España en el presente. El Valle de los Caídos, el monumento faraónico que Francisco Franco mandó a construir terminada la guerra civil como símbolo del triunfo, se está derrumbando desde el interior. Encerrada en la basílica por una trifulca entre neonazis y un grupo de memoria histórica, una restauradora trabaja para diagnosticar el inminente desmoronamiento del lugar. Al no poder salir, Miranda se ve obligada a convivir con un guardia de seguridad cuya postura neutral espejará en ella sus contradicciones políticas y morales. Mientras el agua horada la piedra, los hechos fisuran los discursos. ¿Qué caerá primero? El tiempo corre.
Este es argumento que se incluye en el programa de mano. Los espectadores encuentran allí un completo panorama informativo sobre la obra y sus creadores: reflexiones del director, el contexto histórico, la opinión de la dramaturga sobre su obra, los objetivos de la compañía y los datos de todos los que componen el equipo. Este tipo de programa es inusual (los datos que incluyen generalmente aparecen en los comunicados de prensa)y encuentra un profundo significado si reflexionamos sobre su contenido.
La Compañía El Vacío Fértil[1], creada por los actores Romina Pinto e Iván Steinhardt presenta claros objetivos:
El Vacío Fértil es una metáfora de nuestra postura optimista frente a la vida cuando ocurre un vacío existencial y por consiguiente la incertidumbre que este mismo genera. No nos paralizamos, accionamos para construir. Y también vemos que ese lapso de tiempo surgido a partir de la finalización de un proceso creativo, momento de inactividad, vacío, es el terreno fértil para generar nuevas e artísticas. El objetivo es realizar obras teatrales y audiovisuales cuyo contenido y forma asuma el compromiso que tiene el arte como eje transformador. El Vacío Fértil acciona llevando problemáticas sociales a través de la pluma de diferentes autores del mundo hacia el mundo.
Como contracara de muchos principios de la escena posdramática, de las posiciones que confirman “el fin de la historia” estos artistas apuestan por un teatro en el que las realidades sociales y las posiciones ideológicas conforman el punto de partida y el punto de llegada, un arte comprometido e instrumento de enriquecimiento, y por lo tanto de cambio. Pero, al mismo tiempo, a través de la elección del repertorio, de los códigos de actuación y de las estrategias de la puesta en escena, soslayan aquellos aspectos que encorsertaron a una línea estética muy presente a lo largo del siglo XX y aún hoy tienta a algunos grupos: el teatro político que instala mensajes cargados de certezas, divide aguas, y que a partir de su dialéctica consolida las oposiciones entre réprobos y elegidos.
De allí que deba señalarse que el primer acierto es la elección de la obra. Escrita desde una perspectiva presente EL MAL DE LA PIEDRA trata de articular una mirada crítica sobre el pasado oscuro de España. Un pasado que sigue presente. Heridas que continúan abiertas y que están siendo heredadas por las nuevas generación. La concepción del texto parte de la necesidad de apelar a un teatro de la sociedad civil, con el objetivo de reunir al espectador y colocarle frente a un dilema que le concierne: ¿Qué hacer hoy con El valle de los Caídos? No se trata de tomar una posición política determinada y defenderla sino de mostrar el conflicto en toda su complejidad, abriendo un abanico sobre las distintas perspectivas en torno a una profunda herida. En EL MAL DE LA PIEDRA la sentencia debe darla el espectador. [2]
Vemos entonces cómo se desplaza sobre el receptor la responsabilidad de generar su propio “mensaje”. Es el público quien debe hacerse cargo de internalizar los interrogantes y hacer conscientes sus respuestas. La autora apuesta a que la emoción pueda convivir con la razón y diseña su intriga y su trama de modo que siempre haya una distancia que permita el juicio crítico.
