Desde hace varios años, me ha llamado la atención que en medio de una serie de estrenos en los que se investigan las posibilidades de nuevos modos de utilización del espacio escénico y del lenguaje hablado, una modificación en los hábitos receptivos y de una interrelación de las artes (teatro, danza, plástica, cine, música), autores jóvenes que estrenan en circuitos aún calificados off siguen proponiendo un teatro en el que elementos del melodrama conviven con aspectos propios del costumbrismo, y en un escenario a la italiana se reproducen diálogos cercanos al mundo cotidiano y de inmediata comprensión por parte de los espectadores. Esto no supone, por mi parte, de ningún juicio sobre los valores de las obras, sino que revela una posición que se interroga frente a un fenómeno objetivo frente a la pervivencia de ciertas líneas estéticas que muchos críticos y teatristas consideraban, respectivamente, no dignas de ser comentadas o superadas.
Por el contrario, pienso que esta vigencia debe ser tenida en cuenta a la hora de analizar no sólo el comportamiento del público (de los públicos), de los jurados que las premiaron y/o subsidiaron, de la juventud de los directores y elencos que las representan y, como antes señalamos, la edad de los autores.
Sólo algunas referencias para ejemplificar. Adiós todavía (2014), de Iaia Cárdenas, trabaja sobre el mundo cotidiano en el que la aparición de ciertas citas del absurdo permite mostrar conflictos familiares y sentimentales, ámbitos en los que conviven aspectos cómicos y dramáticos. Los diálogos de los personajes y los conflictos que ellos revelan en Nadie quiere ser nadie (2015), de Mariela Asencio, instalan una serie de interrogantes: ¿Cuál es el mundo al que se aspira(o se sueña)? ¿Qué lugar ocupan en la sociedad las convenciones y cuál los deseos individuales? ¿Cómo enfrentarse a las frustraciones o superar el tedio?
Precisamente esos conflictos, que se agravan cuando surgen las crisis económicas y políticas, son presentados sin ambigüedades en la obra de Elba Degrossi, (2016), quien apela a la relación entre dos hermanas para revelar como el afuera puede desencadenar la crisis del adentro. Flores blancas en el mar (2017), de Gabriela Romeo elige mostrar desde el discurso que sucesivamente transita lo cómico y lo dramático, la vida de una familia en un pueblo del interior para describir conflictos y secretos familiares que por momentos rozan lo siniestro, como así mismo las creencias y supersticiones que dominan el universo cotidiano.
Ubicada expresamente en el marco del melodrama, La habitación de Basilio (2018) de Sebastián Fernández, estrenada en “El Taller del Ángel” elige un pueblo alejado para mostrar la convivencia de dos mujeres unidas por la amistad, las frustraciones amorosas, las acciones rutinarias y la inmovilidad a través de las décadas. Las noticias que la radio, ubicada en un lugar central de la casa, no logra, a pesar de los cambios que revela, alterar la inmovilidad de sus vidas.
Sólo la crisis económica que conlleva la aparición de un hombre ajeno a su mundo, permite el afloramiento y sinceramiento de dolores y verdades celosamente guardadas. Ese personaje, portavoz del pensamiento del autor, simbólicamente llamado Salvador, funciona como factor disruptivo, y re direcciona la acumulación de elementos costumbristas a otro plano discursivo en el que conviven lo mágico (mundo anhelado, soñado por las protagonistas) y lo declarativo (exposición sobre lo que implica la modernidad)
La obra alterna secuencias entre el presente (una la vejez paralizante) y el pasado (la juventud llena de proyectos) y expone los efectos de la fuerza de la costumbre, el rechazo al cambio, la comodidad que ofrece la repetición de actos, la aceptación de códigos propios del machismo. El dramaturgo, diestro en el manejo de los diálogos y la pintura de ambientes, logra que los espectadores de modo inmediato puedan acceder simultáneamente al universo individual de esos seres desvalidos y a un entorno social que las condiciones.
Esta, como las otras piezas mencionadas, subraya diferencias claves entre el mundo femenino y el masculino, la vida en pequeñas ciudades del interior y el vértigo urbano, entre lo deseado y lo efectivamente vivido, la memoria y el olvido. Sobre esto último, la vigencia de un aserto de Goethe se impone:
“Quién es capaz de tener una idea, necia o prudente, sin que el pasado esté ante él”.
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Año III, n° 134
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