sábado, 6 de agosto de 2016

BERNARDO CAREY, BIOGRAFÍA, HISTORIA Y FICCIÓN (A PROPÓSITO DE CORREAS,LA VOLUNTAD DE VIVIR).

En agosto de 2016, Bernardo Carey estrenó en el Teatro del Pueblo,  Correas, la voluntad de  vivir,  dirigida por  Daniel  Marcove El espectáculo se inscribe en una línea que a partir de los ´80 ha sido cultivada exitosamente en nuestros escenarios, caracterizada por lo que Beatriz Trastoy describe como “enfoques biográficos sobre  hombre a cargo de hombres”[1]. Tal vez porque el protagonista resulta desconocido para la mayoría de los argentinos,  en el programa de mano se incluyen las siguientes referencias.
“Carlos  Correas fue profesor de filosofía, traductor y narrador maldito. Se suicidó con furia a los 70 años, a fines de  2000. Fue homosexual y heterosexual. Se creía un hombre trágico. Se asumía como tal y su suicidio parece confirmarlo. El resto del mundo, nosotros, éramos unos simples comediantes. Tenía la certidumbre de que la tragedia era superior a la comedia. Creemos, entonces, debía subirse a un pedestal y permanecer ahí, a merced de los otros. Y de nosotros.”
Datos, información, pero también explicitación de puntos de partida tanto para la escritura como para su puesta en escena.
¿Qué tipo de  biografía se nos ofrece?
 Una biografía que no intenta diseñar una totalidad, pero que  establece una relación transparente tanto con el referente histórico colectivo como el individual. Resuenan en este punto las palabras de Roa  Bastos sobre el destino de los personajes y los hechos cuando, “por fatalidad del lenguajes escrito” ganan “el derecho a una existencia ficticia y autónoma al servicio del no menos ficticio y autónomo lector”. (En este caso, un lenguaje de múltiples materialidades ofrecido  a los espectadores). Si los diálogos son ficticios las situaciones vividas por este atormentado personaje fueron reales: sus límites y carencias, sus debilidades y sus vicios, su deseo de conocimiento, su vulnerabilidad, su tendencia a atravesar los límites de lo real y lo imaginado.
¿De qué manera aparece la historia?
Carey siembre ha elegido un enfoque de la historia desde la visión de los márgenes, desde la perspectiva de los perdedores o con la presencia protagónica de los que habitualmente no  son visibles.  En este caso, es la voz de un marginal/marginado/auto marginado la que remite a los años 50 que tiene por interlocutora a una prostituta, mientras es acosado por la aparición del hombre quien  fuera  una de sus parejas. Su sustento intelectual son los viejos libros arrumbados, fuentes heterogéneas de su pensamiento en el que conviven Niestzche, Kant y Foucault; sus modelos femeninos, las fotos emblemáticas de Eva Perón y la de Audrey Hepburn:  de la actriz que como la mujer  luchaba por la justicia social, a la actriz que encarnaba a “la princesa que quería vivir”.
 ¿Cómo teatralizar lo histórico (hechos que acaecieron, personas que existieron)?
Lo socio histórico aparece citado desde el discurso individual. Por ello en el protagonista  y su contexto inmediato recae la mayor responsabilidad. Raúl Rizzo compone a un atormentado por Correas, atravesado por dudas y certezas, y  ambivalencias;  trabaja con la voz y con el cuerpo   de un modo tan afinado que es capaz de recorrer con versatilidad  un amplio arco que va  del grito al susurro, de la violencia a la indefensión, al tiempo que su trabajo con los objetos determina que sean apreciados por el espectador  desde la unidimensional del signo  (la máquina de escribir, el teléfono, los libros) o desde la multidimensional del símbolo (fotos de  Eva y de  Audrey, papeles personales).
María Zubiri como Johana y  Daniel  Toppino como Pablo, trasmiten con justeza la energía propia de los seres que saben lo que son y lo asumen sin dudas, funcionando así como una contracara y por momentos, complementos del protagonista; asimismo contribuyen a diseñar de modo dinámico un espacio que metaforiza la situación de clausura y aislamiento del protagonista. La puesta en escena, a partir de los fragmentos de vida que le ofrece el texto, logra crear un mundo completo tanto por los objetos afectados por el deterioro, la representación por momentos trágica, por momentos lúdica de lo que imagina, o  evoca el protagonista.
Un paso de comedia precede al luctuoso e inevitable desenlace que en la puesta está  representada en esa silueta de un cadáver dibujada en el piso, que puede ser pisada por los espectadores cuando entran o cuando se retiran, y que funciona “policialmente” como esas  muertes anunciadas de García Márquez. “Tragedia o comedia” se enuncia en el programa de mano. También puede ser leído como el drama de un intelectual atravesado por contradicciones, desalentado, alienado, por no poder convertirse en un actor privilegiado de la escena pública, y estar, por el contrario, sumergido -como le sucedía al Morales de La bolsa de agua caliente, de Carlos  Somigliana- en un mundo mediocre.


[1] Teatro autobiográfico, Buenos Aires, Nueva  Generación, 2002, p. 167.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario