El tango, cuyo auge se registra hacia 1940 con la gran orquesta típica, ha mostrado ser un permanente elemento generador de mitos en el campo de la escena. En un trabajo anterior mostraba cómo la música la letra y la coreografía del tango formaban una unidad a través de la cual ciertos personajes arquetípicos construían un entretejido de mitos urbanos: la ciudad, los guapos, la mujer, la amistad. Estos temas reaparecen en la obra de Ariadna Asturzzi, como asimismo, el tango como un libro mágico que posee todas las respuestas a cualquier pregunta y que es capaz de oficiar de bitácora que puede conducir la vida cotidiana: de allí la presencia de los músicos (Tabaré Leyton, voz y guitarra y Hernán Reinaudo, guitarra) que no sólo enmarcan el espectáculo sino intervienen en distintas secuencias con composiciones que introducen y/o subrayan las peripecias y cuyas letras fusionan ficción con realidad. El tango, como “pensamiento triste que se baila” encuentra su lugar en la coreografía que Aldo (Fernando Sayago) y Francisca (Anabella Degásperi) convierten el espacio en una pista en el que la vida se entremezcla con el baile.
Esa alma aferrada del título ilustran diversos niveles: al pasado personal y afectivo Delia, la hermana y Juan, el amigo (encarnados por Marta Bianchi y Pepe Novoa), a un pasado social que ya no existe (Aldo), a un mito cuestionado y cuestionable pero vigente (Francisca). Gardel evocado a partir de su voz, genera la resurrección de Aldo, quien, aferrado al pasado revela la imposibilidad de conectarse con lo real, al tiempo que su discurso busca desenmascarar la falacia del mito gardeliano. Pero, a pesar de las “pruebas” que presenta no logra erradicarlo, tal como lo revela Francisca: Gardel continúa siendo el mito popular por excelencia, instalado en Latinoamérica desde el mismo momento de la muerte del cantor, desde el mismo momento en que se convierte en modelo de otras vidas, Gardel es seductor, inigualable, inmortal.
La obra constituye en sí misma el ejemplo de cómo Gardel y el tango permiten reflexionar sobre otros temas relacionados o no con un universo mítico: ambos permiten rescatar a los personajes del mundo opaco que habitaban, revelan los gestos de fetichismo frente a objetos (fotos con vela y flores junto a imágenes religiosas), pero también reflexionar sobre la creación el amor, el arte, la música, la vida y la muerte, porque “los mitos abren el camino a la magia y a las grandes pasiones” según la autora (Programa de mano). Resulta igualmente significativa la opinión de la directora Tatiana Santana que allí aparece: frente a la realidad de una vida que es “imperfecta, sorpresiva y abrupta”, el teatro permite un juego en el que “los personajes, nacen, mueren renacen y reviven cuantas veces queramos” y en su caso cuenta “con un ayudante de lujo, el Zorzal Criollo, que prestó su voz y su talento para impulsar la acción”. Gardel y el tango le permiten entonces, como elementos constructivos, reforzar una serie de tópicos: la partida y el regreso, la violencia irracional del guapo, la cuchillada traicionera, la exacerbación de sentimientos y emociones, el barrio y la casita de los viejos, la amistad, los códigos, la referencias compartidas.
Finalmente, la obra confirma lo sostenido en mi libro El universo mítico de los argentinos en escena: Gardel manifiesta la pertenencia a una continuidad discursiva, provoca una adhesión automática, proporciona un valor modélico y revela un poder revelador para nuestra sociedad a través de todos los tiempos. (Tomo II, p. 156)
Esta obra, ganadora del Premio Artei, se estrenó en el Teatro Andamio ´90.
FICHA TECNICA
Libro: Ariadna Asturzzi
Composición y dirección musical: Santiago Otero Ramos
Escenografía e Iluminación: Nacho Riveros
Vestuario y Estilismo: Ana Nieves Ventura
Fotos: Agustina Luzniak
Diseño gráfico: Juan Francisco Reato
Prensa y difusión: Shirly Potaz
Producción Ejecutiva: Marcelo Lirio
Asistente de Dirección: Aranzazu Larrinaga
Dirección general: Tatiana Santana
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