Después de varias temporadas iniciadas en 2014 y giras por el interior del país vuelve a reponerse un espectáculo de danza que no sólo intenta desmitificar ciertos códigos y pre-juicios sobre el género sino que instala una serie de interrogantes sobre quienes se consagran a este arte.
Dirigida y coreografiada por Victoria Mazari propone al espectador “entrar al mundo” de las bailarinas y conocer cuáles son las “exigencias, complejos, obsesiones, la entrega desmedida por alcanzar la perfección” que las condiciona[1].
La gran mayoría reconoce en el ballet clásico las cualidades de lo etéreo, lo sutil, la belleza y la perfección -basta pensar como modelo “El lago de los cisnes”. Esta obra de danza teatro marcada por esquemas propios de la danza contemporánea procede a una desmitificación de los principios rectores “ballet clásico” desde la instancia misma de su subtítulo (“las princesas no cagan). La selección musical anula la polarización culto/popular, apuesta por el interculturalismo, y genera un coreografía donde lo melódico y lo rítmico alternan su protagonismo: en el espectáculo confluyen la banda británica de rock alternativo y art rock “Radio head”; uno de los más prestigiosos conjuntos de música contemporánea de origen rumano, el “Balanescu Quartet”, el compositor islandés Ólafur Arnalds, el canónico músico de teatro Jean Jacques Lemetre y la banda sueca (cuerdas y percusión) Fläskkvartetten.
La presencia de Lemetre tiene peso no sólo por la partitura elegida sino por aspectos de sus declaraciones teóricas que se corresponden con el discurso dramático concebido por Mazari. Para el maestro francés, el músico teatral “Puede hasta desafinar, incluso olvidar la técnica del instrumento” y el rol de la música consiste en “estimular al intérprete a descubrir en su interior una razón para ponerse en movimiento”. Para las autoras de los textos (Victoria Mazari y Carolina Matsumoto) se debe evitar “la práctica mecánica y algo robótica”, propiciar el tratamiento del cuerpo como un todo y la expresión del mundo interior, y tender a la felicitad y no al cultivo del dolor.
Lo danzado se enmarca precisamente entre dos diferentes discursos hablados: el primero, dialogal, ficcionaliza una entrevista en la que una maestra de baile repite todos los lugares comunes sobre la danza y sus intérpretes, el segundo, un monólogo, explica la postura de las creadoras del espectáculo, entre las que cabe incluirá todo el elenco quienes aportaron material para su realización. Se trata de una posición crítica a una serie de convenciones que limitan y encarcelan a los artistas e impiden su realización también como personas.
Las distintas secuencias bailadas revelan toda una gama de exigencias, sufrimientos y humillaciones a los que se encuentran sometidas las bailarinas en los ensayos y cómo el entrenamiento puede traspasar límites intolerables. A diferencia de otros espectáculos que cuestionan ambas instancias en el caso de la danza clásica, aquí no hay ni parodia – de hecho no sólo Victoria se h formado en danza clásica sino que en la actualidad se especializa en la enseñanza de Técnica de Puntas-, sino lúcidas reflexiones y reveladores cuadros coreográficos sobre el sentido de la perfección todo ello conducente a presentar interrogantes (“¿Por qué? ¿Para qué? ¿Para quién?”), cuál es el precio que hay que pagar para lograrla, cómo superar los rechazos, hasta qué punto la mirada del otro me define (para bien o para mal). En sus Ensayos Críticos, Roland Barthes apuntaba a la paradoja que mientras las mujeres luchan por alcanzar libertades en distintos campos, voluntariamente se sujetan a una esclavitud en lo que concierne al cuerpo (baste con ver qué sucede con quienes poseen cuerpos que no responden a cánones de belleza consensuados). Lo que no querés ver (las princesas no cagan) surge como una propuesta de teatro danza - categoría conceptual entendida en el sentido que le otorga Hercilia López- que trabaja el cuerpo como lenguaje comunicativo y ven en el bailarín actor un mediador entre el teatro y el público. Mazari utiliza el espacio, el tiempo, la danza, la música, los sonidos de la respiración, la gestualidad, el movimiento y la palabra para crear un lugar lúdico y plástico, en el que el cuerpo habla, el cuerpo cuenta la historia.
Tal vez algunos espectadores después de la función, se formulen sus propios interrogantes: como receptores, consumidores, destinatarios de las creaciones artísticas se busca en ellas ¿la perfección?, ¿la comunicación? ¿se privilegia la el dominio de la técnica o las cualidades expresivas?¿qué se busca en un espectáculo en el que la danza es protagónica?
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Año IV, n° 164
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[1] Las citas corresponden al programa de mano.
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