En el Teatro Metropolitan, uno de los íconos de la Calle Corrientes se presenta en su cuarta temporada, HABITACIÓN MACBETH. El éxito de público, la consagración de la crítica y los premios recibidos son el resultado de la potencia y perfección de su dramaturgia, puesta en escena y actuación.
Cuando Pompeyo
Audivert describe el proceso
creativo recorrido durante los años del encierro por el Covid, en el que reconoce un antecedente
lejano (“la necesidad llevar adelante un trabajo en el que un actor
hiciera todos los personajes de una obra” cuando comenzó su carrera actoral), y
otro más cercano (“una versión sobre Macbeth (…) antes de la pandemia”). Y
agrega una reflexión que otorga un especial sentido al título, a su adaptación,
y a su doble rol de actor y director: “la única zona teatral era mi propio
cuerpo” y la única salida volverse Macbeth. (Comunicado de prensa)
Más allá de esta elección personal que revela al actor que acepta desafíos de alto riesgo, y comprometido con la profesión (representar una obra como MACBETH en versión para un actor), los valores de este espectáculo apuntan en múltiples direcciones. “Habita” a Shakespeare y redescubre su concepción pesimista del mundo en el que los malvados –aunque mueran despreciados- dominan el mundo; a través de sus personajes, subraya la convicción de aquél sobre como las relaciones humanas están mediatizadas por el interés.
“Habita”
a la época- tan bien caracteriza Ágnes Heller- con su concepción dinámica del
hombre que busca modelar su propio destino, la desintegración de los dogmas y
del viejo mundo, la lucha por el trono que marca una nueva etapa, el disimulo
como forma normal de comportamiento. Y “habita” a sus personajes. A Macbeth,
malvado y primitivo, quien reaparece reencarnado hoy, siempre en medio de las
luchas por el poder y los medios violentos para conseguirlo; a las brujas, como
fuerzas ciegas, reinstalando el conflicto filosófico entre libertad y
predestinación y las relaciones entre “hado, destino y fortuna”; a Lady Macbeth,
a la que dota de un humor cáustico y por momentos y la diseña como eco de Maquiavelo, otra de las figuras
centrales del Renacimiento; Como contracara, el actor expone la ingenuidad de Banquo,
incapaz de descubrir el verdadero rostro del protagonista y la cobardía de un
Macduff que abandona a su familia a la ira de
Macbeth.
El
texto recreado por Audivert subraya aquellos temas que hoy siguen vigentes (las
brujas maléficas y grotescas que preanuncian el futuro (hoy reaparecen en forma
de horóscopos), o la violencia
despiadada de los conflictos bélicos (de las guerras nacionales, a los
conflictos globalizados), en suma, de la insondable maldad de la que es capaz el hombre.
La puesta en escena concreta ese “piedrazo en
el espejo” de la que habla Audivert, El
diseño lumínico de Horacio Novelle parte
de la luz roja del inicio (color cálido símbolo de la sangre), seguida del azul
(color frío, índice del proceso de debilitación) y del verde (matiz que remite
a las fuerzas de la naturaleza) y acompaña el patrón rítmico de la música y los
desplazamientos y juegos gestuales del actor. El vestuario de Luciana Gutman,
funcional y a la vez simbólico, es “renacentista” y contemporáneo; el
maquillaje blanco remite a ese mundo infrahumano, de “fuerzas larvadas”, sede
de los espíritus, que tan bien operaba en el Noh. Los elementos escenográficos
incorporados por Lucía Rabey, exhiben un expreso teatralismo que convive con
la ficcionalidad, y citan inteligentemente el espacio escénico
tal como lo concebían los contemporáneos de Shakespeare; la música original de Claudio
Peña, compositor e interprete, con su cello parece invocar a la “música de las
esferas”, y logra en vivo
un diálogo auténtico con el actor.
Audivert encarna a todos los personajes;
además de cumplir con su inicial objetivo, un actor que pueda representar a
todos los personajes de una obra, encarna con precisión las diferencias que
existen entre el protagonista, su esposa, el portero/bufón, Banquo, las Brujas,
Duncan… Pero, al mismo tiempo, marca con sutileza qué elementos los conectan
frente al tema del mal (¿el egoísmo elemental que caracterizara a la burguesía
renacentista? ¿a la sociedad actual?)
Su representación puede ser leída como la
perfecta concreción de la afirmación de La Rochefoucauld: “No hay menos
elocuencia en el tono de voz, en los ojos y en el porte de la persona que en la
elección de las palabras”. Constituye una verdadera lección de cómo transformar
un rostro abierto en hermético según el discurso corporal y el verbal, cómo
hacer significantes los puntos vulnerables del cuerpo humano e imponer un código
gestual propio.
El espectador queda cautivado por un cuerpo que fluye, se transforma y otorga un nuevo sentido no sólo al texto shakespereano, sino a las reglas habituales de la representación teatral. Y por una inusual confluencia de filosofía, historia, sociología, política, y práctica escénica.
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AÑO
VI, n° 272
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