En El Tinglado, teatro que desde
ya hace varias temporadas estrena exitosas y calificadas obras, generando así
una continuada corriente de público, Eduardo Lamoglia dirige la nueva pieza de
Alberto Drago, Contemplo la nieve que cae
blandamente. Este autor, desde
mediados de los ´70 con Sábado de vino y gloria, se instala como un dramaturgo que aporta al desarrollo
del teatro nacional tanto temática como
estilísticamente. Con La Navarro -inspirada
en la Medea de Eurípides y trabajada
a partir del concepto de arquetipo de
Jung- realizaba un doble juego: jerarquizar un momento de la
historia argentina “con el empleo de un
ideologema prestigioso y universal” y resignificarlo “al enaltecer la acción
salvífica por parte del indio (…) Frente a un mito literario coagulado, nuestro
dramaturgo propone otro, liberador, asociado con la utopía”[1].
La relación entre tango y teatro aparece enfocada desde originales ángulos en Rubias de New York -sobre el tema cantado por Gardel- y Milonga –historias con milongas para
cuyo tema compone “Milonga del Cuarto Oscuro”, “un corazón de milonga” y “la
contraseña”-. En su monólogo Yo me mando
a mudar utiliza el humor como instrumento superador de la angustia del
abandono de una abuela, lo que le permite mostrar cómo los vínculos familiares
pueden operar como factor de perturbación.
La selección de esta obras dentro
de la extensa lista de su producción estrenada y publicada, no resultan
arbitrarias a la hora de referirnos a Contemplo
la nieve que cae blandamente. Sin reiterar a las anteriores, pero de una
manera sutil incorporando algunos elementos de ellas, Drago construye una pieza
sustentada en un diálogo que conduce al progreso de la acción, dinamiza las
posibilidades del humor, permite diseñar a los personajes (padre e hijo),
contextualiza y ensambla varias temporalidades que afectan a la historia
argentina y latinoamericana, y hasta permite introducir marcas que permiten que
el receptor reconozca citas literarias
(Borges como polémico y famoso escritor y conferencista), teatrales (El viejo criado, de Roberto Cossa) y
autorreferencias (el tango, la milonga y Gardel, citas de otras anteriores). Y
no deja afuera elementos míticos: la añoranza de una edad de oro y la utopía de
una Argentina europea, por parte del padre; el cruce del umbral hacia un
espacio y un tiempo de libertad (el hijo)
La escenografía de Sabrina López
Hovhannessian acierta en la creación de un espacio interior que permite tanto marcar el aislamiento de los
personajes solos en una confitería rodeados con mesas vacías, sin parroquianos,
como subrayar la puesta escena de un
discurso verbal que marca la dicotomía entre el adentro en el que el espectador
observa el debate entre el padre y el hijo, y el afuera citado en el que mozos
y clientes se encuentran contemplando
cómo nieva en Buenos Aires. Creo que a
la homogénea propuesta del autor, el director y la escenógrafa, puede aplicarse lo que Thomas Postlewait
decía sobre cómo Tennessee Williams componía la básica dicotomía entre el
interior y el exterior estableciendo tres (y no dos) campos espaciales que operaban visible y temáticamente en sus
obras: “an enclosed space of retreat, entrapment, and defeat, a mediated or threshold
space of confrontation and negotiation, and an exterior or distant space of
hope, illusion, escape, or freedom.” (p. 49)[2]
La representación subraya la
oposición de ambos personajes, no sólo por el enfrentamiento generacional
(padre/hijo) e ideológico (derecha/izquierda) sino por la mesurada actuación de Ulises
Puiggros que muestra el comportamiento lineal, progresivo y fácil de
decodificar del hijo en busca de una confirmación identitaria, y el
trabajo de Julio Ordano que sabe identificar y trasmitir los
intrincados vericuetos de la trama interna de su personaje (el padre), sus
objetivos, motivaciones, contradicciones y acciones. A través de su discurso
verbal y trabajo corporal (movimiento, postura, gestos) logra que en diferentes
secuencias, lo referencial se borre gradualmente y se recubra de un estatus
mítico. Es precisamente su minucioso trabajo y personal visión sobre este
padre, egoísta, megalómano, talentoso y reaccionario a la vez, y su capacidad
de conciliar el humor y lo patético, lo que evita caer al personaje en una
caricatura o en un estereotipo.
Sin duda, parafraseando a Stephen King, los
productos artísticos se crean para disfrutarlos más que para deconstruirlos. La
obra de Drago y la puesta en escena de Lamoglia al frente de un creativo equipo
generan disfrute, un disfrute que lleva también al espectador al campo de la
reflexión sobre la soledad, los vínculos familiares, la identidad,
las ideologías, los clichés, o la fama.
Año II, n° 90
pzayaslima@gmail.com
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