Siempre conviene comenzar con algunas precisiones terminológicas. Blanca Amores de Pagella lúcidamente en 1961 (Revista Universidad, Santa Fe, n° 49)g se refería al grotesco señalando su cualidad caricaturesca y a veces cruelmente deshumanizada; se trata de un emplazamiento de la materia literaria en un plano conflictivo entre lo cómico y la dramática en máxima deformación no exenta de dureza o crueldad. Los personajes caricaturizados al borde del fantoche, pero sin perder sus rasgos humanos, incluso individuales, son movidos por los hilos de sus pequeñas debilidades y pasiones. No surge la risa impedida por una presencia amarga. Por su parte, el crítico Francisco Nieva, en varios números de la revista Primer Acto, relaciona aspectos del teatro contemporáneo español con el esperpento señalando que esta especie dramática no es sólo caricatura sino que muestra un ridículo real y cotidiano -como en la sátira- e incluye la idea de aparición grotesca, de deformidad física o moral. Los personajes ridículos o desgraciados cuyas gesticulaciones aparecen en los esperpentos, quizá nos resultan próximos, pero una identificación con ellos es imposible. Viven en una atmósfera muy localizada en la sordomudez del espíritu, en el más completo aislamiento.
A pesar del largo tiempo transcurrido desde que el español Ramón del Valle-Inclán creara el esperpento y el argentino Armando Discépolo el grotesco criollo, los puntos en común y las diferencias entre ambas especies dramáticas no siempre quedan claros, tal como puede verificarse en algunas críticas y estudios teóricos. Esto me lleva a referirme a un tema que creía estaba ya suficientemente analizado.
La visión de la España que le tocó vivir al primero lo llevó a realizar una descarnada crítica social; sus personajes conforman un retablo de avaricia, lujuria y muerte, y en medio de la miserabilidad más absoluta se enfrentan al mundo circundante y a su propia realidad. De modo implacable desarma el mito del honor español basado en “la crueldad y el dogmatismo” (Los cuernos de Don Friolera), gran parte de las convenciones sociales, morales, y religiosas tradicionalmente aceptadas (La hija del capitán, La rosa de papel, El terno del difunto), y en distinto textos, la venta de indulgencias, la monarquía, la prensa sensacionalista capaz de la calumnia y el teatro español[1]. Las situaciones fundamentales en la mayoría de sus esperpentos brotan de la pobreza y la ignorancia: parásitos, buscavidas, seres abyectos, viciosos miserables que apelan a la prostitución o al crimen para sobrevivir en La hija del capitán y La cabeza del Bautista; un mundo en el que rigen los códigos de Juanito Ventolera y la mayoría de los personajes de Luces de Bohemia.
Lo humano aparece desvalorizado a través del lenguaje deformado[2], una ausencia total de ideales en las relaciones interpersonales, y la presentación de figuras desastradas. En Divinas palabras los aldeanos son metonímicamente “capas y mantilla”, la niña parece “una figura de cera”; inversamente, los animales sobrepasan lo humano: Coimbra es el perro sabio capaz de reflexionar y está poseído de un espíritu profético al igual que Colorín, el pájaro adivino. Los jóvenes modernistas surgen como “tres fúnebres fantoches en hilera”; Su Excelencia es “tripado, repintado, mantecoso”; Dorio de Gadex, “feo, burlesco, chepudo”; la Vieja Pintada y Don Latino en el jardín conforma una “parodia grotesca del Jardín de Armina. En La cabeza del Bautista, Don Igi exhibe “un rictus de fantoche triste y hepático”.
