martes, 27 de diciembre de 2016

EL TEATRO CHINO EN LA ARGENTINA, UNA MIRADA “ENTRE CULTURAS”. (Parte I)

En el año  2006 tuve la oportunidad de  publicar Cuadernos del Catay (Anuario de la  Universidad de Fu Jen, Taiwán, Taipei) el artículo  La percepción del mundo chino en la pedagogía y la praxis del teatro argentino contemporáneo", en el que describía y analizaba la presencia cada vez más fuerte del universo cultural chino en la Argentina. Un hecho incontrastable es que desde hace algunas décadas China ha comenzado a ser ‘visible’ en la Argentina (y en especial en Buenos  Aires) por la llegada y la radicación de un importante número de inmigrantes taiwaneses que se sumaron a los primitivos chinos continentales arribados a mediados del siglo XX. La celebración del Año Nuevo Chino en un prestigioso barrio de nuestra capital, como  Belgrano, reúne a un gran número de habitantes locales y la calle Arribeños convoca cada fin de semana a consumir comidas típicas y adquirir objetos traídos desde la isla, al tiempo que se invita a gozar de los beneficios de la medicina tradicional china y el feng-shui, o la práctica de las artes marciales.  Asimismo, en el campo de las artes del espectáculo, casi todos los años las  películas de realizadores taiwaneses son exhibidas en cines de arte y comerciales, y arriban del continente  acróbatas del Circo de Pekín y compañías de Ópera de Pekín[1].  Junto a estos datos, otros menos  auspiciosos, porque lo que parecía asegurar un diálogo intercultural genuino,  en realidad, no alcanzaba una integración genuina. La creciente visibilidad venía acompañada de exotismo, es decir, de una alteridad que  refuerza la construcción de lo “otro”, y si  bien la sociedad receptora no maltrataba  ni estigmatizaba a los inmigrantes chinos, como producto del desconocimiento, en el ámbito de la conversación informal de las clases menos instruidas, la desconfianza y la desvalorización  continuaban haciéndose presente.
 A partir siglo XIX la llegada de chinos en un número  considerable comienza a registrarse en distintos países americanos, sobre todo en  Panamá, a raíz de la construcción del Canal, hecho que ha sido ampliamente documentado[2]. También fueron  estudiados exhaustivamente los procesos interculturales verificados por distintos y calificados investigadores de la UNAM en México, país en el que la enseñanza del idioma chino reviste un especial interés, tal como sucede en  Cuba.  En este siglo XXI, los intercambios en diferentes campos artísticos (artes escénicas, artes plásticas) entre Guatemala, República Dominicana y Honduras con  Taiwan revelan interesantes puntos de contacto: coincidencias de la cultura maya y la china en el uso de jade, ritmos y coreografías de danzas folklóricas y aborígenes.
Una situación  peculiar  ofrece la literatura, ya que el acceso se realiza  en la gran mayoría de los casos a partir de una mediación: la traducción.  Como “un café colado por tercera vez”, poetas y narradores latinoamericanos traducen textos chinos a partir de otros idiomas (inglés, alemán, francés o italiano), al tiempo que desconocen la lengua original.  Fue el  Dr. José  Ramón  Álvarez quien advirtió la paradoja  de traducir poesía china, sin saber chino, a partir de los textos ofrecidos por el poeta colombiano  Guillermo Valencia y su par mexicano,  Octavio Paz.[3]
La literatura de viajeros es ilustrativa de lo “incomprensible” que resulta no sólo China, sino todo el oriente para el considerado “occidental”, y en particular el europeo.  En un libro publicado hace ya más de una década con Manuel  Bayo (y al que nos referimos más adelante), señalamos – en coincidencia con Michel Loewe[4]- cómo los europeos  veían en  China lo que querían ver y en consecuencia, sólo podían dar una visión deformada y /o  mutilada de la realidad. Alfred  Weber, que  ubicaba a  China, junto con India entre las altas culturas primarias, reconocía “cuán alejados están para nosotros los resultados de su concepción y explicación del mundo; de cómo éstas se encuentran configuradas de tal manera que vienen a ser de muy difícil comprensión para nosotros los occidentales  (1980,44)[5].
La postura entre los escritores latinoamericanos posee un matiz diferente: más que enfocar las diferencias  el punto de vista se concentra en descubrir similitudes. Esto puede apreciarse en textos de viajeros  bolivianos, quienes en encontraron con China significativas relaciones, sobre todo en lo que se refiere a ciertos procesos históricos.  Así Mario  Tórrez Calleja[6] elaboró en los años 60 un ensayo a partir de un esquema de similitudes y divergencias entre la revolución china y la boliviana, deteniéndose específicamente en los sucesos que tuvieron  lugar en  Bolivia a partir de  1952 y el maoísmo. Por su parte,  Alfredo  Franco Guachallo[7], dirigente del  MNR quien en 1985 recorre desde Pekín hasta Shanghai. Además de analizar los procesos históricos allí acaecidos, analiza la influencia que la revolución china ejerció sobre los revolucionarios bolivianos y propone incentivar lazos (Tal como lo señala el prologuista Carlos Ponce  Sanginés, en enero de 1986  se funda en La Paz, el centro de Amistad boliviano-chino).
