Uno de los directores más innovadores y provocadores a la hora de poner en escena a Shakespeare, Jorge Azurmendi, acaba de estrenar Mucho ruido y pocas nueces en el teatro La Comedia. En el 2011 había dirigido Noche de Reyes, y en el 2014 con la FSA (Fundación Shakespeare Argentina) inauguraba la compañía de repertorio con su puesta en escena de Como les guste.
Como espectadora, he sentido sobrepasadas todas mis expectativas frente a una comedia que presenta dificultades al traducirla: los juegos de palabras en el original originan la risa, se pierden; y los cambios de registro con sus juegos de alternancias y rupturas proponen un peligroso desafío a los actores.
En el Reino Unido, Trevor Nunn, director artístico de la Royal Shakespeare Company a fines de los ´60, quien puso en escena numerosas comedias y tragedias shakespereanas, consideraba fundamental que el montaje adoptara “un enfoque explícito sobre el material del que parte”. Y Declan Donnellan, quien a partir de los ´80 ha realizado una decena de montajes de obras de Shakespeare, soslaya el vestuario de época y todo se concentra para que actores y espectadores se focalizan en ver (el teatro lugar donde se ve a sí mismo y a los otros).
No se trata de comparar los montajes de Much Ado About Nothing de los antes citados con el encarado por Jorge Azurmendi sino apreciar de qué manera el director argentino incorpora inteligentemente toda una tradición, la modifica y la enriquece. Sabe contar la historia sin buscar ser el “dueño” de la narración, y subraya con inteligencia y se focaliza en aquellos aspectos que hacen al género comedia.
Como Nunn expone explícitamente su enfoque sobre el material del que parte. Se centra en lo que considera el eje “de todo el teatro de William Shakespeare: la representación dentro de la representación o del teatro dentro del teatro” y entiende que “Toda la confusión y el engaño en esta obra son provocados por un encadenamiento de sucesivas representaciones” .
Como Donnellan respeta lo esencial del teatro de Shakespeare al situar a los actores en el eje de la representación y proponer una integración natural entre el texto, la música la acción y la imagen. De allí la importancia de la música original de Rony Keselman , la participación en vivo de los músicos Cecilia Zárate, Pamela Sleiman, Andrés Reboratti y Carolina Senes quien participan activamente de la acción(Carolina Senes, percusión y teclado, pero también Guardia 4, es un claro ejemplo); la convocatoria a Mecha Fernández para hacerse cargo de la dirección coreográfica marca el interés del director por dar protagonismo a los distintos lenguajes; la escenografía propuesta por Carlos Di Pascuo que reproduce a través de la simetría de seis paraguas suspendidos la función de los seis personajes centrales (las parejas Claudio/Hero, Benedicto/Beatriz y la dupla Dogberry/Verges) sintetizan la mezcla de lo cotidiano y lo fantástico propio del género comedia (para ello cuenta con el aporte del iluminador Roberto Traferri), los paraguas ubicados a los costados funcionan como dispositivos de ocultamiento (esta vez cuenta con la complicidad del espectador), y los paraguas utilizados como armas refuerzan el espíritu lúdico de la obra.
El director apela al travestismo tanto en el caso del personaje “serio” (Cristina Dramisino es Leonato y el Guardia 1) como en el cómico (María Rosa Frega encarna a Dogberry). Para Azurmendi “en esa transformación-representación se puede ver el modo en que lo femenino y la masculino fluctúa constantemente, hasta confundir los límites del género”.
Vida cotidiana y teatro, una unión que afecta a actores y espectadores. En ese lugar para ver y para verse como en la vida hay confusión y engaño. “Los personajes creen lo que ven o escuchan, porque lo notan o perciben erróneamente. Por lo tanto me propuse seguir ese hilo conductor y jugar como si esta comedia se titulase ´Tanto alboroto por una representación´”, al tiempo que reconoce que una síntesis del subtexto de la obra podría ser “hay mucho más que lo que vemos a simple vista”.
Azurmendi, conocedor de los resortes que hacen funcionar a la comedia, regula a través del ritmo y el tono los movimientos y la atmósfera, y utiliza la repetición, por su costado de automatismo que genera el vacío emocional (Jean Sareil, L´ Écriture Comique). Sus veintidós actores conforman lo que se espera de una verdadera compañía de repertorio: talentos y estilos individuales pero homogeneidad a la hora de “representar Shakespeare”. Un comentario aparte merecen María Rosa Frega y Gustavo Monje, que encarnan a “los personajes hiperteatrales” de Dogberry y Verges respectivamente, a los que el director le otorga un especial protagonismo y “me recuerdan a esos cómicos itinerantes que llevaban su compañía de un pueblo a otro, y por lo tanto, los incluí como presentadores de la obra”. Mérito de ambos actores es operar sobre el ridículo y la incongruencia, apelar a gags conocidos (y esperados) por el público pero con simpatía, elegancia y justa medida.
La versión de Azurmendi de Mucho ruido y pocas nueces es una “celebración al teatro” pero también una celebración de la vida, una muestra más del poder del arte.
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Año III, n° 180.
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