miércoles, 21 de febrero de 2024

EL TEATRO NORTEAMERICANO EN BUENOS AIRES EN LA SEGUNDA MITAD DEL SIGLO XX.

 

 Buenos Aires descubre el teatro norteamericano a mediados de la década del ´50 cuando teatros oficiales, comerciales y, en especial, grupos independientes comienzan a difundir asiduamente obras de Elmer Rice, James  Maxwell   Anderson,  Erskine Caldwell, T. S. Eliot, Tennessee Williams, Eugene O´Neill y Arthur Miller. Confluyen variadas elecciones estéticas (realismo, costumbrismo, expresionismo, simbolismo, teatro poético en verso), variados género (comedias brillantes y sentimentales, dramas melodramas, comedias musicales) y el público asiste entusiasmado a todas estas eclécticas propuestas, pero consagra como los mejores los tres últimos dramaturgos citados.

No sólo se trata sólo de representaciones; los textos aparecen traducidos y las ediciones agotadas vuelven a reimprimirse con largas tiradas; y se divulgan en español los principales ensayos e historias sobre el teatro norteamericano y sus dramaturgos.

En 1964, el público porteño se sacude con el estreno de ¿QUIEN LE TEME A VIRGINIA WOOLF, de Edward Albee. Los críticos se desconciertan ante un autor muy difícil de clasificar y sus opiniones divergen: algunos lo califican de iracundo, otros de vanguardista, o de representante del realismo exasperado, o del hiperrealismo. Pero, al margen de la polémica generada, lo verdaderamente significativo es que esta pieza dramática se convierte en un “modelo productivo” para algunos dramaturgos argentinos. ¿A QUÉ JUGAMOS ?,de Carlos Gorostiza, y SE ACABÓ LA DIVERSIÓN, de Juan Carlos Gené – ambas de 1968- son claros ejemplos.

A partir de la década del ´60, y hasta mediados de los ´70, se difunden –aunque ya no en un nivel masivo- la labor John, Alan Kaprow y otros cultores del happening, y, en ámbitos más politizado, las propuestas del  Living  Theater de  Beck-  Judith Malina, el  Open Theater de  Chaikin, la  San Francisco  Mime  Troupe, el  Teatro de  Guerrilla y el  Café  La  Mama.

En los ´80 las jóvenes generaciones de actores y directores se alejan del teatro dialogado en prosa tradicional y prefieren expresarse a través del cuerpo, y, siguiendo las propuestas, en especial las de Richard Schechner, apuestan por las “performances”.

También en esos años comienzan a difundirse con gran éxito las comedias musicales difundidas por el cine de Hollywood y las producciones de Broadway.  El título de uno de los espectáculos del director Pepe Cibrián, AQUÍ TAMBIÉN PODEMOS HACERLOS, sintetiza expresamente la existencia de estas relaciones. El género mantiene su total vigencia en nuestro país hasta nuestros días, tanto en lo que hace a estrenos en castellano de las más paradigmáticas obras extranjeras (HAIR, AMOR SIN BARRERAS, CATS, entre muchas otras), como aquellas generadas originalmente por autores, directores y músicos nacionales

 Frente a un panorama tan extenso y complejo en este artículo me focalizaré en un breve análisis sobre qué tipo de estímulos produjeron y qué tipo de respuestas generaron las piezas dramáticas de Arthur Miller y la labor de Allan Kaprow en el público, la crítica y los creadores escénicos.

 

ARTHUR MILLER Y EL TEATRO ARGENTINO

Tanto por el atractivo que ejercieron sobre los espectadores y los críticos como por el impacto que produjeron en los escritores que conformaron nuestra generación realista de los ´60, las obras de Miller contribuyeron a afianzar y canonizar un realismo social que había comenzado en nuestro país en 1949 con EL PUENTE, de Carlos Gorostiza. El punto de partida de este autor había sido “la búsqueda de un estilo expresivo que nos represente que nos diferencia y que nos reconozca, como así también mostrar “al hombre argentino de ley (TALIA/ 5, n°30,1966, p.10).

Varios números del BOLETÍN SOCIAL DE ARGENTORES revelan la enorme afluencia de pública para asistir a las representaciones de la producción dramática de Miller en los escenarios capitalinos, las que en todos los casos sobrepasaron las cien representaciones, a lo que se suma las reposiciones posteriores en Buenos Aires y el interior del país de PANORAMA DESDE EL PUENTE, LA MUERTE DE UN VIAJANTE y LAS BRUJAS DE SALEM. Las críticas periodísticas, los artículos aparecidos en prestigiosas revistas literarias y los ensayos dedicados a Miller surgidos en dicha década, revelan la unánime admiración generado en nuestro campo cultural.

