El dramaturgo
argentino Bernardo Carey acaba de
publicar Teatro, representación y otras
yerbas (Buenos Aires, Nahuel
Cerrutti Carol Editor, Cuadernos para el arte, 2016, 84 p.) un
volumen que reúne trece artículos, notas, bibliografía y referencias
biográficas del autor. Carey es sin
duda, más conocido como un autor
dramático que aborda con soltura y
solvencia tanto la historia y el mito, y es capaz de recorrer el amplio arco
que va del folletín a la ópera pasando por la comedia musical. Menos difundidos
fueron su labor docente (fue el primer docente de Dramaturgia de la carrera
homónima creada en 1993 en la Escuela
nacional de Arte Dramático “Antonio Cunill
Cabanellas”) y sus trabajos de reflexión teórica sobre la historia del
teatro y sobre los principales conceptos que la crítica contemporánea emplea
para referirse al hecho escénico.
“Genealogías teatrales. Mimesis y personaje. La variación de
dos invariables”, artículo que abre este
libro destaca, en una primera parte, las
relaciones entre la ciencia, la filosofía y el arte y entre rito y teatro, al
tiempo que revisa los conceptos de zoe
y bios referidos a Dionisos y basándose en calificadas fuentes
(Girard, Frazer, Murray,
Vernant, Bozal, Rodríquez Adrados) también reflexiona sobre el sentido del doble y los
alcances de la mimesis. Una segunda parte propone el análisis sistemático de ocho
tipos de personajes en diferentes épocas y estéticas y justifica su preferencia
como autor del realismo crítico para sus
personajes.
Una documentación pertinente orienta a Bernardo Carey en el artículo “Palabra e imagen teatral”, lo
que le permite fundamentar una serie de hipótesis sobre la desacralización del
autor y la degradación de la palabra, los alcances de la imagen en los sistemas
capitalistas y socialistas y la coincidencia de la palabra con la imagen en
cuanto metáfora. En mi opinión, uno de los mayores logros de este ensayo es que
junto con sus certezas sobre ciertos temas, instala una serie de interrogantes
sobre otros. Más allá del punto de vista sostenido por el autor, al lector se “ve
obligado” a repensar sus propias
posturas; tal es el caso de “Posmodernidad y crisis. El teatro frente a
la globalización ¿Universalismo o provincialismo”, “La representación de la
realidad ¿Totalidades o fragmentos”, “Reacomodamiento
de los roles en el teatro ¿Es posible un teatro sin autor”, “El problema de la verdad en el teatro ¿debe el teatro comunicar
una verdad?”, “La situación actual del dramaturgo en el teatro actual ¿Teatro
moderno o posmoderno”, y “Teatro ¿Una experiencia frustrada de Manzi?”. Este
último aborda la conflictiva confrontación de dos términos, lo popular y lo
culto, conceptos que, sin aparecer, informan un artículo que sintetiza claramente un fragmento de la
historia de nuestro teatro: “A propósito de la primera bisagra del teatro argentino. Autores de drama gauchescos, sainetes
y revistas. Siglo XIX”.
Carey suma a esta perspectiva histórica, una perspectiva “política”
más que “estética”, en “La crisis del relato, la crisis del personaje como
entidad sicológica”, crisis en cuyo centro “estaría la desaparición del sujeto
moderno como núcleo poseedor de la verdad y del sentido de la historia” (p. 31).
El papel de la etimología a la hora de entender realidades actuales estructura “Teatristas
fundamentales”; no es casual que cierre este artículo con las palabras de Carlos Correas, profesor de filosofía que inspirara
su obra teatral Carlos Correas, la voluntad de
vivir, obra estrenada en el Teatro
del Pueblo y publicada en el 2014.
Finalmente, resta referirme a dos artículos que se centran en
la vigencia del mito y su relación con el teatro y la historia: “Brujas. El estigma” e “Historia,
mitologías y su resplandor en tres o cuatro obras recientes”. Explica el éxito
de la primera no por las actrices que la representaron en numerosas temporadas, ni por la dirección,
sino por la fábula que recrea el mito de “la víctima propiciatoria”, “el
chivo emisario”; pero además ofrece una implacable mirada sobre la recepción a-crítica
de los espectadores. Tal como lo declara
el autor, ahondó luego en el tema para encontrar una genealogía que lo “ayudara en la comprensión del mito y su
teatralidad (p. 57), lo que le permitió,
a su vez, comprender algunas obras de autores nacionales. En el segundo de los
artículos antes citados, sus reflexiones teóricas e históricas sobre las cosmogonías, los ritos y el mito alumbran su
interpretación de Monos con navaja,
de Luis Sáez; El mal
de la paloma, de Omar Aita; La
escuálida familia, de Lola Arias, Pájaros negros, de Helena Bamberg; y Ojos de ciervos rumanos, de Beatriz Catani.
En resumen, Teatro,
representación y otras yerbas conforma
un criterioso ensayo en el que se integran, los datos históricos y la
presentación de problemas conceptuales de actual vigencia en el campo del
teatro (pero que también afectan al campo de filosofía, la sociología, la historia, la
política y la economía), con las opiniones y creencias de un escritor/ dramaturgo,
en el que conviven la teoría y la práctica.
www.goenescena.blogspot.com.ar// Año II, n°67
pzayaslima@gmail.com
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