domingo, 29 de abril de 2018

EL REÑIDERO, DEL TEATRO A LA DANZA.



En la primera mitad de la temporada 2018, el ballet contemporáneo del teatro San Martín ofreció una transposición de la obra de Sergio De Cecco bajo la coreografía y dirección de Alejandro Cervera y con música original de Zypce. El dramaturgo presenta su versión del mito clásico de Electra en 1964[1]
y lo recrea en un espacio y un tiempo que pertenece a una mitología local: el arrabal, sublimado a partir de algunos textos borgianos como el paradigmático Hombre de la esquina rosada. En mi Diccionario de Autores Teatrales incluyo declaraciones de De Cecco que no sólo facilitan la lectura de su texto, sino que permiten comprender mejor la propuesta de Cervera a 54 años del estreno de la obra teatral:

 
“Mi sueño inicial con El reñidero era que lo pudiera disfrutar cualquier espectador aunque no supiera nada de Sófocles, como si fuera un melodrama (…), lo concebí como un melodrama argentino que quise hacer popular (…) A la gente le gusta sobre todo, encontrarse con su propia historia. Descubrí esto cuando desentrañe la esencia del teatro popular”.


A la luz del texto fuente y de estas declaraciones, considero esclarecedor reflexionar sobre la explicación que el coreógrafo ofrece sobre algunos aspectos de su propuesta en el Programa de Mano:



“En varios aspectos del trabajo hay un tránsito, a veces temporal, a veces de espacios. Ya desde la primera escena, las relaciones de esta familia, los Morales se van armando y cargando con la intensidad de un destino irreversible”



La omnipresencia del lecho en el escenario, ya sea al fondo o en un lugar central subraya aspectos clave de la historia: lecho como espacio de eros y de tanatos (pulsión de muerte). Esa cama de hierro opera como un imán que atrae y atrapa a los personajes: sobre ella o a su alrededor se desplazan y entre chocan el padre, la hija, la madre y el amante.



“Los personajes están signados por la venganza, el deseo y la traición que aparecen en la Electra de Sófocles y luego en El reñidero de De Cecco, quien magistralmente inserta el drama de una Argentina de cuchilleros y punteros de estirpe borgiana. Yo me he permitido avanzar un poco más. Esa violencia sórdida y trágica aparece entonces enmarcada en resplandores que conocemos de la Argentina de hoy, violenta y un poco a la deriva”.


Lo mítico y su relación con el mito aparecen en el diseño del espacio que realiza a través del desplazamiento de los cuerpos de los bailarines y de la cama metálica objeto simbólico del amor y de la muerte. No desmitifica sino que transforma y su espectáculo revela la coexistencia de lo universal con la visión del mundo de de un autor argentino de los ´60 y un coreógrafo del siglo XXI.

En ese “avance” sobre el texto de De Cecco, Cervera amplía el campo sociológico sin abandonar el mundo de cada uno de los personajes (conflictos y peripecias) que aparecen expresados paralelamente a través de una actriz narradora.


“Está claro que el lenguaje es fuertemente teatral. Hay cinco protagónicos y un grupo de hombres y mujeres que, en realidad, son todos hombres de cuchillo”. 


La diferencia numérica, cinco personajes tomados de la tragedia griega original y de la obra argentina, frente a la veintena de cuchilleros, refuerza ese plus al que se refiere el coreógrafo. Lo argentino del pasado (el arrabal), pero también del presente (la violencia por momentos programada, por momentos caótica, el todos contra todos, los gestos amenazantes cara a la platea). Los desplazamientos circulares dominantes remiten al mito, lo cíclico, un principio que coincide con el fin; la disposición de las armas en una perfecta diagonal, cita de lo avieso, la traición, el disimulo. Todos ellos pueden compactar el tiempo y expandir el espacio: de hecho esto revela aspectos propios del mito y de los rituales.

