lunes, 27 de abril de 2020

JUAN CARLOS GENÉ DENTRO DEL PANORAMA TEATRAL ARGENTINO Y LATINOAMERICANO (II)





RITORNO A CORALLINA fue escrita en Caracas y Bogotá entre julio y noviembre de 1991 y estrenada en Venezuela y en España (en el marco del Festival de Cádiz, 1992) en “homenaje a cuantos vinieron alguna vez a hacer la América”. Un taxista italiano -los taxistas en Caracas eran en su mayoría italianos arribados a principios de la segunda mitad del siglo XX- se construye una Italia personal y reproduce en Venezuela, ante la imposibilidad del regreso, una patria que siente como propia, la Italia; y así como la pequeña Iglesia de San Ponciano en su pueblo natal, posee murales atribuido al Giotto, él, Franco Di Fiore, inspirado por Leonardo pintará murales, dejará a la posteridad el legado de su arte y contribuirá a que también el Nuevo Mundo tenga un legado que entregar a la generaciones futuras.

Ante esta historia “verídica” de italianos (se podría haber tratado también de canarios o portugueses), la más venezolana de sus producciones (pero que podría tener por escenario a México a la Argentina), Gené afirma que en ella aparecen mitologías internas propias: “El personaje también soy yo”. Es un Franco que vive en el exilio, que ha debido romper con los vínculos familiares, recomponer, rearmar su vida, y para quien el arte se convierte en un arca de salvación, el espacio en el que se pueden depositar gozosamente las “fantasías y obsesiones”. El protagonista es el inmigrante derrotado en sus sueños de triunfo, quien en su juventud veía en Venezuela una “piccola Veneza, “un´Italia piccolina e tropicales; un´Italia ardente dove noi possiamo prendere il futuro colle nostre mani”. Y este personaje es quien al final de su vida elige un doble exilio, interno y territorial, en el que su enorme capacidad de sublimación le permite a través del arte la afirmación de su identidad (identidad entendida como posibilidad de permanecer él mismo pese a las transformaciones producidas por la historia personal como por la colectiva).

El Renacimiento italiano no es vivido por Franco como complacencia melancólica con el pasado, sino como estímulo para la construcción de su yo desde el arte, sino como resistencia frente a la sociedad que lo rodea y que funciona como prodigiosa máquina destinada a excluir a los diferentes y que condena al silencio y al olvido el discurso del loco. Es que para ser diferente basta con hablar otros idiomas, tener otro acento o llevar otras ropas, y, en un mundo regido por el éxito económico, la opción por el arte es una especie de locura.

La presencia del hijo determina que sus recuerdos sean removidos al primer plano de su memoria y pase revista a momentos importantes de sus últimos cuarenta años: su nuevo casamiento en Venezuela, el trabajo duro y alienante la política económica que le cierra la posibilidad de una regreso a la patria, la muerte de su compañera, los desencuentros generacionales y culturales con el hijo y la nuera.

Las apariciones de Corallina, su primera esposa (por momentos, desdoblamiento de la Dolorosa) y las intervenciones de Salustiana (poderosamente sensual y a la vez poderosamente mística) le permite a este (ex)taxista- filósofo-artista (discípulo de Leonardo Da Vinci, otra de sus apariciones) penetrar en esa zona sagrada, donde lo inmaterial es visible, las alucinaciones se entrecruzan con los ensueños, donde el Paráclito -como dice la oración- padre de los pobres, dador de las gracias, lumbre de los corazones, envía desde el cielo un rayo de su luz. Para Franco, pintar “el sol sobre el plumaje del Espíritu”, terminar “el único retrato auténtico del Espíritu”, le dará acceso a la santidad y a la dicha, y podrá alcanzar con Corallina, la “bienaventuranza”. Por eso, aparece instalado en una “antiquísima, ruinosa y polvorienta capilla abandonada y por sí misma perdida en algún postergado camino”, cercada por “paisajes ardientes y arenosos, poblados de cardones y de chivos solitarios”.

