Agustín León
Pruzzo ha producido sus últimos
espectáculos en la terraza y las cúpulas del céntrico Edificio
Bencich. Por allí transitaron los
personajes de Roberto Arlt y Alfonsina Storni; ahora, los shakespereanos.
La presencia del “bardo inglés” en nuestros escenario ha sido
históricamente constante y en estos últimos años ha adquirido interesantes enfoques no sólo en
lo que se refiere a las transposiciones en
cine y en danza, y a estilos interpretativos, sino a las variadas
modificaciones estructurales que
afectaron al género tragedia y
comedia.
Versiones, adaptaciones y
compilaciones de varios textos alcanzaron gran difusión en los escenarios
porteños en 2018. Entre todos los espectáculos rescato, como ejemplo, tres. Conjuro
para Venus y Adonis –dramaturgia de Viviana
Foschi a partir del poema narrativo- que reúne circo, música en vivo y
audiovisuales; Romeo y Julieta por
Romeo y Julieta, la adaptación de María Inés
Falconi de Romeo y Julieta (traducción de Pablo Neruda), para adolescentes y adultos, en el que se altera
el orden de las escenas y recae
en los personajes jóvenes la
intervención con comentarios
orientadores; y Reinas de Shakespeare, de Karen
Bauer, en el que tres actrices ensayan
una obra que tiene por protagonistas a Lady Macbeth, Cleopatra, la Reina
Isabel, La Duquesa y la Reina
Margarita.
La propuesta de Pruzzo, Shakespeare en la terraza, combina diversas vías de acceso al universo
isabelino y el de propio Shakespeare:
sonetos, monólogos y tragedias elegidos según el designio de una simbólica rueda de la fortuna que pone de
manifiesto simultáneamente el movimiento giratorio de la circunferencia y la
inmovilidad del centro (Cirlot); en este caso el centro que permanece firme es
el eterno Shakespeare y las que giran a su alrededor, cuatro de sus obras que
pueden entenderse como cuatro puntos
cardinales (Hamlet, Macbeth, Otelo, Romeo y
Julieta); obras que se multiplican
en sus versiones, traducciones, transposiciones, adaptaciones.
Músicos/juglares/cantantes/actores
confluyen para decir/interpretar los versos de los sonetos ante el personaje de
la reina y el público reinante, que antes del espectáculo, como en el mundo
isabelino ha comido y bebido- en esta oportunidad pochoclo y limonada-. Si la
belleza permite el acceso a la verdad, los sonetos elegidos nos introducen en dos temas caros a la filosofía –no sólo
del mundo isabelino- el amor y el tiempo, como también lo hace la escena 2 del Acto IV de Hamlet. Como lo señala
Ágnes Heller en El
hombre del renacimiento: “Tiempo como momento, tiempo como ritmo, como
proceso y también como experiencia; tiempo en tanto que presente, en tanto que
pasado, en tanto que presente vivido y en
tanto que pasado experimentado. Y el futuro”.
Un “Shakespeare Express” también nos brinda el acceso a otros
temas también contemporáneos: la violencia, el poder, la locura y la muerte.
El drama elegido por el azar es
Macbeth, y le permite al director un excelente trabajo con el espacio, como
había sucedido con el fragmento de
Hamlet. Los bancos de piedra funcionan como un escenario elevado, como
lecho de muerte, como camino según el texto, los ventanales de los distintos
niveles de la cúpula a la derecha mostrar a las brujas y a Lady Macbeth, la
cúpula de la izquierda ofrece en lo más alto una ventana que funciona como
atalaya. A nivel del público, la terraza permite el desplazamiento de los
actores y de espalda al público el espacio para el vestuario y la utilería.
Todo ello contribuye a expandir a lo ancho y a lo alto lo que ofrecía el teatro
isabelino. Espacio ficcional, espacio teatral, espacio real; espacio-tiempo de
la historia y espacio-tiempo del mito, espacio de lo sobrenatural y de lo
cotidiano. Los tres niveles del teatro isabelino: cielo-tierra-infierno, operan en un espacio horizontal (la terraza
en la que los tres niveles se tocan:
allí están los vivos, los muertos, (condenados o salvados), las brujas, los personajes, los actores, los músicos, el
público.
La escenografía y el vestuario a
cargo de Victoria Saraví y María Cristina Ropero facilita la lectura del espectáculo en
dos direcciones: en consonancia con la música de Santiago Orquera recrea
la imagen de una compañía de actores
populares, y refuerza con el rojo asociado a las brujas el
adjetivo “bloody” (sangriento) que, tal como lo señala Friedrich von Bodenstedt
(Shakespeare´s
zeitgenossen und hire werke), aparece en casi todas las páginas de Macbeth.
La actuación está orientada a
mostrar ese aspecto de la risa como
liberación (el efecto cómico permite al hombre liberarse de su máscara social capaz sostiene Bajtin), tanto en la escena de Hamlet con el sepulturero (lo propone
Shakespeare), como en el recitado/canto de los sonetos sobre el amor (lo
propone Pruzzo).
La puesta en escena subraya de todo el
espectáculo subraya el sentido y los efectos de la temporalidad según los
individuos (el sepulturero y Hamlet frente al cadáver de Ofelia); la importancia
del ahora cuando hay que optar (palabras de Lady Macbeth), la aceleración del
ritmo dramático según se precipitan los acontecimientos (Macbeth y sus
asesinatos) y el sentido del futuro “la tragedia se termina, pero el mundo y la
historia siguen existiendo” (Jan Kott lo
afirmaba refiriéndose a Antonio
Y Cleopatra). La repetición coral del estribillo final resume este concepto y el de una filosofía popular: Muerto el Rey, Viva el
Rey (es decir, A Rey muerto, Rey
puesto). También sobre ellos aparece la rueda de la fortuna con sus
interminables vueltas.
Fotografía: Lucía Sarasqueta
Año III, n° 163.
pzayaslima@gmail.com
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