 
“El sonido, la música, a cargo de Zypce, coloca a la obra en zonas muy diferenciadas, en un registro muy amplio”.


La presencia en vivo de los músicos Eliseo Tapia y Arauco Yepes resulta fundamental Desde un plano elevado no sólo contemplan lo que se desarrolla en escena, sino que al entrar en diálogo con un personajes, le guían (¿o desafían?) con sus propuestas rítmicas. La heterogeneidad de los temas elegidos por el propio Alejandro Cervera apunta representar lo clásico, lo contemporáneo, lo porteño y lo popular
[2]. La presencia de Zypce (música original) como coautor del espectáculo –junto con Sergio De Cecco y Alejandro Cervera subraya la importancia que aquí cobra el elemento sonoro, pero asimismo la línea estética seguida. Este músico desde los ´90 ha compuesto música para espectáculos de teatro y de ballet, considerado creativo y experimental, pero al mismo tiempo conocedor del tango (“capaz de cantar como Rivero”), encarna en sí mismo la capacidad de fusionar técnicas y géneros.


“En este montaje recordé mucho a mis maestras, Renate Schottelius y Ana Itelman. Por distintos motivos, ellas sobrevuelan en este Reñidero."



Tal vez de Ana “sobrevuelan”, el deseo de integrar la dinámica del tango al lenguaje coreográfico académico, la articulación de elementos dramáticos y teatrales, su trabajo con lo temporal y lo espacial; y de Renate, su opción por utilizar toda clase de músicas y fusionar las técnicas clásica y moderna para potenciar los contrastes dinámicos

Como De Cecco, Cervera, bucea en las raíces de lo popular, mantiene como soporte la estructura clásica (el mito), apunta al disfrute del espectador, tanto desde lo estético, como desde lo emocional. Cuando se trata de transposiciones (no importa cuáles sean los cambios de soporte que implican), la crítica suele interrogarse si se ha respetado o no el texto fuente. No creo que el concepto de respeto conlleve una carga valorativa (ni siquiera descriptiva). Por eso en esta nota me inclino por una mirada que revele que es lo que se incorpora, lo que se agrega o lo que lo modifica, y, sobre todo, lo enriquece.


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 Año III, n° 125

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[1] Bajo el auspicio del  FNA se  había publicado en  1962, recibido el Premio Municipal en 1963. Su versión fílmica es de  1965 y es seleccionada para el  Festival de Cannes. Alcanza  el éxito también en  distintos países latinoamericanos y en  Rusia En los ´80 en calidad de libretista la incluye como texto para un programa televisivo unitario.
[2] “El Sargento  Cabral” (M. O. Campoamor), “El porteñito” (A. Villoldo), “Joaquina” (J.  Bergamino)” Trío N° 123” (J. Haydn), “No me quiero curar” (Pibes  Chorros) “Otra oportunidad” (Pala  Ancha),

domingo, 22 de abril de 2018

OTRA MIRADA AL GROTESCO CRIOLLO, UN ENSAYO DE GRACIELA INFANTE.


Editado en el 2017 en Rosario, provincia de Santa Fe, por Homo Sapiens Ediciones, este libro sólo en estos días ha llegado a mis manos a través del envío personal del editor Oscar López (Nueva Generación). No está en las librerías de Buenos Aires y pongo en duda en que lo esté en la citada provincia, lo que vuelve a poner en evidencia los problemas que los investigadores teatrales suelen tener con la distribución y la difusión de sus trabajos, hecho que se agudiza cuando se trata de textos producidos fuera de la capital.

 En este caso puntual lo grave es que se trata de un producto de inusual calidad y relevancia para quienes están interesados en el género grotesco/grotesco criollo, en la figura de Armando Discépolo, en el sistema actancial, el análisis del discurso y otros enfoques aplicados al análisis de textos dramáticos y en los estudios culturales.