El arte “naif” de las pinturas murales de una “visualidad desbordante con opulencias tropicales, fondos selváticos, flores rutilantes y frutos desconocidos en profusión fantástica” contribuyen a revelar la esencia dl continente americano. Un imbricado tramado de opuestos: civilización y barbarie, historia y naturaleza, barroquismo y elementariedad, religiosidad y paganismo, oscuridad y luz cegadora, racionalidad y locura. En este heterogéneo espacio pictórico, signo del espacio social sudamericano y del universo histórico en el que se inscribe el texto, aparecen pintadas también figuras que simbolizan las dolorosas historias personales de Franco, su mujer y su hijo, Salustiana y la Señora. Quienes habitan la capilla han creado un adentro opuesto al afuera; a ese adentro pertenecen la libertad, la locura, lo sagrado, el arte, y es el ámbito propio de las virtudes máximas, la fe la esperanza y la caridad. Al afuera pertenece Pascual, el triunfador, el poseedor de bienes materiales, fruto de una sociedad indiferente injusta y condenatoria, que vigila y castiga a los que no se ajusta a sus normas. Por eso es que Salustiana lo confunde con un policía.

Al comienzo de la acción, ella realiza una danza pagana cargada de sensualidad mientras reza, acompañada por los sones de un armonio y un especial resplandor dorado en el sagrario que desaparecen con la llegada de Pascual; en el final, protagoniza una nueva danza en círculos mágicos mientras vuela el Paráclito. Este sincretismo católico-pagano alejado de toda “ratio” es presentado como verosímil, como la única solución “razonablemente” posible y deseable.

Desde el principio, y a lo largo de toda la obra, los espectadores, como Franco y Salustiana, ven y oyen a la Señora; sólo Pascual, el hijo que viene de afuera, no puede hacerlo, resulta excluido de la visión, del conocimiento de la verdad. Para él, el mundo de la capilla, el adentro es misterioso. Pero a pesar de su afirmación en la racionalidad, en el dominio de los acontecimientos (cuenta con el apoyo de las autoridades, de la policía), no puede evitar que lo Otro negado (o al menos, excluido) lo acompañe inexorablemente con su sombra y se constituya, a la vez, en su remordimiento y su verdad fundante. Por ello, al final de la obra, no sólo puede abrazarse y reconciliarse con su padre, sino descubrir y reconocer con todos sus sentidos a Corallina, dialogar con ella en un acto de comunicación perfecta en el que ambos hablan la misma lengua. Ha tocado el plumaje del ave, sobre él se cine una luz nacarada: está “inspirado (en el decir de la Señora), ha entrado “en razón” (en el decir de Salustiana).

En este conflicto de espacios, un afuera y un adentro que representa, respectivamente, los territorios de la razón y la locura, la opción es abandonar el lugar hostil que cosifica y conquistar otro que lo dignifica. Este último se jerarquiza al convertirse en espacio de reconciliación; el otro queda relegado al fuera de escena.

Gené, preocupado por hallar un vehículo que lo conecte con los receptores, elige el despojamiento y la sencillez, la poesía de las palabras y el lenguaje corporal en un espacio escénico que reúne simultáneamente, lo cotidiano y lo milagroso, lo cristiano y lo profano, la razón y la locura, la vigilia y el ensueño; crea una atmósfera en la que conviven la ternura y el humor; y transitando una íntima historia de amor, revela algunos de los mecanismos sociales de nuestro continente, las contradicciones y fracasos de la modernización, que en Venezuela y en muchos países americanos aparece como un proceso socioeconómico polémico y poco confiable


AÑO V, n° 217






lunes, 20 de abril de 2020

JUAN CARLOS GENÉ DENTRO DEL PANORAMA TEATRAL ARGENTINO Y LATINOAMERICANO (I)


El CELCIT ARGENTINA, institución dirigida de modo brillante por Carlos Ianni, ofrece en estos momentos de aislamiento una serie de actividades on line: charlas, doce espectáculos, cursos, su Colección Teatro. Teoría y práctica, y su incomparable e invaluable Colección Dramática Latinoamericana con más de 500 textos dramáticos iberoamericanos contemporáneos. Precisamente bajo el n° 515 de dicha colección aparece el texto de Juan Carlos Gené, EL SUEÑO Y LA VIGILIA. 

