Dos actrices asumen los roles de dramaturgas y productoras, junto a los roles protagónicos en La patada del camello, su opera prima, bajo la dirección de Ernesto Domínguez. La pequeña sala de “El método Kairos” funciona como un espacio perfecto para esta pieza de corte intimista y confesional, un teatro de cámara en el que las actrices enfrentadas a la platea exponen sus temores, angustias, deseos y frustraciones , causados todos ellos tanto por mandatos patriarcales vigentes como por represiones autogeneradas que pueden pesar como grilletes. El relato se fragmenta en secuencias en las que se combinan elementos propios de un teatro realista con otros provenientes de la estética superrealista[1]; diálogos cotidianos y convencionales (conversación inicial entre Candela y Pilar, desconocidas a las que le han tocado asientos contiguos en un vuelo a Egipto) en medio de situaciones inexplicables (invisibilidad de Pilar para el empleado de la aerolínea y su posterior desaparición). La referencia explícita a violaciones, embarazos, abortos, y elecciones sexuales, que sin duda responde a una problemática social de gran vigencia en distintos campos sociales de nuestro país, se potencia con la incorporación de elementos simbólicos que aporta el texto: el viaje (huida inicial que deriva en evolución, pero también como cruce del umbral) , Egipto como lugar de destino (lugar que remite al misterio, a laberintos que hay que atravesar y en los que confluyen la tensión de la búsqueda con la posibilidad del cambio); la presencia del doble Candela/Pilar, una dualidad en la que a la aparente contraposición le siguen un identificación.
Otro elemento de gran peso simbólico es la imagen que ofrece el programa de mano: dos siluetas que se alejan caminando en la arena de un desierto hacia un sol naciente y cuyas sombras configuran las patas de un camello. Todos los estudiosos coinciden en señalar como valor específico del desierto el poder de la revelación, el dominio de la abstracción y la espiritualidad; el desierto como reino de un sol “puro fulgor”.
El interés central es la presentación del mundo femenino y su condena histórica al sometimiento masculino en diversos planos. De allí que la única figura masculina (un comisario de abordo, representado por Federico Ferreyra) con limitadas apariciones y escasos diálogos cumpla funciones que facilitan el progreso de la acción y la organización de las secuencias. Todo se focaliza en la relación entre una artista plástica famosa y una ama de casa aparentemente anodina, y en el mundo interior de cada una que va aflorando con el transcurso de la representación
“Hay que ser nómada; atravesar las ideas como se atraviesan los países o las ciudades" afirmaba Picabia .La obra de estas dos jóvenes dramaturgas apuesta por la creencia en una realidad “por encima de” y el valor de abandonar lo conocido, lo que se verifica no sólo en el tema de la obra sino también en su construcción misma.
El espectáculo propone no limitarse al “reinado de la lógica” y permitir la co-presencia de lo onírico, para revelar el funcionamiento real del pensamiento, pero, a diferencia del superrealismo defendido en principio por André Breton, incluye una preocupación ética y estética. Y, sobretodo, acepta el desafío de presentar ese “acoplamiento de dos realidades en apariencia incasables” del que hablaba el pintor Max Ernst , para ayudar “a liberarse de las trabas morales interiores” - palabras de Tristán Tzara- en este caso a las mujeres.
www.goenescena.blogspot.com.ar
Año III, n° 171
pzayaslima@gmail.com
[1] Opto por este término en lugar del comúnmente usado “surrealismo”, al que –siguiendo las reflexiones de Fernando Vela, Enrique Díez-Canedo y Guillermo de Torre- considero incorrecto. Este último investigador en su Historia de las Literaturas de Vanguardia cita palabras de Jorge Luis Borges que avalan esta postura: “La forma surrealismo es absurda; tanto valdría decir surnatural por sobre natural, surhombre por superhombre, survivir por sobrevivir”.
Otro elemento de gran peso simbólico es la imagen que ofrece el programa de mano: dos siluetas que se alejan caminando en la arena de un desierto hacia un sol naciente y cuyas sombras configuran las patas de un camello. Todos los estudiosos coinciden en señalar como valor específico del desierto el poder de la revelación, el dominio de la abstracción y la espiritualidad; el desierto como reino de un sol “puro fulgor”.
El interés central es la presentación del mundo femenino y su condena histórica al sometimiento masculino en diversos planos. De allí que la única figura masculina (un comisario de abordo, representado por Federico Ferreyra) con limitadas apariciones y escasos diálogos cumpla funciones que facilitan el progreso de la acción y la organización de las secuencias. Todo se focaliza en la relación entre una artista plástica famosa y una ama de casa aparentemente anodina, y en el mundo interior de cada una que va aflorando con el transcurso de la representación
“Hay que ser nómada; atravesar las ideas como se atraviesan los países o las ciudades" afirmaba Picabia .La obra de estas dos jóvenes dramaturgas apuesta por la creencia en una realidad “por encima de” y el valor de abandonar lo conocido, lo que se verifica no sólo en el tema de la obra sino también en su construcción misma.
El espectáculo propone no limitarse al “reinado de la lógica” y permitir la co-presencia de lo onírico, para revelar el funcionamiento real del pensamiento, pero, a diferencia del superrealismo defendido en principio por André Breton, incluye una preocupación ética y estética. Y, sobretodo, acepta el desafío de presentar ese “acoplamiento de dos realidades en apariencia incasables” del que hablaba el pintor Max Ernst , para ayudar “a liberarse de las trabas morales interiores” - palabras de Tristán Tzara- en este caso a las mujeres.
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Año III, n° 171
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[1] Opto por este término en lugar del comúnmente usado “surrealismo”, al que –siguiendo las reflexiones de Fernando Vela, Enrique Díez-Canedo y Guillermo de Torre- considero incorrecto. Este último investigador en su Historia de las Literaturas de Vanguardia cita palabras de Jorge Luis Borges que avalan esta postura: “La forma surrealismo es absurda; tanto valdría decir surnatural por sobre natural, surhombre por superhombre, survivir por sobrevivir”.
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