martes, 9 de agosto de 2016

COMO SI PASARA UN TREN, LAS CLAVES DE UN ÉXITO.

Dos temporadas a sala llena, “boca a boca” cargada de entusiastas recomendaciones más que prensa, actores que no aparecen en tapas de revistas pero que merecerían serlo por sus cualidades, preparación y solvencia a la hora de  ocupar un escenario. Una joven dramaturga que logra convertir un episodio biográfico  en un material  de escritura en el taller de  Andrea  Garrote y  finalmente  concretarlo en un espectáculo modélico.
 Muchos son sus aciertos en su doble rol (dramaturgia y dirección). No se extiende más de lo necesario, combina acertadamente los climax tanto en las situaciones jocosas como en las dramáticas y mantiene un ritmo atrapante que no decae.  Desarrolla una historia familiar que involucra tres presencias: una madre abandonada, su hijo con capacidades diferentes y una adolescentes con problemas; y tres ausencias citadas, pero que operan igualmente como motor de las acciones: el padre que rechaza al hija, la madre psicóloga que no  puede  contener a su hija adolescente; los afectos que ésta ha dejado en la ciudad. Historia personales que se cruzan y se modifican dentro del núcleo familiar, pero que también remiten a  conductas sociales marcadas por lo colectivo.
No cae en el diseño de “tipos” o de conductas “típicas” y diluye  las fronteras que aparentemente marcan la vida en una ciudad y  en un pueblo (lo nuevo/lo tradicional), los conflictos generaciones (madres/hijos),  y  las diferencias culturales (mujeres  profesionales/ mujeres amas de casa; lectura de un libro científico/lectura de revistas). Por  ello es posible el cambio de los tres protagonistas, cambios que los conducen al conocimiento de sí mismos y a la comprensión del otro,  y los dotan del valor suficiente para asumir la responsabilidad de elecciones más  libres.  Pero este mensaje ético nunca aparece explicitado, no hay juegos retóricos y sí un encadenamiento de situaciones dramáticas que ofrecen las claves para  que el espectador busque sus propias respuestas.
Título y objeto encierran el doble valor de signo y símbolo. Viajes en tren, imaginados y reales  (el tren con el que Juan Ignacio juega, el viaje entre estaciones que realiza con Valeria), significan para ambos primos adolescentes, explorar un modo desconocido que los transforma, encarar una travesía que los conduce a su propio centro; viaje como huída, pero también como búsqueda: la autora conoce muy bien el poder simbólico que el objeto tren y la situación viaje conforman,  el “pase de un estado  a otro” (Ana Teillard) y el arribo a una “forma superior  y sublimada” (J. E. Cirlot).
La trayectoria de Lorena Romanin es otra de las claves de este éxito. No por razones de antigüedad, sino por los diversos campos en los que ha incursionado (la actuación, la puesta en escena, la dramaturgia y la escritura de guiones, el cine, el teatro y la televisión, la docencia  y su experiencia con pacientes con problemas mentales), todo ello le ha permitido seleccionar el elenco adecuado, distribuir sus desplazamientos y sus silencios en función de lo que propone el texto, jugar con los ritmos corporales y verbales, conectar miradas y objetos, dosificar adecuadamente la interacción de códigos gestuales  para evitar la dispersión de la atención de los receptores.
Finalmente, acierto en la elección del espacio que ofrece El Camarín de las Musas  -en el que  presentara  Julieta y Julieta (2010-2011)- teatro que se ha caracterizado por estrenar espectáculos que por su calidad y/o originalidad  convocan una importante corriente de público.

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