En el año 2006 tuve la oportunidad
de publicar Cuadernos
del Catay (Anuario de la Universidad de Fu Jen, Taiwán, Taipei) el
artículo “La
percepción del mundo chino en la pedagogía y la praxis del teatro argentino
contemporáneo", en el que describía y analizaba la presencia
cada vez más fuerte del universo cultural chino en la Argentina. Un hecho incontrastable es que desde hace algunas décadas China ha
comenzado a ser ‘visible’ en la Argentina (y en especial en Buenos Aires) por la llegada y la radicación de un
importante número de inmigrantes taiwaneses que se sumaron a los primitivos
chinos continentales arribados a mediados del siglo XX. La celebración del Año
Nuevo Chino en un prestigioso barrio de nuestra capital, como Belgrano, reúne a un gran número de
habitantes locales y la calle Arribeños convoca cada fin de semana a consumir
comidas típicas y adquirir objetos traídos desde la isla, al tiempo que se
invita a gozar de los beneficios de la medicina tradicional china y el feng-shui, o la práctica de las artes
marciales. Asimismo, en el campo de las
artes del espectáculo, casi todos los años las
películas de realizadores taiwaneses son exhibidas en cines de arte y
comerciales, y arriban del continente
acróbatas del Circo de Pekín y compañías de Ópera de Pekín[1]. Junto a estos datos, otros menos auspiciosos, porque lo que parecía asegurar
un diálogo intercultural genuino, en
realidad, no alcanzaba una integración genuina. La creciente visibilidad venía
acompañada de exotismo, es decir, de una alteridad que refuerza la construcción de lo “otro”, y
si bien la sociedad receptora no
maltrataba ni estigmatizaba a los
inmigrantes chinos, como producto del desconocimiento, en el ámbito de la
conversación informal de las clases menos instruidas, la desconfianza y la
desvalorización continuaban haciéndose
presente.
A
partir siglo XIX la llegada de chinos en un número considerable comienza a registrarse en
distintos países americanos, sobre todo en
Panamá, a raíz de la construcción del Canal, hecho que ha sido
ampliamente documentado[2].
También fueron estudiados
exhaustivamente los procesos interculturales verificados por distintos y
calificados investigadores de la UNAM en México, país en el que la enseñanza
del idioma chino reviste un especial interés, tal como sucede en Cuba.
En este siglo XXI, los intercambios en diferentes campos artísticos
(artes escénicas, artes plásticas) entre Guatemala, República Dominicana y
Honduras con Taiwan revelan interesantes
puntos de contacto: coincidencias de la cultura maya y la china en el uso de
jade, ritmos y coreografías de danzas folklóricas y aborígenes.
Una situación peculiar
ofrece la literatura, ya que el acceso se realiza en la gran mayoría de los casos a partir de
una mediación: la traducción. Como “un café
colado por tercera vez”, poetas y narradores latinoamericanos traducen textos
chinos a partir de otros idiomas (inglés, alemán, francés o italiano), al
tiempo que desconocen la lengua original.
Fue el Dr. José Ramón
Álvarez quien advirtió la paradoja
de traducir poesía china, sin saber chino, a partir de los textos
ofrecidos por el poeta colombiano
Guillermo Valencia y su par mexicano,
Octavio Paz.[3]
La literatura de viajeros es ilustrativa
de lo “incomprensible” que resulta no sólo China, sino todo el oriente para el
considerado “occidental”, y en particular el europeo. En un libro publicado hace ya más de una
década con Manuel Bayo (y al que nos
referimos más adelante), señalamos – en coincidencia con Michel Loewe[4]-
cómo los europeos veían en China lo que querían ver y en consecuencia,
sólo podían dar una visión deformada y /o
mutilada de la realidad. Alfred
Weber, que ubicaba a China, junto con India entre las altas
culturas primarias, reconocía “cuán alejados están para nosotros los resultados
de su concepción y explicación del mundo; de cómo éstas se encuentran
configuradas de tal manera que vienen a ser de muy difícil comprensión para
nosotros los occidentales (1980,44)[5].
La postura entre los escritores
latinoamericanos posee un matiz diferente: más que enfocar las diferencias el punto de vista se concentra en descubrir
similitudes. Esto puede apreciarse en textos de viajeros bolivianos, quienes en encontraron con China
significativas relaciones, sobre todo en lo que se refiere a ciertos procesos
históricos. Así Mario Tórrez Calleja[6]
elaboró en los años 60 un ensayo a partir de un esquema de similitudes y
divergencias entre la revolución china y la boliviana, deteniéndose
específicamente en los sucesos que tuvieron
lugar en Bolivia a partir de 1952 y el maoísmo. Por su parte, Alfredo
Franco Guachallo[7],
dirigente del MNR quien en 1985 recorre
desde Pekín hasta Shanghai. Además de analizar los procesos históricos allí
acaecidos, analiza la influencia que la revolución china ejerció sobre los
revolucionarios bolivianos y propone incentivar lazos (Tal como lo señala el
prologuista Carlos Ponce Sanginés, en
enero de 1986 se funda en La Paz, el
centro de Amistad boliviano-chino).