Su lectura me motivó a revisar obras anteriores y mis propios comentarios sobre ellas y tratar de recorrer un itinerario jalonado por propuestas que, desde distintos aspectos ofrecían elementos renovadores. 

Dedicada al historiador revisionista José María Rosa, Gené da a conocer la cantata escénica EL INGLÉS[1] -música de Oscar Cardoso Ocampo)- en la que se ofrece un fresco del hombre argentino durante la invasión británica de 1806. Estrenada el 14/08/74 en el Teatro Comedia de Córdoba en coincidencia con el 169° aniversario del primer desembarco del ejército inglés en las costas de Quilmes, fue reestrenada en Buenos Aires, en 1975 y en 1983 con gran éxito. 

Elige un género en el que los gestos, la música, la mímica y los desplazamientos coreográficos adquieren una función importantísima en contraposición con los decorados, que son básicamente esquemáticos, y en el que un narrador determina el predominio del relato sobre la acción. Para contar la historia de los acontecimientos sucedidos el autor se vale de un relator y un coro –este, a través del canto- van traduciendo el pensamiento y la acción del pueblo y el pensamiento y la acción de los invasores. 

La acción comienza con el relato de la “negra invasión” de ahí en adelante todo va ser un enfrentamiento dialéctico entre pueblo-extranjeros, dominados-explotados, patriotas-traidores que opera como motor de la acción; esta concluirá con el triunfo de las fuerzas del bien: el pueblo organizado. Se pueden reconocer algunas marcas del drama histórico romántico en los retratos “sicológicos” de algunos de sus protagonistas: William Carr Beresford caricaturesco y mercantilista; Sir William Pitt, orgulloso y despectivo; el Marqués de Sobremonte, ridículo y cobarde. De modo opuesto, los patriotas José Fornaguero, Martín de Álzaga, Juan Martín de Pueyrredón y el alemán Hans Winkelmann –quien desertara de las filas inglesas para plegarse a las filas nativas- por encima de sus individualidades, sólo aparecen homologados en el valor y la abnegación. [2]

El autor no quieres conmover sino clarificar, no provocar enajenación, sino una toma de conciencia, y para ello inserta en los textos numerosas y polémicas comparaciones con otras épocas y con la actualidad. En un intento de acercar el pasado al presente, las invasiones inglesas se convierten en el paradigma de varios fenómenos: el imperialismo, el entreguismo, la eficacia de un pueblo organizad. El esquematismo simbólico de la puesta en escena es coherente con su postura ideológica. A la manera brechtiana, todo está hecho a la vista del público, sin artificios ni disimulos. Banderas negras representan el avance y el copamiento enemigo, banderas celestes y blancas, simbolizan la resistencia y el triunfo final de los patriotas. Estas banderas, una capa roja con forro negro y tres tarimas son los únicos medios empleados por el autor para mostrar el cruce del río por el ejército de Liniers, la rendición y caída del fuerte o el ingreso de Beresford a la ciudad. 

El autor declaraba sobre su obra: 

“Se trata de retomar lo dramático desde un punto parecido a sus orígenes, cuando un protagonista único y un coro gestaban el futuro de una expresión colectiva que después se conoció como teatro. Ese protagonista tiene todavía muchas características de relator y a menudo su incursión en la acción dramática es el resultado de necesidades del propio relato. Por un lado, intentamos dar cauce en el espectáculo a la tradición de los narradores, lo que nos lleva a ubicar esta experiencia a mitad de camino entre la épica y el drama, y por otra parte, quisimos experimentar una ruptura de las formas dramáticas tradicionales, buscando entroncar con las formas primitivas de la expresión popular que, a través del canto, la payada, el candombe, la murga, tanteó el camino de un teatro con formas propias que nunca terminó de nacer”[3]

Puede verse, entonces, que más allá de la importancia del tema elegido (las invasiones inglesas era tema de interés en el campo de la investigación histórica, no tanto en el campo del teatro) el mayor aporte de Gené lo constituye el redescubrimiento de un género que revalorizaba medios expresivos (el narrador y el coro) inusuales en el teatro nacional y poco revisitado en el ámbito internacional (el ejemplo representativo más próximo en esos años que conozco es LA ATLÁNTIDA, de Manuel de Falla, estrenada fragmentariamente en Barcelona en 1961). 