A lo largo de 274 páginas la Lic. Graciela Infante propone, a partir de una revisión de las investigaciones realizadas sobre el grotesco, el grotesco criollo y Armando Discépolo, la intertextualidad, la productividad y la transdiscursividad (Introducción), dos ejes estructuradores: “La ubicación del grotesco criollo en una periodización del teatro argentino” (Primera Parte) y el análisis de cinco grotescos reunidos bajo el título “El sufrimiento sin voz del fracaso de un tiempo” (Segunda Parte).

 Los principales temas que desarrolla en la primera parte se refiere a los contextos y períodos que explican la génesis del grotesco criollo y la ubicación de éste en la historia del teatro argentino, y finaliza con un rastreo histórico del concepto “grotesco criollo”, historización que abarca desde 1934 a 2010.

 El análisis de las obras es realizado desde el campo de la literatura y entre los teóricos que sustentan su punto de partida aparecen Roland Barthes, Cesare Segre, Umberto Eco y Marc Angenot. Si bien se focaliza en el texto dramático considera “que debemos tomar nota de la referencia histórica y social en la que los discursos adquieren su verdadera dimensión, incorporando conceptos y nociones de otros campos disciplinares” (p. 21). Idénticos pasos se siguen a la hora de analizar Mateo, El organito, Stéfano, Cremona y Relojero: dramaturgia, intriga, personaje, tiempo y espacio, principios estructurales, texto dramático y discurso teatral, temas y apuestas del diálogo, estrategia de información pistas para reflexionar y comparar. Precisamente este último paso revela los alcances de su personal lectura y profundas reflexiones. Basta como ejemplo la relación que establece entre los diálogos de Relojero con algunos textos del sociólogo Zygmunt Bauman (p. 198-199). Las conclusiones no sólo rescatan y sintetizan el proceso de investigación seguido en el que el texto teatral aparece “como la punta del iceberg, de la interacción cultural en la que se unen la práctica enunciativa del autor, el mundo externo al texto y el interno, el nivel colectivo y el individual, los sujetos y el mismo entramado social” (p. 217), sino que expone las catorce características que según la autora otorgan especificidad a la obra de Discépolo y ofrece un inteligente gráfico de elaboración propia en el que señala las características específicas del grotesco criollo.

 El volumen se cierra con una extensa bibliografía general consultada en Buenos Aires que incluye libros, artículos, avisos y críticas de las presentaciones y páginas web, y un Anexo “Revisión de los diarios La Nación y La prensa en la época de los estrenos de los cinco grotescos criollos de Don Armando Discépolo” a partir de su trabajo en Hemerotecas y bibliotecas de Rosario.

 El prólogo de Carlos Fos “El teatro de la inmigración, una mirada histórica y de análisis que huye del simplismo”, ofrece al lector una interesante y enriquecedora propuesta: en un juego de cajas chinas (o de muñecas rusas) podemos “mirar” como el prologuista lee a Infante quien, a su vez ha leído a Discépolo…

Resulta auspicioso el anuncio de un segundo tomo en el que mostrará “como el grotesco criollo aún permanece en huellas a veces muy visibles y otras totalmente sutiles, enmarañadas en sus temáticas, en su dolor, en su voz que habla por aquellos que perdieron la capacidad de hacerlo” (Agradecimientos).

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Año III, n° 124.

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lunes, 16 de abril de 2018

COCIUFFO RECREA A DUNCAN EN CANTO A ISADORA.



En marzo de este año Natalia Cociuffo encarna a Isadora Duncan en un espectáculo que engarza ficción e historia, diálogos imaginarios pero reveladores, reflexiones sobre las artes y el artista, y situaciones que involucran al cuerpo en su totalidad.

