lunes, 15 de mayo de 2017

FICCIÓN ESCÉNICA Y VERDAD HISTÓRICA, UNA RELACIÓN CONFLICTIVA (III)


En el Prefacio a sus  Comedias Agradables, escrito en 1898, George Bernard Shaw reflexionaba sobre la necesidad del conflicto en el drama cuyo desenlace  puede ser la reconciliación ola destrucción (o tal vez la inexistencia de tal desenlace). Y asimismo advertía algo que resulta útil a tener en cuenta cuando se trata de obras en las que la ideología política gobierna la organización y representación de hechos históricos:

“…el evidente conflicto entre el bien inconfundible y el inconfundible mal no puede presentar más que el tosco drama de villano y héroe, en el que se defiende algún punto de vista absoluto y en el que el autor trata a los que disienten de él como enemigos que deben ser piadosamente glorificados o indignamente vilipendiados”.

 
Creo que vale reflexionar sobre estas palabras a la luz de declaraciones, realizadas por  sus autores y directores. En este discurso metateatral se señalan de manera explícita  conceptos sobre el teatro y su relación con el pasado y el presente. En estos momentos se encuentra en cartel  Fanny y el Almirante (dramaturgia de  Luis Longhi). La obra fue presentada ante los medios de prensa como: “obra necesaria en este contexto político social”, “una aventura artístico política para repensar nuestra historia, los modelos de país en pugna, los orígenes de la grieta, el odio de clase y la violencia política en argentina”, y un “grotesco teatral sobre un encuentro ficcional entre dos personalidades emblemáticas de la Argentina del 55: Fanny Navarro y el Almirante  Rojas.

Al menos, encuentro tres puntos sobre los cuales reflexionar sobre este comunicado  (sin tomar en cuenta  ni el texto ni el espectáculo en sí):

a)      Cuál es este contexto político social en el que la obra es considerada necesaria.

b)      Cuándo se ubican los orígenes de la grieta.

c)      La elección del género y la elección de los personajes.

Repensar nuestra historia es siempre necesario más allá de los contextos políticos sociales particulares, claro que es necesario adoptar una mirada crítica libre de preconceptos que no se pueden documentadamente sustentar y aclarando siempre desde que lugar  uno se sitúa para definir ese contexto político social al que se hace referencia, reconociendo que no siempre esa definición es compartida  por todos.

Si bien el término “grieta” para marcar  irreconciliables diferencias entre quienes defienden el modelo kirchnerista y los que no, es nuevo (precisamente fue durante el gobierno de Cristina Fernández de Kirchner que comenzó a instalarse). La polarización ideológica radicalizada que se manifiesta con la violencia política y el odio de clase no se encuentra en el peronismo, sino en la época de Rosas, y los modelos de país en pugna confrontan a partir de la misma revolución de mayo de 1810, intensificándose una década después.

La utilización del grotesco es altamente significativa. Elegido por Armando Discépolo como el instrumento que mejor mostraba la decadencia y las heridas sociales en la década del  ´30, resulta ahora pertinente el medio pertinente para revelar las fracturas, miserias y contradicciones instauradas por la autodenominada “Revolución Libertadora”. En cuanto a los personajes, creo que  más allá de  ser emblemáticos cada uno de ellos del peronismo y del antiperonismo, es que  ambos fueron fanáticos en su propio terreno: así como el militar persiguió sin cuartel a todos  aquellos que aparecían relacionados con el peronismo, la actriz al frente del  Ateneo Eva Perón, en su momento acosó y expulsó de los escenarios a quienes se oponían o no simpatizaban con esa doctrina “nacional y popular”. Frente a esto, ¿puede un dramaturgo en  una “aventura artística política” mantener la alternativa entre lo verdadero y lo falso y un discurso ficcional plantear el problema de la verdad?

 
También se encuentra en cartel Los días más felices, de  Rodrigo Cárdenas, sobre  lo que él considera  “el movimiento político de masas más grande  de Latinoamérica, el peronismo”. Y explica su argumento y posición: “Historia de una familia argentina que al igual que el país, está atravesada por el peronismo. El Estado de Bienestar, el Terrorismo de Estado, la enfermedad y muerte de  Eva Perón, los bombardeos del 55, las fiestas populares del 45 y del 73, entre otros hechos de la historia reciente, son recordados por los protagonistas y funcionan como contrapunto del relato. Obra que repasa en clave ficcional los momentos más importantes de nuestra historia social y política reciente”. (El subrayado me corresponde)

Si se entiende que el testimonio es la construcción de recuerdos  y que la función de la memoria consiste en la reelaboración de estos,  no puede exigirse fidelidad al relato sobre una determinada realidad (Tomás  Eloy Martínez afirmaba en Santa Evita que “lo único que se puede hacer con la realidad es inventarla de nuevo”).

¿Dónde queda ubicada, entonces la historia: como ciencia, como filosofía, como literatura? ¿A cuál de estos campos pertenece el “teatro histórico”? ¿Esta categoría constituye un oxímoron? ¿Qué une y qué separa al historiador del dramaturgo en el tratamiento de un mismo tema?

José  Luis Romero en  De Heródoto a Polibio, considera que la “formación histórica debe ser preocupación de todo hombre que se sienta vivo e incorporado a una colectividad” y corregir el divorcio entre la historia y la vida. Como historiador, científico y docente reconoce que  la actitud historia ofrece dos aristas: como ciencia, aspira a una máxima objetividad fundamentan en pruebas minuciosas; como conciencia, ahonda en la búsqueda del sentido profundo de los datos que se  le ofrecen. Hay una etapa eurística de objetividad rigurosa, y una etapa hermenéutica que admite ciertos condicionamientos en relación con el desarrollo histórico.

“la fuente primera de la experiencia histórica reside en el presente de cada uno y de él proviene numerosas inferencias que insurgen como  verdaderas y decisivas opiniones”. La historia se hace viva, cuando el presente plantea interrogantes que es necesario resolver con madura responsabilidad.”  

El dramaturgo, en este caso, Rodrigo Cárdenas parte de una imagen generadora (una madre que deambula)[1], y se detiene en hechos puntuales, felices y trágicos, por él seleccionados, ocurridos entre 1945 y 1973 a integrantes de una familia estrechamente ligada al peronismo. La estructura dramática es la misma para los hechos ficcionales que para los hechos documentados y las secuencias se ajustan tanto a los principios de exposición racional como a la presentación de imágenes cargadas de subjetividad: es decir el autor combina acontecimientos basados en la evidencia con aquellos basados en la invención.

Ambas obras apuestan a generar un efecto de realidad (R. Barthes) sobre todo a partir de la cronología (nada hay tan “real” como las fechas), de un anclaje referencian fácilmente verificable por el público argentino y el empleo de personajes capaces de  condensar roles. Lo histórico roza lo político a partir de la selección y uso de los materiales primarios y se orienta hacia una competencia teatral compartida por  creadores y receptores.

El teatro puede  así enriquecer a la historia, a las diversas líneas históricas y ofrecer una fuerte mirada subjetiva  que no puede ser cuestionada; lo que no puede es  exigir  que su registro de los hechos sea recibido como un discurso verdadero, absoluto e incuestionable.

Año II, n° 71

[1] Las referencias sobre cómo se gestó esta obra y el proceso seguido en los ensayos pueden encontrarse  en “Notas sobre Los días más felices”, por Rodrigo Cárdenas, posteado en: saquen una pluma.wordpress.com/07/03/2017.
 

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