En estos últimos años en las referencias al colonialismo inglés se han focalizado (en el caso específico del teatro argentino) en las causas y efectos de la guerra de Malvinas, creo que sería pertinente releer esta cantata para redescubrir las posibilidades teatrales de dicho género y desde la dramaturgia elaborada por Gené, encontrarnos con un pasado que ofrece algunas claves para la comprensión de conductas presentes y con el hecho de que “el inglés” como factor de coloniaje no se encuentra solamente en Malvinas (hecho que también se había revelado escénicamente en THE CHACHO, COMEDIA BRITÁNICA de Juan Silbert y Miguel Coronatto, comedia musical estrenada en 1972)[4]

En el próximo blog, me referiré a CORALLINA, AMORE MIO, que, en mi opinión, marca un significativo hito en el itinerario que va de GOLPES A MI PUERTA (1984) y se continúa con MEMORIAL DEL CORDERO ASESINADO (1985) y ULF (1988). 


AÑO V, n° 216 

pzayaslima@gmail.com 






[1]La palabra “cantata” fue aplicada originariamente a toda música vocal y basada en el canto solista continuación del madrigal del s. XVI. A partir del s. XVII es ya una escena cantada sin decorado ni trajes, y su contenido narrativo puede llegar a asumir un giro dramático. 


[2] Fragmento de lo desarrollado en el primer capítulo de mi libro RELEVAMIENTO DEL TEATRO ARGENTINO (1943-1975), Buenos Aires, Editorial Rodolfo Alonso, 1983. 


[3] Perla Zayas de Lima, DICCIONARIO DE AUTORES TEATRALES ARGENTINOS (1950-1990), Buenos Aires, Editorial Galerna, 1991 


[4] Este tema está desarrollado en mi artículo “El colonialismo inglés en el teatro nacional” (Suplemento Cultural de LA NUEVA PROVINCIA, año 3, n° 152, domingo 3 de julio de 1983).

lunes, 13 de abril de 2020

AMANCAY ESPÍNDOLA Y SU NUEVO LIBRO


La dramaturga y actriz rionegrina Amancay Espíndola acaba de publicar OBRERÍO TEATRAL (Buenos Aires, Nueva Generación, 2020) que reúne obras premiadas y estrenadas en distintos circuitos y ciclos: HERENCIA DE SANGRE, MUJERES DE COLORES, EL BAR Y LA NOVIA, OJOS VERDES, DORMIR EN EL AGUA, LILA O DE LA SEDUCCIÓN, ESCLAVA DEL ALMA y CRÓNICA DE INDIAS. 

La entrevista que Noemí Cáceres le realizara en agosto de 2917: “Amancay Espíndola (Entre el Arte y La Docencia)”, es reveladora tanto de la formación como de los objetivos de esta creadora: su lugar siempre será el sur, su interés por lo que implica la identidad, su pasión por el teatro. Por ello paisajes y personajes de su infancia y adolescencia aparecen explícita o implícitamente en sus obras, integra la Comisión de Teatro por la Identidad, y reconoce su preparación en el campo de la actuación, primero en la Escuela de Arte de Neuquén a cargo de Alicia Fernández Rego y luego, en Buenos Aires, con notables directores como Julio Ordano y Heddy Crilla, y prolíficos dramaturgos como Bernardo Carey y Ricardo Monti. 

Las distintas obras ahora publicadas revelan de qué manera se integran perfectamente su talento como escritora, su trabajo como actriz en cine y teatro, sus experiencias de vida en la Patagonia, y una vocación por la docencia que implica una permanente labor investigativa. Y justifican ampliamente el neologismo elegido como título “obrerío”. 

