lunes, 15 de abril de 2019

LAS PROMESAS, DE JUAN ANDRÉS ROMANAZZI.


Otro unipersonal femenino se suma a una larga lista de espectáculos que proliferan en la escena porteña. Pero está lejos de ser “uno más”. Las Promesas, dramaturgia y dirección de Juan Andrés Romanazzi, involucra al espectador en un mundo poético personalísimo pero a la vez universal. Concebido como la primera parte de la trilogía “De las veces que imagino” ofrece un relato en primera persona que a partir de las asimétricas relaciones entre una hija con su padre y su madre, profundiza en temas como la espera y la esperanza, la realidad y la imaginación (el poder, la necesidad de fantasear; los efectos de la palabra y la palabra callada.

 Metáfora y metonimia conviven en esta obra teatral con la mirada poética, que sin duda configuró un punto de partida. Así parece confirmarlo el texto que es entregado a los espectadores antes de la función y que considero pertinente incluir.

 

Nuestra importancia está ahí/ En lo pequeño/ En las sombras que se forman con una luz tenue/ En el contacto con una madera recién lustrada/ En un aliento/ Lo importante,/ …lo nuestro-importante/ Es más eso/El primer acorde de una música que disuelve el estómago/ El roce con otra piel/ La sensación del surco de lágrima que va abriéndose por la cara/ El pecho comprimido por alguien que vuelve/ El cuerpo/ El resto es relato/ El relato no es lo importante/ (nunca) / Nos han hecho creer que sí/ Pero lo importante está ahí/ En algo mínimo que pasa/ Y que al instante se deja ir/ Así,/ hemos buscado entre algunas ruinas/ y hemos llegado a Las Promesas.
 La puesta en escena no hace sino subrayar este ´manifiesto´ y el texto a cargo de la actriz. En el diseño del espacio de Julia Camejo cajones vacíos de diferentes tamaños que ocupan casi todo el espacio que por momentos operan como símbolo femenino (¿el cuerpo materno?) en otros como el inconsciente, contienen cada uno de ellos diferentes recuerdos, diferentes deseos. Sobre algunos de los cuales fluye el agua, lo que también remite a la madre (en los Vedas, tal como lo señala Juan -Eduardo Cirlot las aguas reciben el apelativo de “las más maternas”.

 La iluminación de Leandro Crocco subraya otro aspecto del texto. Las sombras que se forman con una luz tenue desdibujan límites precisos y sumergen el cuerpo de la actriz en un espacio que sólo puede imaginarse. Cuerpo fragmentado que participa por momentos de un relato racional y en otros en lo inconsciente balbuceado. La protagonista, Paula Fernández Mbarak maneja hábilmente los diferentes tonos y timbres, del grito al susurro, trabaja de modo minucioso los diferentes tipos de discurso que le propone Romanazzi/ dramaturgo: apelativo, informativo, expresivo, interrogativo (directo e indirecto) y se relaciona estrechamente con los objetos elegidos por Romanazzi /director. Una de las secuencias más potentes por el valor simbólico que conlleva (la construcción y posterior destrucción de la fálica columna formada con las valijas) es resuelta con la difícil combinación de energía y sutileza.

 El sonido del agua que gotea lentamente ante una situación de escucha tanto de los espectadores como de la actriz puede ser asociada a la temporalidad, en su duración pero también en su carácter efímero; un presente que está impregnado de pasado, pero también de futuro en la convivencia de recuerdos y deseos.  

La pequeña sala del Espacio Polonia resulta apropiada para este espectáculo intimista y poético, un teatro de cámara permite apreciar las figuras que rítmicamente diseñan la luz y la oscuridad, las variaciones de potencia que constituyen los grados de claroscuro (“el propio claroscuro es un efecto de esclarecimiento o de oscurecimiento de la sombra” – afirma Gilles Deleuze. Y compartir emocionalmente el relato fragmentado y descubrir lo importante en eso “mínimo que pasa”.


www.goenescena.blogspot.com.ar

Año IV, n° 170

pzayaslima@gmail.com

 

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