Acaban de llegar a mis
manos dos libros publicados con una separación de dos años y generados por dos
autores de distinta formación, pero con una preocupación común: la docencia y
el teatro.
Néstor Sabatini, actor,
autor director y docente, concibió
especialmente su Manual Didáctico. Sobre el arte del teatro. El oficio y el arte
del actor (Buenos Aires, Editorial
Dunken, 2014) para los alumnos de actuación de cursos y talleres y
escuelas de teatro en general.
A lo largo de 197 páginas, 13 capítulos y siete apéndices,
se interroga sobre una variada gama de temas que considera fundamentales en la formación de
sus destinatarios: que es el arte, el teatro, qué papel cumple la dramaturgia y
frente a ella el actor, el director, los espectadores y la crítica. Sus
respuestas y propuestas, generadas a partir tanto de sus numerosas lecturas
como de su larga experiencia como
docente, son ejemplificadas con textos de autores argentinos y del repertorio
universal y puestas en escena tomadas de “la realidad de la actividad teatral
de la Ciudad de Buenos Aires” (Nota del
autor). No sólo asume el desafío de abordar temas que exceden el ámbito de la
teatralidad, sino que también incursiona
en el filosófico (la estética) y el sicológico (comportamientos del actor).
Aprovecha asimismo sus
referencias a la dramaturgia para organizar sintéticamente la historia del
teatro nacional y su relación con los clásicos e introducirse en el complejo
campo de la teoría literaria cuando en el Capítulo 9 describe y define los
géneros literarios, dramáticos y teatrales; o “poner el dedo en la llaga”
cuando en el Capítulo 7 se refiere a los
espectadores.
El capítulo 5, El
oficio y el arte del actor” reviste una especial importancia, por su extensión,
y por que condensa gran parte de sus ideas sobre el tema: el talento como
capacidad de crear, la importancia del
trabajo, el rechazo de las recetas, la importancia de las “leyes de la
naturaleza”, la actuación artística como arte y como oficio (lo que también
rige para el director, tal como lo señala al comienzo del Capítulo 6), la
relación entre el arte y la sociedad, entre talento y técnica.
Si bien abunda la reflexión
teórica, no faltan los capítulos que orientan sobre la praxis. En esta línea
señalo el Capítulo 11 dedicado a la producción teatral que incluye un
organigrama de producción diseñado por el propio Sabatini;
y el Capítulo 13, titulado
“Algunas recomendaciones útiles”, en el que a los siete consejos
impartidos incluye un listado de autores y obras que deberían ser tenidos en
cuenta en un proceso de formación permanente.
Su posición frente al
hecho teatral es clara, y no deja
resquicios para la ambigüedad: el cimiento del teatro es el texto dramático, el
director es el dramaturgo del espectáculo, la utilización de la propia realidad
para actuar no es lo mismo que actuar la propia realidad, hay dos clases
básicas de actores: los que componen el personaje y los
que adecuan las características de éste a sus propias personalidades,
los aplausos no mienten….
Precisamente, esa
claridad enunciativa y esas certezas que guían al autor son las que permiten a
partir de la lectura de este libro se puedan generar enriquecedoras polémicas.
Salvador Ottobre, profesor en
Letras y Licenciado en Enseñanza de la Lengua y la Comunicación, guionista y ensayista, publica ¡Hagan lío, docentes! (Buenos
Aires, Editorial Stella, 2016, 160 p.). Su título y el epígrafe que precede al texto
remiten expresamente al Papa Francisco;
su subtítulo orienta positivamente la lectura: “Recetario incompleto sobre los
beneficios educativos de la rebeldía”.
Se trata de un libro
atípico, tanto por su contenido, como por su estructura y estilo. A lo largo de
once tramos, presentados en su “Hoja de ruta”
que organiza la lectura, plantea los
interrogantes que serán respondidos polifónicamente por los diferentes
entrevistados y el propio Ottobre. Cada uno de los tramos presenta una similar
organización: un eje temático, un personaje evocado que lo simboliza y un
entrevistado cuya trayectoria lo ejemplifica. Los temas elegidos tienen que ver
con la docencia pero también con el teatro: la creatividad, la actuación, la
estrategia, las nuevas tecnologías, la solidaridad, el humor, la investigación,
la inteligencia emocional, y también conceptos como diálogo, coactuación,
juego, participación, planificación, que aparecen lúcidamente desarrollados a lo largo del libro. A esto
contribuye que los entrevistados, si bien están unidos por llevar a cabo una
actividad docente provienen de variados campos: el humor (Carlos Garaycochea), la investigación histórica
(María Sáenz Quesada), el teatro (Roberto Perinelli,
Roberto Cossa, y Cristina
Escofet), el cine (Manuel Antín), la televisión (Jorge Maestro), la ciencia de la información y la comunicación
Audiovisual (Joan Ferrés Prats), las letras (Pedro Barcia), el derecho (Carlos
María Negri), la educación (Javier F. Firpo), y la acción social (Teresita
Herrera). Estos “doce apóstoles” -me permito así denominarlos por la
labor realizada por cada uno de ellos- acompañan a los personajes evocados; de
heterogénea procedencia, pero que el talento, el conocimiento y la intuición
del autor permite homologarlos al menos en dos puntos centrales, la libertad y
la creatividad: Leonardo Da Vinci, Margarita
Xirgu, Julio César, Bill Gates, Gandhi,
Mafalda, Luis Pasteur, Sigmund
Freud, Claude Monet y Platón. Precisamente, libertad y
creatividad son los valores que, en un mundo entendido como “un texto que te descoloca” (p. 11), enarbola
Salvador Ottobre, en esta y en obras anteriores.[1]
El
prólogo de Roberto Igarza introduce al
lector en el pensamiento del autor de modo preciso y acierta al señalar que se
pueden poner en perspectiva las prácticas cotidianas y redescubrir “el orden
social, cultural y hasta político de la docencia” (p. 9.) e identifica a los
virtuales receptores:
“Los
textos de este libro interpelan, en primer lugar, a los interesados en evitar
la encerrona de la rutina, la mecanización de la planificación, la
planificación de la planificación, el orden por el orden mismo, la libertad
misma. A los que están dispuestos a dinamizar la lista de las buenas preguntas”
(p.8).
Dos de los aportes de
Pedro Barcia se destacan. Las ideas desarrolladas en “Marginalia”, que si bien
se nutren de lo expuesto en los capítulos del libro y los conceptos
enunciados por los entrevistados en modo alguno “son notas parasitarias” como
las denomina su autor (p.131); y el orientador Apéndice 4, “La Kinecefalia
Pedagógica”, que cierra el volumen.
Para definir “educación”,
Ottobre se inspira en la fórmula de
Eisntein y la plagia (“los
genios dicen todo antes que nadie y no queda más remedio que copiarlos”): E=mc2 “Educación es igual a motivación por
creatividad al cuadrado” (p. 10). Creo que del campo de la educación puede ser
pertinente trasladarla al campo del teatro, lo mismo que numerosos conceptos
que desarrolla aplicados a la ecuación educando-educador, y pienso
concretamente en la ecuación actor/director-público.
Muchos son los valores que pueden señalarse a
esta publicación; elijo uno: enseña el cómo y el por qué generar interrogantes.
[1] Elogio del autor (2005); ¿Dónde
quedó mi Tamagoshi? (2005)-
coautoría Walter Temporelli; ¡Profe, no
tengamos recreo! (2010). escrito con
la participación del citado Temporelli, quien también colabora en las
entrevistas del libro que hoy comento.
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