HERENCIA DE SANGRE (Premio Iniciación de la Secretaría de Cultura de la Nación 1997) presenta a través de cuatro personajes integrantes de una familia una serie de conflictos que se proyectan en tiempo y espacio. La conquista del desierto de 1880, la representación del Moreira por los Podestá, los malones, las cautivas, los mestizos y los blancos, los ricos y los pobres, la palabra de los antepasados, el legado del padre (la rastra, las espuelas y el rebenque, tres objetos que denotan riqueza, dominación y poder de castigo) 

Los cambios de roles y cambios de vestuario actualizan en una representación dentro de la representación un pasado que aún está vigente, y que se ejemplifica en la confrontación entre Elisa, nieta de un mapuche y nieta de un blanco, y Amanda, defensora intransigente de la pureza de sangre. Manuel y Ana como conciliadores, son quienes pueden adoptar otros roles: el del padre y el de la madre, respectivamente. Herederos de un linaje y de la sangre derramada en el desierto, la reconciliación no es posible, y Amanda queda sumida en una oscuridad total que invade a la habitación luminosa del comienzo y revela la inutilidad del juego de disfraces o una botella de champagne. 

MUJERES DE COLORES, historia que convoca a cuatro personajes femeninos, contó con la colaboración de otras dos mujeres Betty Raiter y Paula Mujica Laínez. Lo festivo que enmarca la representación (“Un fuerte rayo de sol entra a la habitación…”), los disfraces (ropas de los pasados años 70) la bebida (el oporto), los festejos en día de la mujer organizados por el intendente) y el poético final en el que se consagra el amor como fuerza liberadora, enmarca un potente texto en el que resuenan, entre juegos y canciones amenas, las palabras de Lucita, la revolucionaria (“Para los del lado oscuro. Yo tengo la luz”), citas de Miguel Hernández y Alfonsina Storni –entre otros-, los mandatos del pasado (palabras de la madre y la abuela). Los límites entre la locura y la cordura, la convivencia del absurdo en Tina (escritora que admite y justifica a su marido violento), la reivindicación feminista en el discurso de Gladys, la hipocresía machista del intendente que por un día otorga libertad a las mujeres (para ver streap-tease masculino, beber en bares, jugar a las cartas, mirar telenovelas o pagar por hombres en casas de citas). 

OJOS VERDES (Primer Premio Universidad de Ciencias Sociales 2011, preseleccionada por la AAA para competir en Italia en el Concurso Escritura de la Differenza, y Primera Mención Concurso de Teatro El Buho) se desarrolla en un espacio único, aparentemente común a varias obras: un andén en el que personajes esperan. 

“Son dos que se encuentran en el andén de una estación bastante fantasmal, esperando un tren que no arriba y en la búsqueda de un hombre común que tiene ese color de ojos. La geografía donde están situadas es la de mi pueblo. Todo tiene raíz allí, los personajes, el paisaje, los comentarios, lo diálogos, las imágenes” (Entrevista previa al estreno en Neuquén, RÍO NEGRO, 2013) 

Pero muy pronto la conjunción de sombras y música (milongas sureñas) o la aparición de una luz rojiza, remite a tiempo suspendido entre el pasado y el presente (“El pasado está escrito en a piedra y el futuro debe estar escrito en la arena así que déjese llevar por el viento”, dice Stella) y se proyecta a través de esas sombras a otro espacio-tiempo, el del mito, al que la razón no siempre tiene acceso: cueva que llega al centro de la tierra, pueblo de espíritus. Hacia una trascendencia que implica salvación o condenación (nombre simbólico de las estaciones). La cita a lo teatral vuelve a ser central, en la presencia de Stella, ex actriz de telenovelas, integrante de aquellas compañías itinerantes del interior y en la evocación de los disfraces, canciones y bailes de la niñez. Y también vuelve a ser central el color local. Una abuela bebedora de vino y whisky, la ginebra del novio. Por ello resultan esclarecedoras las palabras de la autora que Eduardo Rouillet, autor de la citada entrevista, elige para su nota: “No sólo me muestro, muestro a todos”. 

Para EL BAR Y LA NOVIA elige un epígrafe Albert Einstein que exalta la importancia del misterio. 