 El texto de María de las Mercedes Hernando ofrece más allá de un relato sobre momentos de la etapa final de la carrera de Isadora, puntas que conducen al espectador a repensar varias ideas: la especificidad de las artes, los efectos catárticos del teatro en los creadores y en los receptores, la danza y la música, la vulnerabilidad del artista, la integración palabra-voz-cuerpo, el universo femenino, lo efímero y lo permanente. La autora otorga un lugar central a la figura de Walt Whitman y propone un diálogo imaginario, especialmente importante porque revela simultáneamente, los sentimientos, los anhelos y la estética de la bailarina. Isadora deseaba corporizar las palabras de, porque desde lo verbal representaban lo que ella expresaba a través de la danza: la pasión, el dolor, la resistencia y superación de las adversidades. Verso libre, obra controvertida, críticas por la sensualidad expuesta en Whitman (en Leaves of grass -1855-, él se definía como un cosmos, desordenado, carnal y sensual), hallaban su paralelismo en la libertad frente a las normas clásicas, espectáculos que generaban polémica, escándalo por el sensualismo que emanaban.

 La directora Valeria Ambrosio organiza las secuencias que evocan distintos momentos y niveles de realidad (lo vivido, lo soñado, lo imaginado) desde un cuidado manejo de la iluminación (responsabilidad que comparte con Leonardo Gaetani) que facilita la comprensión de la historia presentada, y de los recorridos en un espacio delimitado tanto por la escenografía de René Diviú (asimismo creador del vestuario) como por la coreografía de Elizabeth De Chapeurouge. Las transparencias elegidas por Diviú son especialmente acertadas, porque funcionalmente permiten la co-presencia de lo vivido y lo evocado, y plásticamente sugieren esa bruma invisible, pero al mismo tiempo, densa y envolvente que invadía y oprimía el alma de Isadora.

 También resulta fundamental la presencia en escena del pianista Pablo Bronzini, no sólo por su música, sino por la especial interacción que se desarrolla a lo largo del espectáculo entre el piano como instrumento y la actriz: la música es aliciente, ritmo que dirige (o acompaña) soporte y refugio.

 Cociuffo se desplaza como si la hiciera bailar alguna música sólo audible para ella, armada por un notable dominio del los ritmos internos. A través de su cuerpo y lo vocal (voz hablada y voz cantada) va construyendo la identidad de la artista evocada, al tiempo que impone la suya propia. Soslaya la literalidad de la historia y, desde la propuesta coreográfica, la tentación de “imitar” la danza de Isadora, pero la cita de manera contundente y precisa a partir de un trabajo de exploración de ciertas pautas emocionales y rítmicas que marcaron el trabajo de la Duncan. Al contemplar la performance de Cociuffo inmediatamente evoco aquel fragmento del texto autobiográfico Mi vida (1927) en el que la bailarina norteamericana declaraba: “Nací a la orilla del mar. Mir primera idea del movimiento y de la danza me ha venido seguramente del ritmo de las olas”: no sólo exhibe ese dominio de los ritmos internos antes mencionados, sino que los armoniza con los ritmo de la naturaleza que cita.

 No podemos saber cuánto de la Duncan hay en Cociuffo, sí del talento de esta artista argentina capaz de recrear lo esencial de la mítica bailarina y transmitir paralelamente con su personal estilo la idea del “poder femenino” y de la capacidad del arte para “sublimar dolores”
[1].

 
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Año III, n° 123

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[1]Declaraciones de la actriz en : “Isadora  Duncan revive en el cuerpo de  Natalia  Cociuffo”,  Entrevista de  Julieta  Rovaletti, La  Nación, sábado  10 de marzo de  2018

lunes, 9 de abril de 2018

EL TERCER APETITO, de José Luis Arias y Alejandra Sánchez.

El chef italiano Massimo  Bottura, afirmaba que su  objetivo era transformar la cocina tradicional en una obra de arte contemporáneo. Para Arias y Sánchez, derivar una experiencia culinaria en una experiencia teatral. Para el primero “Cocinar es una colisión de ideas, técnicas y culturas.  No es matemático. Es emocional” ; para los segundos, la construcción de una metáfora perfecta del proceso creativo.

