Para quienes tuvimos
la oportunidad de ver Cartas de amor a Stalin y
El chico de la última fila, el
estreno de Los yugoslavos no hace
sino confirmarlo.
El director diseña dos espacios que a por momento se cruzan, que
mayormente corren paralelos y que se corresponden a dos mundos: el femenino y lo masculino. El primero cargado de silencios
y de ricos códigos gestuales; el segundo, plagado de palabras, vehículos de confesiones,
pero también medio de dominación. Mientras las mujeres dirigen su mirada hacia
más allá del espacio escénico, el lugar del potencial espectador o el de su
propia fantasía o deseo; los hombres dan la impresión de estar siempre mirando
hacia sí mismos, aún en aquellos momentos en que dirigen sus ojos al frente.
Dacal cuenta con un actor como Julio Ordano
capaz de recorrer con precisión y sensibilidad la gama de tonos que corresponde
a cada frase y transformarse sólo con una mirada o una postura corporal, del hombre
agobiado del comienzo al hombre seductor del final, pero dotando siempre de
sentido al discurso. Juan Carrasco desarrolla
alguna de las facetas que lo definen como cínico y especulador sin caer en el estereotipo. Economía de gestos.
En esta puesta nada es superfluo,
no hay sobrecarga de elementos simbólicos ni de recursos que aparten la
atención que requieren cada una de las intervenciones de los personajes. Por
eso, la música original de Pablo Dacal, sólo opera como un subrayado de las
acciones en momentos muy puntuales.
Dacal opta con maestría diseñar
el mundo femenino -encarnado por María Laura Calí y Sharon Luscher- con
recursos mínimos pero altamente significativos: la elección de un vestuario que las
actrices van eligiendo de dos percheros que marcan precisamente el límite del espacio del juego escénico, el protagonismo
que adquiere el silencio (su discurso
verbal es mínimo) al que el autor las somete, el empleo de todo lo que tiene que ver con lo corporal: miradas,
gestos, movimientos, acercamientos y alejamientos de los otros cuerpos , y como
el caso del personaje de la hija, la danza. Es el personaje de la esposa quien
concentra una de las claves para acercarnos a esta obra, que por momentos desconcierta y en otros perturba. Ella es la
que lleva el mapa, objeto que designa posibles metas, itinerarios que
responden a una búsqueda de lo
desconocido, a un lugar “otro” en el que
sea posible esperar el encuentro con lo verdadero (objetivo que ella manifiesta
hacia el final de la obra). Al modo de Julio
Cortázar, Mayorga/Dacal conciben un
personaje que como La Maga deambula por lugares que trascienden lo geográfico.
Precisamente en el diseño del
espacio radica una de las virtudes
de Dacal como responsable de la puesta
en escena: el lugar central es una mesa que funciona sucesiva, pero también
simultáneamente como mesa de café y mesa
familiar, símbolo de una integración de lo público y lo privado, como lugar en que se realizan confidencias o se
cristalizan silencios, y -como se desprende del texto- objeto /mueble cuya ubicación
elegimos al tiempo que optamos por qué
silla ocupar.
Espera y esperanza, espera y
fracaso, mundos privados inasibles, recuerdos del pasado y deseos de un futuro
diferente, acontecimientos sorprendentes que conducen a cambios y cruces de
destinos inesperado. Hasta aquí mi lectura.
Dado que el autor habla sobre su
obra, creo necesario incluir su propia posición ante la misma:
Si hay un alma de la obra, yo creo que habla del amor y la soledad, y habla de la desesperación y la esperanza"(…). Ese misterioso lugar de Los yugoslavos tiene una analogía, una correspondencia con el lugar que el teatro puede tener en nuestras vidas, en nuestras ciudades, como lugar otro, como lugar de pasión y de peligro, lugar donde si entramos podríamos salir transformados. En un sentido o en otro", (…) En el texto no se trata de ningunos yugoslavos reales. Son una metáfora de algo que se ha desmaterializado, o de lo que nos preguntamos dónde está ahora y que está escondido para nosotros, dónde está esa vida que supone la belleza de vivir, la plenitud en que cada momento está vívido".
Estas palabras citadas en el
informe de prensa fueron las que sin duda, inspiraron la elección de la
fotografía que aparece allí mismo, en la
que vemos a los cuatro personajes , finalmente dirigiendo su mirada hacia un
mundo sólo por ellos conocido, añorado o deseado.
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