lunes, 9 de marzo de 2020

COCCHIARALE-BELLOCCHIO, UNA DUPLA QUE ENRIQUECE EL PANORAMA ESCÉNICO ARGENTINO.

En la sala grande de “El método Kairós” se estrenó ESTO ES TAN SÓLO LA MITAD DE TODO AQUELLO QUE ME CONTASTE (dramaturgia de Pablo Bellocchio y dirección de Gastón Cocchiarale. 

El autor propone una historia familiar que se despliega a partir de la muerte de un pater familias. Un hecho puntual, velatorio y entierro, se dispara hacia un pasado y un futuro incierto; lo individual, el fallecimiento de Piero Lascia, revela historias familiares complejas (un padre y dos familias) pero también remite a una época clave en la historia argentina (la dictadura militar con sus colaboracionistas, sus desaparecidos y niños ilegalmente adoptados). Gran narrador, Bellocchio sabe cómo dosificar los climax, dosificar el humor y lo patético, desarrollar la trama de manera que el interés no decaiga y favorezca el ritmo escénico. De allí, que lo que primariamente aparece como un relato lineal y sencillo implica áreas que obligan a la reflexión sobre temas universales como la importancia del amor y la idea de verdad. El texto se expande hacia otros campos que el humor se filtra en el momento de la representación, y la reflexión crítica después. Por una parte, la necesidad de reafirmar la propia identidad, sentirse “parte de”, es decir, tanto la identidad que marca el nacimiento como la de género; por otra, la denuncia de los efectos perturbadores de los secretos a nivel familiar y a nivel social. 

La puesta en espacio de Sabrina López Hovhannessian permite jugar la simetría (dos familias y cuatro integrantes cada una) con la asimetría (edades, intereses y caracteres de cada uno de los personajes) en coincidencia con la propuesta del director quien propone un hiato que marca en las dos partes que genera en un espacio (una casa, pero dos cuartos separados) y un tiempo (el velatorio en sus comienzos y su final) la convivencia de similitudes y diferencias. Se potencia así la propuesta dramatúrgica: la muerte del padre es también la denuncia de los efectos de la tradicional familia patriarcal que genera inquietantes respuestas en sus hijos, tanto en los dos que abandonó como en los cuatro que crió. En ambos casos, la muerte es liberadora y también reveladora. A pesar de la potente figura del padre, presente en su ausencia se percibe la ruptura de la transmisión del capital económico, social, cultural o simbólico –como lo señalara Michelle Perrot en “El nudo y el nido”. Cabe preguntarse, qué es en realidad lo que se transmite a los hijos. 

Resulta interesante ver cómo el sistema binario (dos mundos antagónicos) se abre a un “tercer término que permite superar todo dualismo rígido. Y son precisamente los dos personajes externos al grupo familiar originario (el hermanastro y la novia de uno de los hijos) quienes revelan la posibilidad de una integración superadora. El agruparse de a cuatro -no sólo en la representación sino en las reveladoras fotos de programa de mano- nos remite al valor simbólico de número: la totalidad “mínima”, la organización racional (Juan-Eduardo Cirlot), y las realizaciones tangibles. (Ely Star). 

Los desplazamientos de los actores son eficaces a la hora de favorecer la lectura de la realidad presentada y la gestualidad siempre aparece como generadora de un sentido. Mesuradamente expresivos soslayan la sobreactuación y logran una efectiva e íntima conexión con los espectadores; trascienden la representación de sus respectivos personajes y se focalizan en la construcción de acciones que revelan y atraen (o revelan porque atraen). 

Diego Starosta en “Notas y reflexiones técnicas sobre la actuación”[1] señalaba: “Lo que hacemos como actores, es, entonces, componer constantemente sistemas de tensiones, equilibrios y desequilibrios de fuerzas. Lo hacemos en nuestro cuerpo; en la relación de nuestro cuerpo; en la relación de nuestro cuerpo con otro u otros cuerpos, en la reacción de ese o esos cuerpos con el espacio; lo hacemos con los objetos: con sus significados y con su morfología; …” Me detengo en esta última oración, que considero puede aplicarse perfectamente a dos momentos especiales del espectáculo: el fin de primer acto y el fin del segundo en los que, respectivamente, la hija menor recibe y se aferra a la tacita de café (conexión con el pasado), y encuentra y se aferra a una ropa que pertenece a su hermanastro (posibilidad de un futuro) 

“Creer es crear” es el nombre de la Escuela de Formación Actoral de Gastón Cocciarale. Los jóvenes actores que en esta ocasión dirige revelan oficio y talento. 







AÑO IV, n° 210. 

pzayaslima@gmail.com 


[1] Este artículo aparece en el libro de su autoría que comenté en el blog del 23/12/2019.

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