En el informe a la prensa, estos  dos últimos artistas ofrecen una síntesis del proceso creativo:
“El tercer apetito nace del encuentro de dos grandes deseos personales: el de actuar  en un unipersonal y el de  investigar la creación de espectáculos a partir de las palabras del actor. Ese fue  el puntapié inicial para que afloraran las pasiones compartidas con las que sabíamos que contábamos: los procesos creativos, la búsqueda, la comida.  El mundo  de  la gastronomía inmediatamente condensó la metáfora de la creación y resultó una fuente interminable de sensorialidad. Y como todo  proceso que fluye, la historia se fue escribiendo con intuición, con mirada alerta, sumando, restando, casi siempre restando.  El proceso –extenso, intenso- no dejó de sorprendernos, al punto de llevarnos a estrenar en México, rodeados de sabores insospechados”.
Los  autores  Alejandra Sánchez (también la directora) y José Luis  Arias (también el actor)  pertenecen a una misma generación, no sólo por la fecha de nacimiento sino por su formación actoral (paso por el IFT) y la experiencia  vivida con el director  Paco  Giménez. Por ello  escritura, dirección y actuación confluyen de modo natural en la  concepción de un material  escénico-poético anclado en lo cotidiano y una interrelación estrecha entre  el cuerpo y la palabra. Creo que precisamente  por su experiencia  con el colectivo  “La noche en vela” estos creadores pudieron potenciar la capacidad de sacar el máximo partido a sus instrumentos, introducir el humor, dosificar las transiciones, hacer que lo estudiado parezca espontáneo, transitar  tonos y volúmenes (gritos, susurros, canto), convertir un espacio mínimo en una eficaz imagen del mundo.

El espectáculo convierte a un ámbito cotidiano por excelencia (la cocina) en un lugar de reflexión sobre la creación y sus efectos sobre el artista, y sobre quien la contempla.   Ese cocinero, cuyas ideas le son plagiadas por un discípulo, y su ámbito de trabajo ha sido  clausurado, continúa elaborando su libro y cocina para sí mismo y consume su propio trabajo en medio de la adversidad. Arias encarna a ese artista (autor-actor-cocinero) apasionado y reflexivo que goza y sufre,  trabaja e investiga para desentrañar los secretos  de las cosas que hacen a los hombres más humanos. Los alimentos elegidos para cocinar (y para analizar) son signos que denotan y connotan. El huevo, símbolo cósmico, germen de la generación (para los alquimistas se trataba del continente de la materia y del pensamiento) ; el agua, fuente de vida pero también encarnación de las posibilidades  aún virtuales de la creación; la sal y el azúcar,  como marcas del inicio y el final del banquete. 

Su búsqueda de  “sabores insospechados”, se complementa con la investigación sobre la complementariedad  de los opuestos, la integración de lo aparente irreconciliable por ser distinto. La referencia al cóndor, cuya ala emplumada abraza y su carne cocina e ingiere apunta a marcar un similar destino: un ser en vías de extinción, identificación que concreta al final del espectáculo con una imagen que cita a los mártires expuestos bajo altares.

El diseño escenográfico de  Victoria Papurello permite que la cocina se convierta en un espacio ritual /plástico/dramático,  por momentos subrayado por la música, en el que la pasión convive con lo poético, lo fáctico con lo filosófico, lo racional con lo sensorial.  El protagonista canta y bebe  un vino “dionisíaco” cuya ambivalencia la puesta en escena, la escenografía y la actuación subrayan: vino como sacrificio, como embriaguez sagrada, como vía  “que permite al hombre participar fugazmente del modo de ser atribuido a los dioses”. Por eso  el ámbito de las disputas legales o de la fama banal corresponden a un fuera de escena. La cocina es el lugar sagrado que cumple dos funciones que apuntan a campos diferentes: eliminar el  hambre  y despertar los sentidos.  De allí la clara referencia al arte: en este caso, el  teatro como espacio que permite hallar respuestas esenciales  a sus creadores, y potenciar en el espectador su capacidad receptiva a través de lo visual, lo olfativo y lo auditivo.





