Entre los jóvenes actores debe señalarse la presencia de Nicolás Pérez Costa, quien de manera notable encarna a la protagonista de esta obra. Resulta siempre difícil precisar, definir o e explicar que lo que significa “un gran actor”, un “actor sobresaliente”, es decir, justificar desde la lógica de las palabras las impresiones personales en la efímera instancia de la recepción. Sin embargo me permito afirmar que él muestra atributos que hacen a un gran actor: aquel que captura a un personaje al tiempo que captura al público, oficio, ductilidad, carisma, dicción perfecta. Le basta un movimiento, un desplazamiento por delante, por detrás o por los costados del sillón del trono, el cambio de registro vocal y su manejo del vestuario (un bello y funcional vestuario de Coral Barcos que no busca tanto reproducir el “histórico” como citar la estética barroca), para recrear las diversas situaciones y los seis personajes que el texto propone. Establece asimismo una singular relación cuerpo/luz (su diseño le pertenece): los distintos colores simbólicos (blanco, rojo, azul) guían la lectura de la historia en sus saltos temporales y delimitan los diferentes espacios en la que ella transcurre. El maquillaje diseñado por Elisa Dagustini que subraya al mismo tiempo locura y teatralidad, permite que Pérez Costa exprese con una gesto o una mirada los más variados estados de ánimo: amor, deseo, soledad, angustia, violencia, autoridad, lubricidad, furor; y revela esa cualidad esencial del erotismo el poner en cuestión la vida interior, como lo señala Georges Bataille.
Su voz como prolongación del cuerpo diseña sin hiatos los distintos personajes. El autor no sólo se focaliza en la protagonista, su angustia y su delirio, su orgullo y su humillación como mujer y como reina, en un plano ficcional; sino que ofrece un enfoque histórico con sus referencias a la corona española en la época de la conquista, y en sus relaciones con otros reinos europeos; y una aproximación desde lo sociopolítico propone una reflexión sobre género y poder, a partir del paralelismo y la confrontación entre lo que significa la pareja Isabel-Fernando y Juana- Felipe.
Un texto de inusual belleza que cita la poesía barroca, una puesta que potencia el valor rítmico y plástico de una adecuada partitura lumínica. Una actuación modélica. Ese puede ser un resumen de la versión sobre la vida atormentada de Juana la Loca ofrecida en el Teatro La Mueca.
Pérez Costa es Juana la Loca, anuncia el programa. Me permito invertir los términos y afirmar que para el receptor Juana la Loca “es” Pérez Costa.
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Año III, n° 181.
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