Pocos autores argentinos han ofrecido
textos / puentes que unan la Argentina y China y que hayan alcanzado una
significativa difusión (una excepción: “La viuda Ching, pirata” relato borgiano
incluido en Historia Universal de la
Infamia en 1935). La antología de de Rodolfo Modern El libro del señor de Wu
(1980) es la primera realizada en idioma
castellano. Está dirigida al lector “culto” – no al especialista- y la compilación realizada busca “que surja ante su sensibilidad, como un
pergamino iluminado, una descripción no del todo indiferente acerca de
un ser humano y sus obras que de alguna manera, es nuestro pariente.
(el subrayado es nuestro)[8] .
El ensayo Oriente, de Jorge Max Rohde (1933) conforma un hito dentro del panorama de este género en nuestro
país y en Latinoamérica. Allí
relata sus viajes realizados entre 1926
y 1931, y describe a China como una lugar lleno de contradicciones y de
misterios, pero reconoce que los hallazgos técnicos y artísticos allí generados
no dejan de subyugar a los extranjeros, desde que el paso de Nankow fue atravesado. Pero lo informativo es
permanentemente atravesado por una visión que busca comprender lo otro desde el
punto de vista “del otro”. Desde mediados del siglo XX se intensifica el
interés por China con las traducciones al español de, Los chinos son así, de Carl
Crow ( Buenos Aires, Espasa Calpe, 1944),
China, Historia de las ideas y del periodismo, de Lin Yu tang ( Buenos
Aires, Ediciones L.A.C.. 1947), Ricci
descubre China, de Vincent Cronin
(Buenos Aires, Carlos Lohlé, 1951) y Claves para
China, de Claude Roy (
Buenos Aires, Lautaro, 1956), textos que
dan cuenta de un viraje en la visión occidental sobre el país asiático. En
una línea de interpretación positiva, la
obra del estudioso mejicano Vicente Lombardo
Toledano, Diario de un viaje a la China
Nueva, (México, Ediciones
Futuro, 1950), también tiene una amplia difusión en nuestro país.
Desde el mismo título, Viaje nada
secreto al país de los misterios: China extraña y clara (Buenos Aires, 1984) de Bernardo Kordon, nos marca la
necesidad y la posibilidad de una rearticulación fluida de ciertos esquemas
binarios: occidente/oriente, centro/periferia, identidad/ alteridad,
hegemónico/ subalterno. Antes, en su estudio, El teatro tradicional chino
(Buenos Aires, Siglo XX, 1959) se
había extendido sobre las
características propias del chino apuntando a
difundir ciertas vías de acceso para su comprensión. Héctor Tocagni, reconoce que la mirada mutilada del extranjero suele derivar en una construcción
distorsionada de la realidad e intenta revertir esta situación, en China,
un mito del Occidente ( Buenos
Aires, Albatros, 1975) en la que
describe y analiza diversos tópicos como
cocina, acupuntura, música, pintura y filosofía, pero no menciona el teatro.
Finalmente, China-Occidente.
Interculturalismo y teatro, escrito
por un europeo radicado en China (Manuel
Bayo) y una sudamericana residente
en Buenos Aires (Perla
Zayas de Lima), se abre hacia un
amplio espectro de cuestiones que trascienden lo exclusivamente teatral: los límites de la comparatística, los
beneficios de repensar y redefinir conceptos como hibridación, la identidad como búsqueda y como
configuración, las conflictivas relaciones entre cultura hegemónica y la
cultura subalterna, la recuperación y representación de la memoria, la
imbricación de teatro, política y sociedad.[9]
El interés por China, se incrementa de manera exponencial a fines del siglo XX y continúa en el presente. En nuestro
país, publicaciones como Dang Dai que se interesan por promover intercambios
culturales, instituciones como la
Asociación Argentina de
Traductores y profesores de idioma chino, la Asociación ALAADA, o “Asia y Argentina”, organismo privado orientado a la incrementar relaciones comerciales y
turísticas. En Latinoamérica, los números encuentros académicos internacionales
convocados por instituciones de México y Brasil.
Resta, empero, un campo no trabajado en profundidad: el
teatro. Y a contribuir en este aspecto apuntará el siguiente blog.
[1]
Por primera vez, la Ópera de Pekín se presentó en la Argentina en 1956. .
[3]
“Tres poetas latinoamericanos traductores de poesía china” en Encuentros en
Catay, n° 11, Departamento de Lengua y Literatura Españolas, Universidad Fujen- Taipei, 1997, pp.35- 53.
[4] M.
Loewe, La
China Imperial, Madrid,
revista de Occidente, 1969.
[5] A.
Weber, Historia de la Cultura, Argentina, FCE.
[6] China-URSS. Dos Precesos, La Paz Empresa
Editora Universo, 1961 este libro se publica una año después de la obra de
Germán Quiroga Galdo,
China, Gigante Despierto, La paz, Ediciones Pueblos Libres, 1960..
[7] China, ayer, hoy y mañana, Bolivia, La
Paz, 1986.
[8]
Buenos Aires, Editorial
Fraterna, 1980, p.11.
[9]
Buenos Aires, Nueva
generación, 1998, p. 9.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario