sábado, 7 de octubre de 2023

ARIEL OSIRIS PROTAGONIZA EL HOMBRE QUE DE NIÑO JUGABA CON DINAMITA.

 

En el Teatro Anfitrión se estrenó EL HOMBRE QUE DE NIÑO JUGABA CON DINAMITA, texto y dirección de Pehuén Gutiérrez. Este unipersonal impone al actor una  gran exigencia a nivel  físico  e interpretativo en el  que el punto fuerte  es la voz. Solo, arrojado a un espacio   escenográfico despojado y sólo recortados por túmulos de piedra, que citan un cerro y una casa aislada, y luces que marcan temporalidades (diseño de escenografía de Maite Corona y diseño de luces de Lucas Orchessi).

El personaje de un hombre anciano que recuerda momentos significativos de su niñez es enriquecido por la actuación de Ariel Osiris, quien logra revelar las brumas acumuladas y desatadas en el interior de dicho personaje: el paso del tiempo, la soledad, la tristeza, el dolor, los sucesivos fracasos de una existencia patética. Nunca pudo separarse de los recuerdos, los olvidos transitorios no son sino frágiles suturas: “Las heridas hay que cerrarlas, pero me pasé una vida salándolas” (Programa de mano).

 El actor logra una íntima relación con el público y una identificación con el texto: con su gestualidad y su voz narra una historia individual, y la vuelve universal (Coetzee y Pessoa en el LIBRO DEL DESASOSIEGO señalaban cómo todos los hombres andamos muy carentes de un buen pasado). Interesa señalar de su actuación, el dominio de los lenguajes verbales y no verbales, y la interacción que realiza con el diseño sonoro propuesto por Gabriela Calzada; asimismo su capacidad para subrayar   la teatralidad del texto, y resolver el problema que supone un conflicto en el que las fuerzas opuestas y el objeto buscado confluyen en un mismo sujeto. Su dominio de los timbres e intensidades de la voz potencian la propuesta dramatúrgica, así los susurros y los gritos expresan respectivamente el dolor y la desesperación; transita entre luces y sombras, oscila entre la inmovilidad y loso desplazamientos, entre la palabra dicha y los silencios que operan como pausas significantes.

Su performance me hace recordar aquellas palabras de Arthur Miller en VUELTAS AL TIEMPO (Barcelona, Tusquets, 1999), ensayo en el que señala que un tema no es una idea sino una acción, un proceso incontenible: “destruye mientras cambia y crea o mata, paradoja que nada puede impedir se desarrolle con todas sus contradicciones hasta llegar a la resolución, que en ese instante preciso, ilumina el conjunto desde el comienzo (p. 327).

Su tránsito entre la rememoración, el sueño y la vigilia abre los intersticios del texto y convierte a la representación en un encuentro entre varias subjetividades, la del dramaturgo, la del actor, la del personaje y la de los espectadores.

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AÑO VI, n° 269

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