miércoles, 5 de abril de 2017

VIGENCIA DE CIERTOS PARADIGMAS DE LA MODERNIDAD A PROPÓSITO DE EL CRUCE SOBRE EL NIÁGARA Y TERESA (I)


En marzo de este año dos obras teatrales, El cruce sobre el Niágara, del dramaturgo peruano Alonso Alegría, y Teresa, del autor y director argentino Mariano Moro, se reestrenan en Buenos Aires en dos teatros alejados del circuito “comercial”, pero que tradicionalmente convocan a numeroso público, El Tinglado y Patio de Actores, respectivamente. Ambas obras, al margen de las diferencias estructurales y estilísticas que las definen, revelan elementos significativos elementos comunes: la elección de un personaje histórico notable por sus cualidades y opciones vitales y la utilización de símbolos que funcionan como “dimensión humana creadora de sentido” (Aniela Jaffe) y como respuesta a esa pérdida del sentido de la existencia que desde mediados del siglo XX exhiben y proclaman dramaturgos de diferentes países y culturas.


El cruce sobre el Niágara (premio Casa de las Américas 1969), fue presentada en países europeos y americanos, se reestrena en esta oportunidad bajo la dirección de Eduardo Lamoglia, quien optó por organizar rítmicas secuencias de diálogos -subrayadas con la música de Sergio Vainikoff y la iluminación de Sebastián Crasso - y condensar la acción (frente a otras puestas cuya duración aproximada era de 1hs. 20, esta se completa en 1 hora). Decisión acertada al tener como protagonista a Raúl Rizzo cuyo dominio vocal y gestual captura literal y simbólicamente al espectador. Los diferentes estados de ánimo por los que atraviesa su personaje (desazón, euforia, soledad, dudas, certezas) y la variedad de situaciones por las que atraviesa (triunfos, engaños, desafíos, momentos de reflexión) se manifiestan en un juego en el que alterna lo claro y directo con lo sutil y lo ambiguo; su discurso verbal y su trabajo corporal (la voz es manejada efectivamente como prolongación del cuerpo) diseñan un espacio que marca un interior cerrado pero también un exterior que se expande; potencia así cono su energía y su manejo de la técnica la propuesta escenográfica de Sabrina López Hovhannessian. El contrapunto que Rizzo establece con su joven partener Álvaro Ruiz, tal como lo propone Alonso Alegría, contribuye a dirigir la acción desde la exposición hasta el climax y la resolución, generando en la recepción una nueva perspectiva que implica una real comunicación y un posible toma de conciencia. Es el lugar de la catarsis, la que tiene lugar porque ambos actores asumen un final con el suficiente dominio actoral que impide que quede reducido a una moraleja. La catarsis aparece así como una reafirmación de lo vital y de la capacidad del hombre en renovarse y permanecer[1]. A 120 de la muerte del equilibrista francés[2], el actor Raúl Rizzo brinda, tal vez, el mejor homenaje.

En el programa de mano aparece casi con el valor de un subtítulo “…una obra romántica para atreverse a volar”. Lo cual me lleva a reflexionar en qué sentido el director asume la idea de “romanticismo “, y a cuál de los tres tipos de romanticismo adhiere[3]. La obra subraya el carácter excéntrico y narcisista del protagonista, la relación entre la ciencia y el arte, la actitud del hombre libre frente a la naturaleza, el desafío de ir siempre “más allá” en el de por sí arriesgado cruce en el que para el héroe no hay vuelta atrás, pero sí transformación; la utilización del mito como instrumento del diseño de un mundo poético, y el empleo claro el símbolo del “rio” (originariamente ambivalente) en el sentido de “fuerza creadora de la naturaleza y del tiempo” (Cirlot). Tanto el texto como la puesta en escena rescatan lo mejor del romanticismo, el bucear en la historia pasada en busca de un sujeto capaz de realizar actos heroicos (una gesta), lo que permite afirmar la importancia de la fuerza de un individuo en su tarea de reafirmar la libertad interior en la lucha naturaleza/espíritu.


www.goenescena.blogspot.com.ar //año II, n° 64.

pzayaslima@gmail.com








[1] James Joyce definía así las dos notas de la catarsis (piedad y  temor) : “Pity is the feeling which  arrests the mind in the presence of whatsoever  is grave and constant in human sufferings and unites it with the human sufferer. Terror is the feeling which the mind in the presence of whatsoever is grave and constant in human sufferings and unites it with the secret cause”. Esta frase ha sido ya citada por Thomas  B. Markus y por Michael Stugrin, pero considero pertinente volver sobre ella.
[2] De sus datos biográficos señalamos que  cruzó por primera vez en 1859 a la edad de  35 años a  49 metros de altura y que luego repitió esa hazaña en diferentes oportunidades pero  con nuevas dificultades; tal como lo relata el texto dramático, con los ojos vendados, transportar a una persona sobre su espalda, en determinado momento subirse a una silla, o cocinar una tortilla en el centro del recorrido
[3] Navas  Ruiz (El romanticismo español,  Anaya, 1970) reconoce tres tipos de romanticismo: el que trabaja lo histórico como pretexto más que como objeto; el histórico político movido por el amor a la libertad, y el arqueológico, que busca una especie de resurrección.

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