PANORAMA DESDE EL PUENTE fue uno de los acontecimientos escénicos más importantes en 1956 y estuvo casi tres temporadas en cartel; un año antes LAS BRUJAS DE SALEM se había representado simultáneamente en idisch (en el teatro IFT), en castellano (en el Instituto de Arte Moderno) y en francés (elencos independientes.  Una década más tarde, tres obras ocupan la cartelera capitalina: RECUERDO DE DOS LUNES, DESPUÉS DE LA CAÍDA y LA MUERTE DE UN VIAJANTE, en 1971 se difunden INCIDENTE EN VICHY, una versión de PANORAMA DESDE EL PUENTE –representada en el antiguo puente de hierro de la Boca- y LAS BRUJAS DE SALEM. Estos son sólo algunos ejemplos.

En lo que se refiere al sistema de relaciones que se establece entre la producción dramática de Miller y Roberto Cossa, las palabras de este último resultan esclarecedoras:

“Tanto me apasionó LA MUERTE DE UN VIAJANTE, que una vez, por simple ejercicio trasladé sus parlamentos al lenguaje porteño” (s./f., “EL fin de semana que duró cuatro años”, PRIMERA PLANA, 26/5/1964, p. 44). “Fui dos veces a verla. Primero me llevaron mis tíos, cuando tenía quince años, y luego arrastré a varios amigos. Tuve que hacer cola desde las siete de la mañana para conseguir lugar en las primeras filas. Ahora me doy cuenta de que aquella representación me marcó definitivamente para el teatro. A partir de allí quise estar cerca, introducirme en esa magia. Toda mi familia había visto la obra y durante icho tiempo fue tema de discusión en mi casa” (Pedro Espinosa, “Miller en la Argentina, TEATRO, año 5, n° 18, p. 56).

Basta comparar las declaraciones de Miller sobre lo dicho y escrito sobre esta obra desde el punto de vista sicológico y político social, y las del propio Roberto Cossa  para entender la atracción de éste por personajes capaz de marcar “carnalmente” a un receptor, personajes ni heroicos ni malvados, debatiéndose en la ambigua condición de víctimas y cómplices, que se mueven en torno a un eje culpa-responsabilidad.

El proyecto realista de Miller se encarna en la obra de Cossa básicamente en tres planos:

A)    La utilización de todos los procedimientos que contribuyen a reforzar la legibilidad y la coherencia interna del drama (acotaciones escénicas, empleo de diversos registros lingüísticos, repeticiones, personajes y situaciones cotidianas, especialmente en NUESTRO FIN DE SEMANA (1964).

B)   La indagación seria de la historia contemporánea a la cual se integran las historias de los personajes dramáticos, como sucede en LA PATA DE LA SOTA (1966).

C)   El empleo de imágenes estructurales simples (con mayor o menor intensidad en la totalidad de su producción).

 

Es decir, existe una común adhesión a la estética de la “mimesis”, entendida como transparencia de lo real y de lo verosímil referencial, y también a una filosofía que muestra a la persona como influida o determinada por el medio.

La intertextualidad se manifiesta claramente en la obra de 1966, no sólo por la utilización del recurso del flash back (es imposible no asociar a esos pasados que se integran al presente de Willy Loman), sino por la mostración de ciertos mitos de la clase media como el del éxito, de sus rutinas y alienación y, finalmente, por esa pedagogía que se evidencia cada vez que el conflicto es llevado al plano de las opciones morales. Las relaciones entre ambas obras se estrechan en el campo de la estructura.   “Sobre todo en el sentido estructural yo buscaba hacer un drama con verdadera apariencia de vida”, sostenía Miller (TEATRO. Con una introducción del autor, Buenos Aires, Compañía Fabril Editora, 1964).

En ambas piezas, LA MUERTE DE UN VIAJANTE y LA PATA DE LA SOTA, se registran varias de esas imágenes estructurales simples. La imagen del envejecimiento (Willy  Loman y  José  Dagostino), imagen del ensañamiento cuando el amor se va transformado en otra cosa(Willy-Linda, Juan Carlos-Marta), las relaciones familiares desquiciadas de los Loman y los Dagostino), imágenes de futilidad (las  “vacías tardes domingueras lustrando el automóvil”, mencionadas por  Miller; las prácticas religiosas  exteriores de Clementina en la obra de Cossa); la imagen de la gente convirtiéndose en extraños (frente a ella,  Willy y José cumplen con la función que los caracteriza como personajes: no comprender). Y, retomando las palabras del dramaturgo norteamericano, “la imagen de una necesidad mayor que el hambre o el sexo o la sed, una necesidad de inmortalidad”.

Además de las obras de Cossa citadas, en las que la de Miller opera como un “modelo productivo”, podríamos citar otras obras de autores argentinos como Ricardo Halac y Carlos Somigliana en las que este modelo fue adoptado e internalizado. Y en el caso de la recepción, tanto en el público general como en la crítica, Miller y nuestros autores de la generación del ’60 provocaron una especial fascinación un efecto de ilusión referencial, de proyecciones e identificaciones diversas. 