Sus personajes tienen nombres propios excepto dos, Padre y Madre quienes más que individuos representan roles de una paternidad y una maternidad perversas que permiten la violencia, el incesto y la falta de amor, en un permanente juego de dominación y sumisión. Estos seres despreciables son más que figuras individuales, representan a una generación capaz de corromper (y/o aceptar la corrupción). Y la disfuncionalidad familiar se proyecta hacia lo social: el primer término del título es “el bar”, espacio colectivo cuyas notas son la suciedad, el deterioro, y en el que el alcohol opera como droga. A Julio Pagani, le había confesado años antes: “La primera imagen un bar como del monte o la chacra, viejo, casi desintegrado. Allí hay una novia con su traje blanco manchado de sangre y barro” 

Las sombras y tenues luces en las que Laura (la novia) se sitúa simbolizan su estar los límites, un “entre” la vida y la muerte, el cielo y el infierno. Luces rojas como relámpagos anuncia la llegada del padre manchado de sangre. Estas imágenes potencian el discurso verbal de la Madre (“Siempre se ama la mano que castiga”) y el de la propia protagonista (“Lo único que devuelve la paz es el castigo”) 

La música del tango permite recrear el erotismo que unió a los padres, tango como mito capaz de revelar la realidad: cuando lo que provoca el deseo se ha extinguido, surge la agresión. Muerte, sangre, polvo, viento, lodo es lo que queda. Las fotos se borran. 

DORMIR EN EL AGUA propone un encuentro ficcional entre Moreno y Guadalupe en el que se entrecruzan textos de las Cartas de Guadalupe a su esposo, y textos del propio Moreno tomados de El Plan de Operaciones, donde se detallan las acciones de gobierno revolucionario fuertemente influido por el modelo jacobino de la revolución. Una creativa conjunción de palabras dichas, palabras escritas, palabras imaginadas. 

Resulta especialmente interesante el modo en el que Espíndola trabaja los diálogos: por momentos reveladores de la íntima relación de los dos personajes, por momentos cuasi monólogos en los que cada uno sigue su propio pensamiento, en especial, Moreno. Lo fragmentario y discontinuo, sumado a la convivencia de lo privado (el amor conyugal) y lo público (noticias de La Gazeta) y la coexistencia de dos voces: la femenina y la masculina, la autora logra concretar un bello documento teatralmente histórico. Como reflexionaba Michel de Certeau, toda operación de coleccionar datos, redistribuirlos y conectarlos “redefine unidades de saber” y posibilita “otra historia” 

Este encuentro calificado de “fantasmal” no hace sino reforzar la visión de una presencia /vigencia de fantasmas del pasado que opera activamente en el presente. Así como lo sentía ella (“Siento que su fantasma me persigue”), los receptores de la obra también sienten el “fantasma del prócer que nos continúa interpelándonos: ¿Quiénes son los nuevos Saavedra? ¿Quiénes los nuevos herederos de Tupac Amaru? 

LILA O DE LA SEDUCCIÓN está precedida por un epígrafe del dramaturgo argentino Héctor Levy-Daniel en el que se señala la coexistencia de diversas voces y las identidades simultáneas que conviven en el hombre, revela un especial oficio escritural. A partir de un diseño de escenas paralelas y en ocasiones simultáneas traspasa los límites de lo teatral y se adentra en lo cinematográfico. Los juegos con el espacio y el tiempo no funcionan solamente como atmósfera, sino como condición para que estos nuevos “juegos del amor y del azar” puedan revelarse. Amor, amores, erotismo y seducción. Promesas que se pueden o no mantener, luces que encandilan, abandonos y regresos. 

El volumen se cierra con dos obras concebidas para dos ciclos de “Teatro por la Identidad” ESCLAVA DEL ALMA (2001) y CRÓNICA DE LAS INDIAS (2002), esta última en colaboración con Araceli Areche. Ambas obras fueron en su momento ampliamente comentadas por lo que, en esta oportunidad, sólo señalo que en la primera se puede encontrar ya una marca distintiva de Espíndola: su trabajo con la memoria, con los estratos de la memoria. Y cómo el problema identitario no queda circunscripto a una historia individual, sino que “obliga” a toda una comunidad a asumir que no hay lugar para las conciencias sin memoria. 