Pocos autores argentinos han ofrecido textos / puentes que unan la Argentina y China y que hayan alcanzado una significativa difusión (una excepción: “La viuda Ching, pirata” relato borgiano incluido en Historia Universal de la Infamia en 1935). La antología de de Rodolfo Modern El libro del señor  de Wu (1980) es la primera realizada en idioma  castellano. Está dirigida al lector “culto” – no al especialista-  y la compilación realizada busca  “que surja ante su sensibilidad, como un pergamino iluminado, una descripción no del todo indiferente acerca de un  ser humano y sus obras que  de alguna manera, es nuestro pariente. (el subrayado es nuestro)[8] . El ensayo  Oriente, de Jorge Max Rohde (1933) conforma un hito  dentro del panorama de este género en nuestro país y en Latinoamérica.  Allí relata  sus viajes realizados entre 1926 y 1931, y describe a China como una lugar lleno de contradicciones y de misterios, pero reconoce que los hallazgos técnicos y artísticos allí generados no dejan de subyugar a los extranjeros, desde que el paso de  Nankow fue atravesado. Pero lo informativo es permanentemente atravesado por una visión que busca comprender lo otro desde el punto de vista “del otro”. Desde mediados del siglo XX se intensifica el interés por China con las traducciones al español  de, Los  chinos son así, de  Carl  Crow ( Buenos  Aires, Espasa  Calpe, 1944),  China, Historia de las ideas y del periodismo, de Lin Yu tang ( Buenos Aires,  Ediciones L.A.C.. 1947),   Ricci descubre China, de Vincent  Cronin (Buenos  Aires, Carlos Lohlé, 1951) y Claves para  China, de  Claude Roy ( Buenos  Aires, Lautaro, 1956), textos que dan cuenta de un viraje en la visión occidental sobre el país asiático. En una  línea de interpretación positiva, la obra del estudioso mejicano Vicente Lombardo  Toledano,  Diario de un viaje a la  China Nueva,  (México,  Ediciones  Futuro, 1950), también tiene una amplia difusión en nuestro país.
  Desde el mismo título, Viaje nada secreto al país de los misterios: China extraña y clara (Buenos  Aires, 1984) de Bernardo Kordon, nos marca la necesidad y la posibilidad de una rearticulación fluida de ciertos esquemas binarios: occidente/oriente, centro/periferia, identidad/ alteridad, hegemónico/ subalterno. Antes, en su estudio, El teatro tradicional chino  (Buenos  Aires, Siglo XX, 1959) se había extendido  sobre las características propias del chino apuntando a  difundir ciertas vías de acceso para su comprensión. Héctor  Tocagni, reconoce que la mirada mutilada  del extranjero  suele derivar en una construcción distorsionada de la realidad e intenta revertir esta situación, en  China, un mito del Occidente ( Buenos  Aires,  Albatros, 1975) en la que describe y analiza diversos tópicos  como cocina, acupuntura, música, pintura y filosofía, pero no menciona el teatro.
  Finalmente, China-Occidente. Interculturalismo y teatro,  escrito por un europeo radicado en  China (Manuel Bayo) y una sudamericana residente  en  Buenos  Aires (Perla  Zayas de Lima), se abre hacia un amplio espectro de cuestiones que trascienden lo exclusivamente teatral:  los límites de la comparatística, los beneficios de repensar y redefinir conceptos como hibridación,  la identidad como búsqueda y como configuración, las conflictivas relaciones entre cultura hegemónica y la cultura subalterna, la recuperación y representación de la memoria, la imbricación de teatro, política y sociedad.[9]
El interés por  China, se incrementa de  manera exponencial a fines del siglo  XX y continúa en el presente. En nuestro país, publicaciones como Dang Dai  que se interesan por promover intercambios culturales, instituciones como la  Asociación Argentina de  Traductores y profesores de idioma chino, la  Asociación ALAADA, o  “Asia y Argentina”, organismo privado  orientado a la  incrementar relaciones comerciales y turísticas. En Latinoamérica, los números encuentros académicos internacionales convocados por instituciones de México y Brasil. 
Resta, empero,  un campo no trabajado en profundidad: el teatro. Y a contribuir en este aspecto apuntará el siguiente  blog.



[1] Por primera vez, la Ópera de Pekín se presentó en la  Argentina en 1956. .
éVéase al respecto Overseas  Chinese  Association,  Gran diccionario sobre los  Chinos en Ultramar,  Taipei, OCA Ed, 2000
[3]  “Tres poetas latinoamericanos traductores de poesía china” en  Encuentros  en  Catay, n° 11, Departamento de Lengua y Literatura  Españolas, Universidad  Fujen- Taipei, 1997, pp.35- 53.
[4] M. Loewe, La  China  Imperial, Madrid, revista de Occidente, 1969.
[5] A. Weber, Historia de la  Cultura, Argentina,  FCE.
[6] China-URSS. Dos Precesos, La Paz  Empresa  Editora  Universo, 1961 este  libro se publica una año después de  la obra de  Germán  Quiroga  Galdo,  China, Gigante  Despierto, La paz,  Ediciones Pueblos Libres, 1960..
[7] China, ayer, hoy y mañana, Bolivia, La Paz, 1986.
[8] Buenos  Aires,  Editorial  Fraterna, 1980, p.11.
[9] Buenos  Aires,  Nueva  generación, 1998, p. 9.

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