 

EL HAPPENING

El primer happening que dio nombre a ese tipo de actividad artística y en ocasiones contestataria, fue el del discípulo de John Cage, Allan Kaprow, 18 HAPPENING IN 6 PARTS, presentado en los Estados Unidos en 1959. Durante cierto tiempo la actividad productiva de happenings fue llevada a cabo por artistas vinculados a la galería de Reuben: Robert Whitman, Jim Dine, Red Grooms, Claes Oldenburg y otros.  Hacia 1962 Vostell lo difunde en Alemania y Marta Minujin en la Argentina.  Ella continúa la propuesta de Kaprow y cumple con dos de sus principales objetivos: suprimir la distancia entre el arte y la vida, y despertar los sentidos, el reconocimiento de los demás y del entorno para poner nuevamente en juego al individuo y a  la sociedad creando una especie de  ”contraentorno”[1]. Continúa también el pensamiento de Michael Kirby, quien sostiene que en el happening no se dispone de asociaciones lógicas o de detalles no ambiguos que ayuden a establecer un contexto racional[2].

Entre 1962 y 1966, un número considerable de happenings son estrenados en Buenos Aires auspiciados por el Instituto  Di Tella[3]. Un dato insoslayable   es que la mayoría de los autores de esos espectáculos estaban estrechamente relacionados con los creadores norteamericanos.

Entre enero y marzo de 1966, Oscar Massota estuvo en  contacto con Allan Kaprow,  Dick Higgins, Al Hansen,  Carolee  Schneemann  y asistió en Nueva York a la representación de  alrededor de diez  happening.  Dos de ellos le interesaron especialmente pues incluían la presencia física del creador y un número que no sobrepasaba el de 200 espectadores; sus autores: Michael Kirby y La Monte Young.

De regreso en Buenos Aires planea SOBRE HAPPENING´S. Con sus colaboradores del Instituto Di Tella seleccionó happenings que resumían una progresión histórica: MEAT JOY, de Carolee Schneemann; AUTOBODYS, de Claes Oldenburg, y uno del mencionado Kirby.  Se usaba así un happening para reatar otro, y el nuevo era un mediador, un “lenguaje” de hechos ausentes, ya inexistentes; los acontecimientos, más que hechos, eran signos.  Se trataba de algo original:  la idea de una actividad artística puesta en los medios y no en las cosas, en la información sobre los acontecimientos y no en los acontecimientos.

En abril de 1966, la argentina Marta Minujin, el alemán Wolf Vostell y el norteamericano Kaprow idearon crear tres diferentes sucesos simultáneos en sus respectivos países. El suceso de Minujin, en colaboración con Leopoldo Males y producido en el citado Instituto Di Tella, se basaba, por una parte, de una invasión instantánea – radio, televisión, teléfono, telegrama-, y por otra, de una simultaneidad envolvente –cine, televisión, radio para cada una de las personas participantes, slides, fotografías, grabadores. La transgresión de la “normalidad” se logra por la multiplicación (sesenta televisores en un mismo lugar físico, sesenta radios, sesenta consumidores) y por la utilización simultánea de los medios. Sin cuestionar la creatividad de la autora argentina, debe recordarse como una valioso antecedente el happenig que Kirby realizara en el ST, Francis College de   Nueva  York en esos años y en el que trabajaba con proyectores de cine,  tres o cuatro diferentes proyectores de diapositiva y grabadores.

 Como sus pares norteamericanos, nuestros happenistas buscaron nuevas vías de expresión y comunicación e intentaron –y en cierto grado lo lograron- modificar el espacio teatral, actualizar los conceptos de actor, espectador, autor y director; utilizaron con audacia nuevos materiales, y con la música, la danza, la pintura y la escultura apelaron al área perceptiva- sensorial de los participantes y a las posibilidades que cada ser tiene de imaginar y crear.

Al respecto, resulta altamente clarificador y leer y compara los textos teóricos de artistas norteamericanos sobre el tema en los que las aproximaciones resultan evidentes. Nos referimos específicamente a ASSEMBLAGE, ENVIROMENT AND   HAPPENINGS, de Allan Karpow (New York, Abrams, s/d), HAPPENINGS, de Michael Kirby (New York, Dutton, 1966), y HAPPENING, de Oscar Massota y colaboradores (Buenos Aires, Ed. Jorge Álvarez, 1967)

 

www.goenescena.blogspot.com.ar

 AÑO VI, n° 273

pzayaslima@gmail.com



[1]Un análisis más extenso sobre este tema puede encontrarse en Perla Zayas de Lima, RELEVAMIENTO DEL TEATRO ARGENTIO (1943-1975), Buenos Aires, Editorial Rodolfo Alonso, 1983, CAP. IX.

[2] Sobre este tema, véase de Leopoldo Maler “Algo más sobre el happening (TALÍA,6, núm. 32, 1967)

[3] Para datos más completos y juicios de valor sobre este Instituto: la obra antes citada de Zayas de Lima, y los ensayos TEATRO EXPANDIDO EN EL DI TELLA (2013), DE   María Fernanda Pinta, y LA GENERACIÓN DI TELLA Y OTRAS INTOXICACIONES  (2016), de Kado Kostzer.