lunes, 17 de febrero de 2020

HISTORIAS NO CONTADAS, HISTORIAS NO REPRESENTADAS


De regreso de un viaje por algunas zonas de la Patagonia, los monumentos, documentos y relatos recogidos me han hecho reflexionar sobre nuestro teatro histórico. Resulta indiscutible su antigua tradición y su frondosa producción por más de tres siglos, y resulta sencillo comprobarlo, al consultar en bibliotecas y archivos la lista de textos inéditos, obras publicadas y puestas en escena realizadas en Buenos Aires (ámbito en el que realizo mis investigaciones) y en el resto de las provincias (de acuerdo con algunos datos recogidos).

Dichas listas son reveladoras de cuáles fueron los hechos y quiénes los personajes que despertaron el interés de los dramaturgos a la hora de escribirlas y de los directores al representarlas, al tiempo que sus reestrenos nos iluminan sobre los gustos e ideas de los diferentes públicos. La conquista y colonización, la época rosista, las luchas entre unitarios y federales, la dictadura militar, y el peronismo en sus diferentes etapas son los temas preferidos. Pedro de Mendoza, Belgrano, San Martín, Rosas, Lavalle, Dorrego, Evita, Perón, sólo algunos de los protagonistas más revisitados.

En momentos en los que desde el campo de la escena se proclama la necesidad de un teatro “nacional y popular” (aunque en la práctica la mayoría de los “principales” teatros apuestan por un repertorio extranjero) me permito sugerir algunos temas puntuales que darían nueva luz a distintos aspectos de nuestra historia.

Un nuevo enfoque lo propone una visita al Fortín Mercedes y el Museo Regional y Misionero a orillas del Río Colorado donde comienza la Patagonia Argentina, porque permite reflexionar desde el siglo XXI no sólo sobre las polémicas categorías “civilización” y “barbarie”, sino sobre religión y cultura, y los efectos sociales e identitarios generados por la presencia de los salesianos.

Carmen de Patagones ofrece un material incalculable sobre la Campaña al Desierto orquestada por Rosas y su distribución de las tierras, cuál fue el papel desempeñado por los diferentes caciques, los contactos y la convivencia entre indios y cristianos, la inmigración italiana, o el drama de los maragatos, obligados vivir en cuevas cavadas por ellos mismos al ser desamparados por quienes promovieron su salida de España.

El Barrio del Tambor no reenvía al problema de la negritud, tantas veces negada u ocultada. La esclavitud, la servidumbre, la adaptación y el proceso de blanquemiento. Ver y sentir propio de la historia (Le Goff) lo es también del teatro no suponen una mirada nostálgica sino una reflexión sobre lo que hoy continúa pasando; ese antiguo espacio de Carmen de Patagones se erige en un símbolo de un presente en que el mundo africano de las nuevas migraciones aparece escamoteado o edulcorado (pienso en los caboverdianos en Buenos Aires, por ejemplo).

Todos estos temas pueden ser el punto de partida de los llamados “pageant dramas” que ambiciosamente buscan dejar registro de momentos y situaciones de una determinada colectividad.

San Antonio Oeste brinda una historia de vida capaz de originar dramas de personaje. La vida de Guido Jacobacci, ese ingeniero turinés que llega a esta ciudad en 1908 para la construcción del ferrocarril y debe luchar contra una naturaleza inhóspita, la burocracia oficial que incumple los contratos, la amenaza de enfermedades, el drama de la tuberculosis, y la guerra mundial que le impone una doble migración. Su Casa Museo conserva testimonios escritos e iconográficos.

En Viedma (Iglesia del Sagrado Corazón de Jesús, Instituto San Juan Bosco) se encuentran los restos de Artémides Zatti (Don Zatti), enfermero italiano que emigrara a la Argentina en 1897. Este hermano coadjutor salesiano, trabajó casi medio siglo no sólo en el hospital, sino visitando y cuidando enfermos en toda la Patagonia. Apasionado por la humanidad, se trasladaba en bicicleta o a pie por caminos no siempre transitables, cargaba enfermos sobre sus hombros, les cedía su lecho cuando todas las camas estaban ocupadas, no hacía diferencias entre cristianos, musulmanes y judíos; o desafiaba el poder político atendiendo a anarquistas. Investigadores como Blanco Amores de Casadevall e historiadores como Castagnino y Berenguer Carisomo publicaron trabajos sobre los temas abordados en diferentes momentos por el teatro nacional. Posteriormente continué esa línea en dos de mis libros: Relevamiento del teatro argentino y El universo mítico de los argentinos en escena. Mi interés ahora es proponer dirigir una nueva mirada sobre la Patagonia (en su momento lo hicieron dramaturgos como Alejandro Finzi y Hugo Saccoccia), su historia, sus conflictos y sus protagonistas. Sin duda, ello contribuirá a enfocar un tema íntimamente relacionado con ese interés por lo popular y lo nacional como lo es la relación civilización-barbarie.


