Este artículo puede leerse como cierre de los cuatro anteriores (03/12 y 10/12 de 2018 y 04/02 y 11/02 de 2019).
Uno de los temas más convocantes fue la escenificación del Terrorismo de Estado vivido en los años ´70. Teatro Tadrón se convirtió en el espacio convocante como sede de las distintas ediciones de los Ciclos Teatro por la identidad y Teatro por la justicia.
Ya en 2012 el dramaturgo y psicoanalista Jorge Palant, en el marco de la celebración de los treinta años de recuperación de la democracia estrenaba bajo la dirección de Enrique Dacal, Judith. Esta obra, de cuidada escritura y potente teatralidad exponía las complejas, terribles y perversas relaciones que unían a los detenidos en campos clandestinos con sus captores. Trasciende del tradicional esquema víctima /victimario y se aleja del sangriento desenlace que propone el relato bíblico: el coraje y la astucia que Judith emplea para decapitar a Holofernes y librar a los judíos de la amenaza asiria, se transforma aquí en el instrumento de la racionalidad y el esclarecimiento. Judit es la ex integrante de una organización armada y Aranda el represor que la tuvo en cautiverio. El tercer personaje Melissa aparece con un valor simbólico: la memoria que no claudica aunque hayan pasado veinte años (período de tiempo que en muchas piezas nacionales también adquiere un sentido simbólico cuando alude al regreso). El director la define como “una obra que intenta ahondar en reflexiones sobre las consecuencias de estas relaciones forzadas y asimétricas” pero que exalta a la justicia como lo único que “permite la vida en común.
Una dramaturga uruguaya (Sandra Massera) se une directora y una actriz argentinas (Elba Degrossi y Silvia Franc, respectivamente) para estrenar en Bunos Aires,en 2017 una obra que también remite a la década del 70 y el Terrorismo de Estado que asoló Latinoamérica, en especial las referencias al Plan Condor y a los cuerpos arrojados al mar que aparecen en las costas uruguayas. Me refiero a 1975, espectáculo originalmente estrenado en Montevideo en el 2015. La protagonista de este unipersonal también regresa. Pero a su casa montevideana de la infancia (no, al lugar de detención, como en la obra de Palant) y con una mayor distancia en el plano temporal, cuarenta años. La evocación del pasado involucra lo subjetivo y emocional, pero también datos objetivos que conviven en el diario personal que ella encuentra, entre ellos, las fechas precisas que incluyen la desaparición de su único hermano a partir de su huída de Uruguay a Buenos Aires. Es la escritura de una adolescente y la relectura de la madurez; es la proyección del drama individual a un drama colectivo; es la exposición de interrogantes que aún no hay encontrado respuesta satisfactoria. Escritura, puesta en escena y actuación confirman la posible convivencia de lo poético y lo político.
También surgieron espectáculos que volvían a reflexionar sobre los efectos de las crisis político-económicas en las relaciones interpersonales.Las medidas políticas implementadas por el presidente peronista Carlos Menem generaron la crisis del 2001.
Esta circunstancia fue teatralizada por varios elencos desde distintas perspectivas y líneas estéticas. Segundo subsuelo (2015), creada por la Compañía “Los perros de Pavlov”, posee en nuestra opinión, una serie de características que la hacen especialmente remarcable. La compañía -que desde el momento de su conformación en 2007 ofreció espectáculos originales y provocativos- elige una combinación de elementos satíricos y paródicos para mostrar cómo la burocracia, el estado, la complicidad de distintos grupos sociales generan la deshumanización y el colapso de las relaciones interpersonales. Definida como “comedia política-futurista” se sitúa temporalmente en el 2290 y en lo espacial en un subsuelo, refugios del calentamiento global. Pero el peligro no se encuentra sólo en el exterior sino que se alimenta en ese espacio surrealista y ionesquiano en el que los seres que lo habitan cumplen rutinas y acatan órdenes cercados por expedientes que la Dirección General de Asuntos Jurídicos del Ministerio de la Ciudad acumula sin darles nunca solución. Pero no se trata sólo de una cita al teatro del absurdo (objetos que desplazan o quitan el espacio propio de los hombres) sino de una concreta y reconocible cita a la realidad nacional: el poder y el autoritarismo de la Triple AAA( el director de la ofician A.A.A. Gundisalvo debe mantener el orden), la lucha por la supervivencia (la mujer carenciada en busca de un subsidio), los sindicalistas (itinerario desde una lucha por los derechos que deriva a una búsqueda del poder que antes criticaban). Nada tiene sentido, repeticiones de acciones que convierte a las personas en autómatas, todo ello indagado y mostrado desde un cuidado trabajo en que los cuerpos hablan. Y, al menos, tres interrogantes quedan planteados: ¿las víctimas son inocentes? ¿de qué manera se llega al poder? ¿qué posibilidades hay que la sociedad argentina madure y se haga cargo de lo que acepta?
La dramaturga Cecilia González revela cuáles fueron los hechos que guiaron el proceso de gestación de la obra:
“Las oscilación en la historia humana hace que pasemos por los mismos lugares una y otra vez. A veces con una velocidad inusitada, estos vaivenes agitan los movimientos populares al mismo que tiempo que otra fuerza contraria los desacelera, construyendo y destruyendo todo tan rápidamente que, en retrospectiva, uno no puede dejar de sonreír para no caer en la desesperación.
Este sismo que nos atraviesa, donde la memoria y sus avatares juegan un lugar central hace que el residuo de los ´90 y el 2001 se siga manifestando.(…) Todo aquello que planea volver, y que cuenta con el voluble apoyo de una parte importante de la población, desfila como una extraña película del pasado, con aires de novedad y nostalgia”.
En 2016 Elba Degrossi estrena Esa vieja música en Khorinto Teatro. En esta obra, la crisis social del 2001 también es el detonante que hace estallar las relaciones familiares entre dos hermanas. En su doble rol de autora y directora ubica la acción en el 2002 después de la caída del gobierno de Fernando De la Rua.
El dolor se canaliza en ira, la frustración colectiva hace reflotar frustraciones individuales cumuladas por años; la confrontación de las hermanas exhibe una lista de pruebas en contra de ambas por diferentes razones: engaños y autoengaños, imágenes degradadas de uno mismo, distorsión de la imagen que tenemos del otro. La obra trasciende una historia de amores no concretados y se refracta a los fracasos en el plano social (maestras que producto de esa crisis apenas sobreviven; jubiladas profesional que han debido resignar sus aspiraciones).
Situada la autora cronológicamente “después” de los acontecimientos que se representan, soslaya el error común de conocer las respuestas, de solucionar el enigma. No es crítica y superación de ese pasado, sino advertencia; de allí un final abierto que es posible cuando una persona (o una sociedad) se cansa de “decir sí” y dice basta.
Esa vieja música se nos ofrece como un ejemplo acabo de la vigencia y operatividad del triángulo “memoria, teatro y política”.
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AÑO IV, n° 167
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