Una exitosa segunda
temporada acompaña nuevamente a este espectáculo creado y dirigido por Norberto
Vázquez Freijo. Ubicada dentro
del género comedia musical que incluye narraciones, poemas y canciones de Buenos Aires, presenta singularidades que
creo oportuno destacar. Se aleja del modelo frívolo de tradición estadounidense
y de la espectacularidad que la acompaña y aparece con un modelo superador de la tradicional comedia musical porteña, si bien mantiene la estructura de
cuadros cohesionados por una idea central.
El autor señala en el
programa de mano que la obra fue construida “partir de añoranzas, aromas,
viejas fotografías, melodías guardadas en el corazón y el deseo de homenajear a
estos cuatro barrios porteños: Montserrat,
Flores, Barracas y Belgrano”,
lugares en los que había residido parte
de su familia a comienzos del siglo XX. Tanto la dramaturgia como la
música permiten simultáneamente diseñar
las características de esos espacios y revelar sutilmente sus puntos en común;
conjuga con maestría los recuerdos personales con las evocaciones de dos de las
actrices, Celia Villareal y Miriam Bigliano con el texto de Oliverio Girondo, “Exvoto”; y logra que una ambientación minimalista sea
capaz de sugerir junto con el vestuario el mundo evocado (mérito de Leonardo Altamirano
y Sarina Herbas, respectivamente).
Como lo hiciera Adolphe
Appia en su momento, Vazquez Freijo
trabaja la música como un
lenguaje que configura, al mismo
tiempo, la dramaturgia y el espacio simbólico por lo que resulta
esencial la presencia del guitarrista Nahuel Larisgoitía y la selección del
repertorio interpretado por Julián Pucheta, quien también oficia de narrador, y
Geraldine Farhat. La elección del
espacio, el pequeño escenario de La
Botica del Ángel, museo que su creador Bergara Leumann legara a la
Universidad del Salvador aporta desde lo estético y lo testimonial (obras de
artistas plásticos, manuscritos y recuerdos de actores y cantantes, instalaciones
con objetos que pertenecieron a personajes emblemáticos de la Argentina) un contexto que subraya precisamente la importancia del
ejercicio de la memoria.
La secuencia que cita
al género telenovela elaborada desde el humor convive con aquella del Carnaval
porteño impregnada de costumbrismo, se orientan a subrayar el protagonismo del
amor y la presencia de lo poético en lo
más cotidiano como ocurre en la secuencia
del legado de la receta de la torta de coco trasmitida de generación en
generación).
El espectáculo revela como en su momento lo hicieran Alberto Vacarezza,
Horacio Ferrer y Santiago Doria, entre
otros, que la ciudad es más que una coordenada geográfica, más que un espacio a
ser investigado sociológicamente. Vázquez
Freijo propone una evocación y un
homenaje (“los abuelos inmigrante, los patios perfumados y el sol de los
domingo de una infancia feliz”), un espacio de la memoria individual que se integra a una memoria colectiva (“espero que mis
recuerdos se entretejan con los de ustedes”), la vigencia de una identidad que
se hereda pero también se construye (la canción española, la canción de Buenos
Aires). Espacios y tiempos idos que pertenecen, como diría Reinhart Koselleck a las condiciones de posibilidad de
la historia, una historia del tiempo presente (“todo tiempo es presente en
sentido propio”). En esta línea de pensamiento puede ser leído la secuencia que
precede a la canción final del espectáculo protagonizada por Itatí Figueroa y
su pareja de títeres, que resume de manera magistral, sin palabras,
sentimientos, emociones, teatralidad y poesía. Y en ella se encarna la
dedicatoria que el autor/director hace de Cuatro barrios a su “maestra y amiga Sarah Bianchi”, pintora, escritora y
titiritera quien en 19771ofreciera en
su testimonio escénico Con las manos en la masa, imágenes
inolvidables de los románticos amores de Peleas y Melisenda y la evocación del
barrio de antaño.
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