Para CRÓNICA DE LAS INDIAS, Areche y Espíndola eligen como fuentes, dos autores de la época (El Inca Garcilaso y Fray Bartolomé de las Casas) y el texto HISTORIAS DE AMOR DE LA HISTORIA ARGENTINA. MUJERES EN LA CONQUISTA, una escritora argentina contemporánea (Lucía Gálvez) Los hechos históricos están utilizados como materiales de ficción y a través de la integración de ambos propone una nueva vía de comprensión de la Conquista. 

Al leer ambos textos evoqué aquellas palabras que aparecen en HEREJES, de Leonardo Padura: 

“Cuando el olvido se creyó vendedor muchas veces la memoria, con su inconcebible capacidad de resistencia, había salido a flote moviendo su pañuelo blanco”. 

En mi opinión Amancay Espíndola ha incorporado a sus propios códigos dramatúrgicos de modo originalísimo la relación de lo familiar y lo histórico, y la potencia de la imagen, que fueron determinantes en la producción de sus maestros, Bernardo Carey y Ricardo Monti. 

Ella imprime un sello personal y reconocible a sus dramas: un escenario único (un andén, una habitación, el salón de un bar) que concentra la acción -Mujeres de colores es la excepción por su carácter festivo y regocijante- elementos simbólicos que operan como claves: polvo, álamos, jarilla y agua, la presencia del alcohol como droga que libera (vino, whisky, oporto, ginebra), lo simbólico subrayado la música y por el juego de luces y sombras, el vestuario como signo de personalidad y función y su funcionamiento como disfraz (teatro dentro del teatro), y un discurso verbal histórico que permite lecturas políticas imbricado con otro sicológico y social que aborda problemas de género. Finalmente, una presencia de lo biográfico a partir de hechos y sensaciones que revela la importancia de una memoria activa. Su obra, parafraseando a Tina, personaje de MUJERES DE COLORES, es un adelantado de su alma. 


Año V, n° 215 

pzayaslima@gmail.com

lunes, 6 de abril de 2020

TRADICIÓN, RUPTURA Y CAMBIO. A PROPÓSITO DE DESIERTO Y AGUA.

Después de una gira por Perú el dúo “Desierto y Agua” integrado por Dany Riaño (voz, ronroco, toyo, quena, teclados y programación) y Andrea Feiguin (voz, sikus, erke, sintetizador y sampler) se presentó en agosto de 2019 en el Circuito Cultural JJ. En estos días, con su estreno suspendido por la pandemia, ofrecen una presentación virtual que incluye el tema SUELTO (editado en 2018), que habla del encierro, ORIGINARIO DUB y RÍOS. También difunden la canción TOCALAFE, cuyos creadores definen como “Sonido puro electro Andino donde los aires ancestrales del Erke, instrumento sagrado de la quebrada de Humahuaca se entremezclan con las texturas del sintetizador Minilogue y los ritmos fabricados con el Electribe 2. 


La integración de elementos opuestos y aparentemente contradictorios y una homogeneidad generada a partir de la confluencia de materiales y soportes heterogéneos me lleva, ante todo, a reflexionar sobre la conflictiva relación de los tres términos enunciados en el título y que tanto tienen que ver en el quehacer teatral independientemente de las culturas y de las épocas. 

Entre las precisiones terminológicas “canónicas” que ayudan a esta esta reflexión, destaco ante todo la de Yuri (1968), quien habla de rupturas y trastocamientos y define el cambio “no como evolución metódica sino como salto; no como desarrollo sino como un desplazamiento”, lo que implica 

*una inversión o reacondicionamiento de funciones 

*una nueva relación entre el material y el principio constructivo 

*una variación de la orientación de la serie, y 

*una aparición de nuevas funciones constructivas. 

En consecuencia, una readaptación de todo el sistema. 