Año IV n° 208.

pzayaslima@gmail.com

lunes, 10 de febrero de 2020

CANÍBAL. UN MUSICAL VORAZ.

Reestrenado en el  Teatro Picadero en plena  temporada veraniega, CANÍBAL surge dentro del panorama escénico de  Buenos  Aires como una comedia musical atípica y deslumbrante. Su autor,  Sebastían  Suñe, partió de una idea de  Sebastián  Holz, uno de sus  protagonistas para generar un texto que ofrece  una serie de elementos (el humor, la música, los roles de los tres personajes) que se articulan perfectamente en la  puesta de  Corina Fiorillo. La directora descubre en un género altamente codificado aquellas fisuras que  le permiten grabar su peculiar impronta. 

El carácter polifacético de la comedia que puede asumir diversos matices (no parece tan desacertada aquella calificación cromática: comedia blanca, comedia rosa, comedia negra, comedia brillante) aparece subrayado  por la posición de la directora  al dinamizar todos los recursos que los tres integrantes del elenco  -Sebastián  Holz,  Dolores Ocampo y  Belén  Pasqualini- aportan como peformers.

La organización espacial (escenógrafo Gonzalo Córdoba Estévez y la partitura lumínica (iluminador Ricardo  Sica) contribuyen a poner en evidencia las variables  en la intensidad del contacto físico que derivan no sólo del rechazo, la indiferencia y el recelo sino del propio amor. La música elegida, especialmente  la melodía y las letras de los boleros, opera por contraste al  mostrar la violencia física que parte tanto de una interpretación hiper literal  de estas últimas como del alcance de las pasiones. Por una parte, las canciones cumplen una “función lírica”, sus letras forman parte del guión; pero más allá de su selección, lo más significativo  es el montaje,  en qué escenas fueron incorporadas y como su melodía se acopla de modo ajustado  (o desajustado) con las acciones físicas que las acompañan. Las conocidas letras de las canciones se integran con el texto  de  Suñe que  combina agudas observaciones sociológicas y políticas con consideraciones filosóficas y frases de la vida cotidiana. Pero, precisamente, el discurso hablado proyecta lo cotidiano hacia un plano diferente  y lo ilumina de modo que plantea al respecto la necesidad de entenderlo desde una nueva perspectiva. Y los cuadros, en principio aparentemente independientes, se conectan entre sí al final, universalizando el tema.

La esencia del diálogo entre los actores y  los tres músicos (Carlos Britez, piano y dirección musical; Mario del  Risco, trompeta, violín y flauta; y Clement Silly, violoncello) se  revela en el minucioso trabajo con lao cadencia de las frases por parte de los primeros y los efectos sonoros que generan los segundos.

La actuación de los tres performers/personajes ensambla perfectamente  el canto,  el baile y la representación resultado de la sólida formación de cada uno de ellos. Sebastían Holz  cantante, bailarín y actor (discípulo entre otros de la  talentosa actriz  Mónica  Cabrera), Dolores  Ocampo, esa “actriz que hace todo bien” (calificada así por Laura Ventura en el 2015, discípula de Alejandra  Boero, Agustín  Alezzo y  Juan  Carlos Gené) y  Belén  Pasqualini (discípula de  Ricardo  Bartis,  Cristina  Banegas y  Raquel  Sokolowicz), demuestran de qué manera es posible integrar de modo homogéneo lo mejor de lo recibido de sus maestros,  y potenciar su propia energía, oficio y creatividad al servicio de un activo desempeño en la escenificación (Al no haber asistido a los ensayos esta última opinión debe ser entendida como una hipótesis totalmente personal).

Fiorillo concreta  esa metáfora  sobre el lado oscuro de una sociedad que devora y es devorada –según las palabras del citado Holtz por el capitalismo, el ego y  las redes sociales y construye una comedia musical que simultáneamente propone al receptor regocijo y reflexión y sobre todo otorga el placer de la obra bien hecha.

Ph. Nacho Lunadei

Ph. Silvina Galdi


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Año  IV, n° 207.
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