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Año III, n° 122

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lunes, 2 de abril de 2018

BERNARDO CANAL FEIJÓO FRENTE AL ESPACIO CULTURAL ARGENTINO (Un anticipo de mi próximo libro)


Tres obras dramáticas de tres décadas diferentes son suficientes para considerar a este artista santiagueño como una de las voces más representativa entre aquellos que apostaron indagar sobre nuestros orígenes, redefinir identidades y encontrar un nuevo camino para la “cultura nacional”. Nos referimos a Pasión y muerte de Silverio Leguizamón (1944), Los casos de Juan el zorro (1954), Tungasuka (1963).

De hecho, su línea de pensamiento se manifiesta en varios libros dedicados al estudio de mitos, tradiciones, lenguaje y costumbres de la campaña argentina, entre los cuales se destacan Ensayo sobre la expresión artística en Santiago del Estero (1937), Mitos perdidos (1938), Los casos de Juan (1939), y su enfoque sobre los hechos histórico (Premio Losada 1960 para Ensayo sobre el Sesquicentenarios de la Revolución de Mayo). A comienzo de la década del ´40, en un momento, en el que los movimientos nacionalistas ocupaban un lugar protagónico, hace conocer su postura en una serie de proposiciones en torno al problema de una cultura nacional argentina; posición que luego reelaboró en Confines de Occidente (1954). Canal Feijóo fue capaz de reescribir y desmontar al menos tres antinomias que marcan nuestra historia como país y el desarrollo del pensamiento teórico: cultura popular y cultura letrada (La expresión popular dramática, 1943), el mundo indígena y el mundo de los blancos (Burla, credo y culpa en la creación anónima, 1952), la ciudad capital y las ciudades del “interior” (Teoría de la ciudad argentina, 1951); folklore y sociología, historia y ficción (Una teoría teatral argentina, 1956). Su adhesión al pensamiento de Alberdi se materializa en trabajos sobre lo que implican la Constitución y la Revolución y culmina en Integración constitucional argentina (1957). Y, en un dramático momento político de nuestro país se atreve a analizar un tema polémico, aún hoy vigente, el populismo (El populismo en la Argentina, 1976). Para examinar la realidad recurre a los datos que pueden suministrarle la sociología, la historia, la sicología o la economía, lo que se verifica ya en sus diferentes libros de poemas.

Sus reflexiones teóricas encuentran su correspondencia en su producción dramática y poética. Por ello nuestro trabajo abarcará tres partes: ensayo, teatro y poesía. En este breve artículo voy a detenerme en alguna de sus ideas sobre el teatro y su relación con la historia.

Un artículo de 1944 echa luz sobre las tres obras dramáticas antes mencionadas. Canal Feijóo considera al acto teatral como “una proposición absoluta e impersonal, una interrogación dirigida a la comunidad. Tanto el acto cultural como el acto teatral, están animados de un sentido fundamental de comunión” (el subrayado me corresponde). Puede verse claramente cómo estas ideas son retomadas y/o parafraseadas en la actualidad aunque no siempre se cita a su autor original. Asimismo aporta una lúcida reflexión sobre la máscara “la máscara no era un atributo original del teatro –venía del acto cultual-…” y sobre sus diferentes funciones: “En el uso religioso la máscara es un instrumento de identificación mágica. La máscara teatral se apoya en los supuestos de una idea previa de resalte de la personalidad, si bien levantando la definición de los rasgos hasta la cima de una verdadera tipificación”. Reconoce en el acto religioso un acto de “advocación”, y en teatral, de “convocación”, al tiempo que descubre como paradoja el hecho de superponer una máscara estática sobre el acto dinámico. Una atenta lectura de este y otros trabajos revela claramente como en la primera mitad del siglo XX este pensador se adelantaba a muchos investigadores nacionales y extranjeros en lo que se refiere a las diferencias entre rito y teatro y a los alcances de la recepción.

