miércoles, 17 de enero de 2024

AUDIVERT-SHAKESPEARE-MACBETH. UNA ECUACIÓN REVELADORA.

En el Teatro Metropolitan, uno de los íconos de la Calle Corrientes se presenta en su  cuarta temporada, HABITACIÓN MACBETH. El éxito de público, la consagración de la crítica y los premios recibidos son el resultado de la potencia y perfección de su dramaturgia, puesta en escena y actuación.

Cuando Pompeyo  Audivert  describe el proceso creativo recorrido durante los años del encierro por el  Covid, en el que reconoce un antecedente lejano  (“la necesidad  llevar adelante un trabajo en el que un actor hiciera todos los personajes de una obra” cuando comenzó su carrera actoral), y otro más cercano (“una versión sobre Macbeth (…) antes de la pandemia”). Y agrega una reflexión que otorga un especial sentido al título, a su adaptación, y a su doble rol de actor y director: “la única zona teatral era mi propio cuerpo” y la única salida volverse Macbeth. (Comunicado de prensa)

Más allá de esta elección personal que revela al actor que acepta desafíos de alto riesgo, y comprometido con la profesión (representar una obra como MACBETH   en versión para un actor), los valores de este espectáculo apuntan en múltiples direcciones. “Habita” a Shakespeare y redescubre su concepción pesimista del mundo en el que los malvados –aunque mueran despreciados-  dominan el mundo; a través de sus personajes, subraya la convicción de aquél sobre como las relaciones humanas   están mediatizadas por el interés.

“Habita” a la época- tan bien caracteriza Ágnes Heller- con su concepción dinámica del hombre que busca modelar su propio destino, la desintegración de los dogmas y del viejo mundo, la lucha por el trono que marca una nueva etapa, el disimulo como forma normal de comportamiento. Y “habita” a sus personajes. A Macbeth, malvado y primitivo, quien reaparece reencarnado hoy, siempre en medio de las luchas por el poder y los medios violentos para conseguirlo; a las brujas, como fuerzas ciegas, reinstalando el conflicto filosófico entre libertad y predestinación y las relaciones entre “hado, destino y fortuna”; a Lady Macbeth, a la que dota de un humor cáustico y por momentos  y la diseña  como eco de Maquiavelo, otra de las figuras centrales del Renacimiento; Como contracara, el actor expone la ingenuidad de Banquo, incapaz de descubrir el verdadero rostro del protagonista y la cobardía de un Macduff que abandona a su familia a la ira de  Macbeth.

El texto recreado por Audivert subraya aquellos temas que hoy siguen vigentes (las brujas maléficas y grotescas que preanuncian el futuro (hoy reaparecen en forma de horóscopos), o la violencia  despiadada de los conflictos bélicos (de las guerras nacionales, a los conflictos globalizados), en suma, de la insondable maldad de la  que es capaz el hombre.

La puesta en escena concreta ese “piedrazo en el espejo” de la que habla  Audivert, El diseño lumínico de Horacio Novelle  parte de la luz roja del inicio (color cálido símbolo de la sangre), seguida del azul (color frío, índice del proceso de debilitación) y del verde (matiz que remite a las fuerzas de la naturaleza) y acompaña el patrón rítmico de la música y los desplazamientos y juegos gestuales del actor. El vestuario de Luciana Gutman, funcional y a la vez simbólico, es “renacentista” y contemporáneo; el maquillaje blanco remite a ese mundo infrahumano, de “fuerzas larvadas”, sede de los espíritus, que tan bien operaba en el Noh. Los elementos escenográficos incorporados por Lucía  Rabey,  exhiben un expreso teatralismo que convive con la ficcionalidad, y citan inteligentemente el espacio  escénico  tal como lo concebían los contemporáneos de  Shakespeare; la música original de Claudio Peña, compositor e interprete, con su cello parece invocar a la “música de las esferas”,  y logra  en  vivo un diálogo auténtico con el actor.

Audivert encarna a todos los personajes; además de cumplir con su inicial objetivo, un actor que pueda representar a todos los personajes de una obra, encarna con precisión las diferencias que existen entre el protagonista, su esposa, el portero/bufón, Banquo, las Brujas, Duncan… Pero, al mismo tiempo, marca con sutileza qué elementos los conectan frente al tema del mal (¿el egoísmo elemental que caracterizara a la burguesía renacentista? ¿a la sociedad actual?)

Su representación puede ser leída como la perfecta concreción de la afirmación de La Rochefoucauld: “No hay menos elocuencia en el tono de voz, en los ojos y en el porte de la persona que en la elección de las palabras”. Constituye una verdadera lección de cómo transformar un rostro abierto en hermético según el discurso corporal y el verbal, cómo hacer significantes los puntos vulnerables del cuerpo humano e imponer un código gestual propio.

El espectador queda cautivado por un cuerpo que fluye, se transforma y otorga un nuevo sentido no sólo al texto shakespereano, sino a las reglas habituales de la representación teatral. Y por una inusual confluencia de filosofía, historia, sociología, política, y práctica escénica.

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AÑO VI, n° 272

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