Desde otro punto de vista Peter Bürguer (1989) lee las rupturas como “claves del conocimiento en la medida en la que revelan contradicciones” mientras que Néstor García Canclini (1992) y William Rowe -Vivian Schelling (1993) designan respectivamente, la liberación de signos culturales de puntos fijos en el espacio y el tiempo, y aquel rompimiento con la noción de la tradición como acumulación a tradición a través del tiempo, y como el surgimiento de nuevas simultaneidades en las que los elementos de territorio e historias antes separados pueden combinarse. Es decir, que los términos de ruptura y cambio aparecen asociados a otros dos conceptos: hibridación y desterriorización . 

El último abordaje que ahora asumo es el de Erika Fischer- Lichte (1989) quien reconoce dos tipos de cambio: uno el que tiene lugar dentro del contexto de un cambio cultural general y que afecta la dialéctica entre código interno del teatro y el código externo de la cultura. Y otro, basado en la dialéctica entre código y mensaje o puesta en escena, cambios puntuales que son introducidos por una puesta en escena y retomados después por otra y que, en su mayoría, conducen a una ampliación del código existente, sin que este se desintegre y se cree uno nuevo. 

Tanto el concepto de ruptura como el de cambio aparecen asociados con otros dos términos: la transgresión y la subversión, que implican –a pesar del diferente grado de radicalización- una tradición, un elemento anterior incorporado. Ligados a la idea de lo nuevo, la ruptura y el cambio pueden ser estudiados como agotamiento de un sistema, en relación al horizonte de expectativa y las normas de una época, y también pueden ser asociados a los cruces discursivos y la intertextualidad, a las recuperaciones e incorporaciones. Pueblos originarios, Argentina y Latinoamérica, en una performance que combina ritual y teatro, esa podría ser la síntesis de la propuesta de Desierto y Agua.

A través del ritmo los cuerpos de los espectadores responden al unísono y se hacen eco del emanado por los performers (cuerpo, voz, instrumentos). Lo musical se potencia por la teatralidad generada por las máscaras (modernas traslúcidas y aquellas que citan las ancestrales), la presencia de la bandera de los pueblos originarios, una mesa /altar en la que están depositados parte de los instrumentos, las proyecciones y los juegos lúminicos cuya partitura también se homologa a lo sonoro. La integración de sonido, y vestuario se verifica especialmente en los movimientos de Andrea Feiguin. 

Toda esta teatralidad no es mera decoración. Por ejemplo, en  su “Electro Folk Andino”, un ritual que combina electro cumbias y psicodelia, las intertextualidades cuidadosamente elegidas apuntan simultáneamente a lo individual y a lo  colectivo, un lirismo asociado al compromiso social,) y reconstuyen imaginarios sociales. 

Si bien la cercanía en el tiempo y un corpus limitado (parte de lo que se produce en Buenos Aires en estos últimos años) impide arribar a conclusiones, me permito arriesgar una opinión que, obviamente, puede ser revisitada y modificada: dentro del complejo sistema artístico, el juego más rico entre conservación y cambio (o ruptura) se verifica con mayor intensidad y proyección en el campo de la danza y la música. Específicamente en el caso de DESIERTO Y AGUA encontramos una búsqueda para modificar los códigos tradicionales de la música y el teatro, y una audaz apuesta por sistemas sígnicos funcionalmente interdependientes que apuntan lo visual y lo auditivo de la música y el teatro a través de la reinterpretación y cambios de función, más que contra los códigos. 

Combinaciones inusitadas (temas contemporáneos propios y ejecución con instrumentos nativos; máscaras futuristas y ancestrales) e introducción de elementos nuevos en los que descubren un rasgo común que permite un proceso de homologación (lo ecológico). 

Este breve comentario no nos permite afirmar (carezco de posibilidades de registro) si este espectáculo podrá generar transformaciones significativas en otras puestas en escena, en las formas de producción y recepción, en las técnicas actorales o en la configuración de una identidad cultural. Sí, una búsqueda de lo nuevo para esclarecer desde la representación escénica una tradición, una identidad latinoamericana. 

Desierto y Agua (DyA) un título doblemente denotativo como unión de lo diferente: lo femenino y lo masculino, y de dos elementos opuestos que reunido generan un oasis. En ambos casos, una fuente de vida. 




AÑO V, n° 214 
pzayaslima@gmail.com