La propuesta dramatúrgica encuentra una recepción clave en los integrantes de “El Vacío Fertil”. Tony Lestingi así reflexiona:
Como ciudadanos, como los seres responsables de nuestros pensamientos y acciones que intentamos ser; el hecho de dar a las generaciones venideras algo mejor que este presente oscuro y reiterativo planteado en el texto, es uno de los compromisos artísticos a asumir en esta puesta. Que la acción ocurra en una catacumba de la Basílica de la Santa Cruz del Valle de los Caídos, monumento obsesivo y faraónico del dictador Francisco Franco, sirve como botón de muestra de lo ridículo del extremismo, cuna fundamental de la intolerancia, el olvido y la negación. Precisamente en este punto neurálgico de los enfrentamientos ideológicos es donde el contenido de nuestra propuesta teatral se universaliza. Hoy desde el arte ponemos foco en un lugar que se llama El Valle de los Caídos pero podría haber sido en otros tiempos el campo de concentración de Auschwitz, el Monumento de la Paz en Hiroshima o la ESMA en Argentina, todos lugares emblemáticos, representativos del dolor y del horror pero a su vez, convertidos en lugares que sirven para que las próximas generaciones sepan lo que pasó. Seguramente habrán generado controversia cuando se decidió qué hacer con ellos, pero los que en su momento tomaron la decisión lo hicieron sabiendo que algo había que hacer y no era simplemente olvidar. Para nosotros, artistas, más allá del hecho o lugar histórico en el que sucede esta obra, hay otro desafío: el de no convertir al arte en un vehículo panfletario sino en el espejo inclaudicable que nos refleja y nos interpela. (El destacado es de mi autoría)
La puesta en escena ejemplifica de modo claro y contundente lo que significa el teatro: el lugar para ver. Y tanto las proyecciones históricas que abren el espectáculo como las actuaciones desmontan las trampas que colocan las posiciones partidistas, las declaraciones oficiales y los clichés que es capaz de manejar la sociedad. Teatro, el lugar para oír las distintas voces que pueblan distintos espacios: el exterior y el interior, el individual y el colectivo, el del pasado y el del presente, el de los españoles y no españoles. La utilización de objetos funcionales y el cuidado de los detalles busca la verosimilitud; la actuación apunta a que estirar los pliegues que oculta la realidad y dejan rastros que sólo los miopes podrían no reconocer; la puesta en escena demuestra que la historia se enriquece con la ficción, la memoria debe conducir a la autocrítica, y las ideas políticas no pueden disociarse de una actitud ética. La imagen que ilustra el programa sintetiza plásticamente lo antes dicho en una perfecta combinación de metáfora y metonimia: en el centro y en lo alto la cruz, en el centro y sobre el piso la sangre que se desliza hacia la grieta, los nombres de los actores que representan posiciones opuesta en negro uno, y en blanco la otra; el cielo agrisado que anuncia tempestades y el monumento enmarcado en la piedra enferma.
Contra el vacío estéril, un vacío fértil, frente a un mundo inestable y cambiante el teatro como cultura/cultivo que permite arraigar valores, frente a quienes consideran que “lo sólido se desvanece en el aire” y una realidad en la que los monumentos pueden quedar reducidos a escombros, los actores Tony Lestingi, Romina Pinto e Iván Steinhardt en sus respectivos roles (ex)ponen sus cuerpos y sus voces para mostrarnos la importancia de la palabra para encontrar y recomponer fragmentos que permanecen inalterables si somos capaces de iluminarlos y de curarlos, que las esperas resignadas pueden ser abandonadas.
FICHA TÉCNICA:
Dramaturgia: Blanca Doménech
Dirección y puesta en escena: Tony Lestingi
Elenco: Romina Pinto e Iván Steinhardt
Asistencia de dirección: Emilio Zinerón
Diseño de escenografía e iluminación: Eduardo Muro
Música original: Enrique Pareta
Canción del final El mal de la piedra: Iván Steinhardt (letra) y Alejandro Ávila (música)
Fotografías: Ailín Moreno
Año III, n° 184
pzayaslima@gmail.com.
[1]El Vacío Fértil, distinguida en 2018 por el jurado de Teatro del Mundo en su XXI entrega en rubro Instituciones, cuyo contenido esté conectado con problemáticas sociales, políticas y económicas, siempre con el arte como eje reflexivo y transformador.
[2]La autora así sintetiza su perfil autobiográfico en el comunicado de prensa: Aunque desde muy pequeña el teatro formó parte de mi vida, mi formación como dramaturga comenzó en la Real Escuela de Arte Dramático de Madrid, siendo alumna de autores como Juan Mayorga y Luis Landero. Completé mis estudios junto a José Sanchis Sinisterra, Jordi Galcerán y Ernesto Caballero, entre otros. Las obras que han marcado mi evolución, creando un punto de giro en mi carrera: Vagamundos (donde desarrollé mi concepto de surrealismo y reflejé el mundo insular, consecuencia de mi estancia en Menorca), La musa (inspirada por mi obra breve La zona, escrita en el Obrador de la Sala Beckett de Barcelona), Punto muerto (que abrió mi trabajo a nuevas formas de entender la dramaturgia, dirigiéndose hacia el teatro político), Boomerang (que me aportó una visión mucho más profunda y técnica en conexión con el equipo y la escena) y Brain (escrita en Nueva York). He participado en proyectos desarrollados en colaboración con otros artistas como Theatre Uncut, Pioneras, Ocupa Madrid, Calderón Cadáver, Mapa de recuerdos de Madrid o ¿Qué se esconde tras la puerta? También los viajes han sido clave para el desarrollo de mi escritura: París, Menorca, Londres, Buenos Aires y Nueva York.
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