Sitúa al teatro como la primera de las artes profanas “en un plano de valor absoluto a la humanidad al hombre como zoón politikón; como ser sociable y reflexivo”, pero también por el hecho de pedir “el sufragio colectivo e impersonal” de un pueblo que demuestra libertad de gusto y de juicio, se revela también “como la primera de las artes de inspiración democrática”. En Canal Feijóo resulta válida y certera la hoy tan bastardeada frase “nacional y popular”.

Afirma: “Hay una base nacional forzosa para el problema del teatro y es que éste comienza y acaba en el pueblo. El teatro existe porque hay una conciencia o sub conciencia colectiva que quiere y es capaz de renovarse en proyección estética” (Para él no hay teatro sin fe colectiva). También resulta clarificador su pensamiento sobre el gaucho, al que reconoce como el primer personaje teatral y que resulta enfocado desde dos puntos de vista: una de “héroe rural” y otra de “delincuente urbano”, lo que lo conduce a una reflexión final:



Cuando en nuestra historia lleva a concebirse la antinomia civilización y barbarie, el gaucho adquiere de pronto una super realidad entre carnal y mítica que lo pone exactamente en el fiel de las potencias sentimentales y racionales en que ha dicotimizado el alma nacional y se vuelve personaje rigurosamente teatrable. Luego, el gaucho desaparece formalmente de toda visión nacional”.
[1]

Apasionado por la historia y la posibilidad de incorporarla en la ficción sostenía, justifica y nos introduce en la lectura de su producción dramática, al tiempo que desarrolla un concepto por él preferido, “subentender”:



“Tenemos una historia mucho más hermosa que la que presentan los historiadores (…) Al ser nacional se lo quiere representar como personalidad estatuaria simbólica, así como se presenta a Cristo Crucificado. No. Es un ente existencial que está hablando por todos, pero que a veces encuentra la personalidad individual que lo asume y lo da por representación infusa total, Se dice que hablando se entiende la gente (…) No. Hay un entendimiento antes de hablar, que hace que nosotros no necesitemos diez minutos para pensar en las palabras que está diciendo el otro porque lo sobreentendemos (…) Estamos subterráneamente comunicados. Bueno, el ser nacional es eso. Encuentro que el ser nacional se expresa en toda voz que resulte unánime, que hable por todos…”
[2]

Este concepto de lo nacional encuentra su correlato en los ensayos sobre lo popular americano, entre los cuales sobresale La expresión popular dramática. Allí demuestra cómo “la expresión en acto constituye a menudo la forma más firme y poderosa del lenguaje del pueblo” y describe cómo “lo larvar, lo mezclado, lo confuso, lo involutivo es lo más abundante y típico de la expresión popular americana”. La transformación del espacio y del tiempo, como así la representación del otro

A 120 años de su nacimiento Canal Feijóo sigue operando como modelo de investigador y dramaturgo que al tiempo de revelar los efectos de la conquista y colonización americana, pone de manifiesto aquellas estrategias de encubrimiento por parte de quienes se consideraron vencedores, lo que lo sitúa entre los más valiosos ensayistas argentinos del siglo XX, capaces de proyectarse al siglo XXI. Sus obras teóricas y dramáticas ayuda a decodificar mitos y mentiras en los proyectos utópicos, silencios y parcialidades a la hora de tratar temas históricos, hipocresías a la hora de configurar al otro, y pereza intelectual al sostener antinomias constitutivas de modo acrítico. 

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Año III, N° 121

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[1] “En el principio era el teatro” (Cuadernos de cultura teatral, Buenos Aires, n° 18, pp. 63-83),

[2] Citado en la nota necrológica (La Prensa, 11/10/1982.