en otros, como latinoamericana.  A estos he decidido agruparlos dos líneas: 1) la voz de las minorías, la exclusión del indígena y la negación  del negro; y 2) la historia y la política en el diseño de lo identitario. (continúa)
www.goenescenablogspot.com.ar
Año II, n° 80
pzayaslima@gmail.com






 
 
 

No hay comentarios.:

Publicar un comentario