Armando Discépolo define al grotesco en su aspecto teatral como “el arte de llegar a lo cómico a través de lo dramático”[3]. Su grotesco criollo aparece estrechamente relacionado con las producciones de Luigi Antonelli, Rosso de San Secondo y Luigi Chiarelli, pero la serie iniciada en 1923 con Mateo, continuada con Giácomo, Babilonia, El organito, Stéfano y que culmina en 1934 con Relojero, ofrece coordinadas estructurales propias. Todos estos rezuman pesimismo desbordante y manifiestan la denuncia resentida de aquellos que vivieron la inmigración como fracaso (Relojero), muestran el enfrentamiento descarnado entre el yo y el mundo circundante (Giácomo, Stéfano) y enfrentamiento entre el yo aparente y el yo profundo (Stefano). En algunos predomina la expresión balbuceante y angustiante, en otros rezongos dialectales incomprensibles; y a algunos de sus personajes grotescos lo vemos hablando con los animales en el código de estos (Giácomo y el gato es uno de los ejemplos más significativos). Esta fractura del lenguaje, la ruptura de las normas lingüísticas, productos de una esencial rebeldía contra la sociedad “decente” conducen a una verdadera aniquilación del lenguaje. En la mayoría, la acción es tan monopolizadora que los personajes no tienen tiempo para hablar (¿l´azione parlata descripta por Pirandello?). En todos, el resquebrajamiento de la escala de valores morales como patrón de la conducta individual y social.
En resumen, si comparamos la producción de ambos dramaturgos, podemos encontrar entre el esperpento y el grotesco una serie de afinidades y divergencias:
ESPERPENTO
1-Rebelión en contra de la configuración histórica y tradicional.
2-Disconformidad frente a la visión optimista de la Andalucía “clara y alegre” de los Álvarez Quintero.
3-Espacios luminosos, multitudinarios junto a interiores lóbregos.
4-Lenguaje deformado: arcaísmos, giros verbales, regionalismos; academiza el argot.
5-Atmósfera irrespirable pero en la que tienen cabida la pasión y el amor.
6-Personajes marginados: el hombre que no acepta el mundo español tal como está.
7-Refleja la realidad española en su totalidad
8-Esperpentiza lo objetivamente esperpéntico.
9-Ambos ofrecen caricaturas de realidades esencialmente deformadas; en ambos la parodia coincide con la realidad.
GROTESCO
1-Rebelión en contra de la configuración histórica y tradicional.
2-Disconformidad frente a la visión optimista del inmigrante que había “hecho la América”
3- Interiorización del sainete: desplazamiento hacia la habitación sombría, salvo en Cremona, un grotesco con “cielo”.
4-Lenguaje deformado: lunfardo y cocoliche; expresión tartajeante “manqué y desesperada”.
5- Atmósfera sórdida e irrespirable producto del más completo aislamiento; asexualismo.
6- Personajes marginados: el inmigrante pobre con su lenguaje y porte ridículos.
7-Refleja un fragmento de la realidad argentina, la del inmigrante.
8- Se construye con seres esencialmente grotescos.
9- Ambos constituyen grandes síntesis expresivas que reflejan el dualismo de vivir y verse vivir
año II,N° 99
pzayaslima@gmail.com
[1]
“Si nuestro teatro tuviese el temblor de las fiestas de toros sería magnífico;
si hubiese sabido transportar esa violencia estética sería un teatro como La Ilíada. A falta de esa tiene toda la antipatía de los
códigos, desde la Constitución a la
Gramática” (Los cuernos de Don Friolera)
[2]
Esta deformación no implica aniquilación: las palabras pesan como sonido
(onomatopeyas, recursos propios del simbolismo), como plástica (rojos y
amarillos goyescos) y como pensamiento.
[3]
Arturo Cerretani lo define como “una búsqueda alucinante para la
expresión de dolor y el hallazgo de las voces inéditas, inventadas, fruto de la
parla gringo-criolla. Su sustancia íntima radica en la falta de logro total; es
un padecimiento muy argentino, inculto, donde el verbo exacto, el ademán
preciso son suplantados por la búsqueda desesperada y desesperante del verbo
exacto y el ademán preciso”.
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