Dos temporadas a sala llena,
“boca a boca” cargada de entusiastas recomendaciones más que prensa, actores
que no aparecen en tapas de revistas pero que merecerían serlo por sus
cualidades, preparación y solvencia a la hora de ocupar un escenario. Una joven dramaturga que
logra convertir un episodio biográfico
en un material de escritura en el
taller de Andrea Garrote y
finalmente concretarlo en un
espectáculo modélico.
Muchos son sus aciertos en su doble rol
(dramaturgia y dirección). No se extiende más de lo necesario, combina
acertadamente los climax tanto en las
situaciones jocosas como en las dramáticas y mantiene un ritmo atrapante que no
decae. Desarrolla una historia familiar
que involucra tres presencias: una madre abandonada, su hijo con capacidades
diferentes y una adolescentes con problemas; y tres ausencias citadas, pero que
operan igualmente como motor de las acciones: el padre que rechaza al hija, la
madre psicóloga que no puede contener a su hija adolescente; los afectos
que ésta ha dejado en la ciudad. Historia personales que se cruzan y se
modifican dentro del núcleo familiar, pero que también remiten a conductas sociales marcadas por lo colectivo.
No cae en el diseño de “tipos” o
de conductas “típicas” y diluye las
fronteras que aparentemente marcan la vida en una ciudad y en un pueblo (lo nuevo/lo tradicional), los
conflictos generaciones (madres/hijos), y las
diferencias culturales (mujeres
profesionales/ mujeres amas de casa; lectura de un libro
científico/lectura de revistas). Por
ello es posible el cambio de los tres protagonistas, cambios que los
conducen al conocimiento de sí mismos y a la comprensión del otro, y los dotan del valor suficiente para asumir
la responsabilidad de elecciones más
libres. Pero este mensaje ético
nunca aparece explicitado, no hay juegos retóricos y sí un encadenamiento de
situaciones dramáticas que ofrecen las claves para que el espectador busque sus propias
respuestas.
Título y objeto encierran el
doble valor de signo y símbolo. Viajes en tren, imaginados y reales (el tren con el que Juan Ignacio juega, el
viaje entre estaciones que realiza con Valeria), significan para ambos primos
adolescentes, explorar un modo desconocido que los transforma, encarar una
travesía que los conduce a su propio centro; viaje como huída, pero también
como búsqueda: la autora conoce muy bien el poder simbólico que el objeto tren
y la situación viaje conforman, el “pase
de un estado a otro” (Ana Teillard) y el
arribo a una “forma superior y
sublimada” (J. E. Cirlot).
La trayectoria de Lorena Romanin es
otra de las claves de este éxito. No por razones de antigüedad, sino por los diversos
campos en los que ha incursionado (la actuación, la puesta en escena, la
dramaturgia y la escritura de guiones, el cine, el teatro y la televisión, la
docencia y su experiencia con pacientes con
problemas mentales), todo ello le ha permitido seleccionar el elenco adecuado,
distribuir sus desplazamientos y sus silencios en función de lo que propone el
texto, jugar con los ritmos corporales y verbales, conectar miradas y objetos, dosificar
adecuadamente la interacción de códigos gestuales para evitar la dispersión de la atención de los
receptores.
Finalmente, acierto en la
elección del espacio que ofrece El Camarín de las Musas -en el que
presentara Julieta y Julieta (2010-2011)- teatro que se ha caracterizado por
estrenar espectáculos que por su calidad y/o originalidad convocan una importante corriente de público.
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