La cuarentena impuesta desde mediados de marzo en nuestro país, dio origen a la iniciativa de teatros oficiales, independientes y comerciales a difundir videos de obras estrenadas en el 2019 o aún en años anteriores. Entre ellas elijo hoy detenerme en un unipersonal que se estrenó en el 2011 y permaneció en distintos espacios hasta fines del 2019. Este espectáculo me resultó especialmente interesante por distintas razones: el tiempo de permanencia, el alto número de espectadores convocados, y el tipo de comunicación generado con el público, es decir porque remite al tema de la recepción.
Dirigido en sus orígenes a un público a un público acotado en su número (no más de 100 espectadores), se termina presentando en salas con mucha mayor convocatoria. Allí asiste mayoritariamente un público femenino de distintas generaciones y pocos hombres con su pareja. Al revisar sus declaraciones públicas (en la prensa escrita, radial y /o televisiva) se pueden encontrar dos ideas dominantes: lograr a través de su obra un intercambio con el público y presentarle a este la imagen de una mujer real. Esto último funciona como condición indispensable para lo primero.
Su vestuario y maquillaje se aleja de los habitualmente utilizados en este tipo de espectáculos: en conjunto cercano al considerado “de entre casa”, un maquillaje mínimo; ella misma en un acto de autorreferencialidad escénica se refiere a quienes la asesoran en el teatro, la ironía al “cambio de vestuario” en una de las secuencias que sigue a los videos), o conscientemente despeinándose. En estos, de gran carga autobiográfica, se muestra explícitamente al natural, y en su discurso se contrapone a figuras paradigmáticas de la elegancia y la belleza resultantes de un esfuerzo de producción. Ellas no son reales.
La referencia a lo cotidiano aparece claramente subrayado en la escenografía, en especial por el gran sillón situado en un costado del escenario con una mesita, un vaso con agua y su lámpara (elementos que suelen aparecer en los decorados de muchas piezas), pero en este caso, sobre la mesita hay también un juguete, y el tapizado elegido para ese asiento desde el cual expone parte de sus pensamientos y emociones reproduce latas de tomates; tal vez, como cita identificatoria con el gesto desafiante de Andy Warhol en 1962 con las latas de sopa de tomate Campbell.
Lo cotidiano al servicio del arte, en este caso del teatro, aparece de manera marcada en el lenguaje verbal, un discurso que va y viene, que se interrumpe, que se llena de términos escatológicos y busca derribar tabúes, una actuación que responde exclusivamente a una elección personal, y en los momentos de baile, sus movimientos y desplazamientos se diferencian claramente de las coreografías de los “profesionales”. Todo ello apunta a generar una identificación con el público asistente, mujeres con problemas domésticos, sin tiempo a aparecer como modelos o artistas impecablemente vestidas y maquilladas, siempre sonrientes y con armónicos desplazamientos.
Propone un diálogo con la platea sobre los hombres y las mujeres, las mujeres y sus amigas, las redes sociales, las frustraciones y deseos, el cuerpo y la comida, la necesidad de la autoestima aunque “las selfies no te interpretan” y rige la “injustica genética”, pero siempre desde la comicidad y la risa como componentes de una fiesta compartida.
Gutmann tiene algo para decir sobre lo que generalmente los hombres llaman “cosas de minas”[1]. Y elige el unipersonal, género que le permite ser simultáneamente actriz, personaje y narradora de experiencias propias y ajenas, testigo y protagonista, a la vez que autora del texto. Pero, a diferencia de los unipersonales generados a partir del ‘ 70[2], este unipersonal constituye un ejemplo más de la irrupción no sólo del mundo femenino o de los problemas de género sino del mundo privado.
Tal como lo revelan los comentarios de numerosos asistentes publicadas en la web, la mayoría reconoce como valores, la identificación con el personaje y/o la performer, la risa del grupo social[3] y la posibilidad de lo lúdico como revelador de identidades y el poder de la palabra en sus niveles expresivos y apelativos como medio de alcanzar o reforzar la autoestima.
AÑO V, n° 224.
pzayaslima@gmail.com
[1] En el 2015 Dalia Gutmann publicó TIEMPO DE MINAS, y en 2019 TENGO ALGO PARA DECIR.
[2] A partir de los años 70 “con características de espectáculos unipersonales, los actores fueron muchas veces los autores de los textos (….) Los temas más transitados fueron la historia de la humanidad, la parodia de géneros consagrados y, fundamentalmente, la protesta política y social, en las que no faltó la nota dramática ni el humor negro” (Beatriz Trastoy, TEATRO AUTOBRIOGRÁFICO. LOS UNIPERSONALES DE LOS 80 Y 90 EN LA ESCENA ARGENTINA, Buenos Aires, Editorial Nueva Generación, 2002, p. 99).
[3] Sostiene Marcos Victoria “Lo cómico se origina en el medio social. No puede independizarse de la estructura del agregado humano en que tiene lugar” (ENSAYO PRELIMINAR SOBRE LO CÓMICO, Buenos Aires, Editorial Losada, 1958, p. 80).
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