lunes, 4 de mayo de 2020

JUAN CARLOS GENÉ DENTRO DEL PANORAMA TEATRAL ARGENTINO Y LATINOAMERICANO (III)




El tercer hito en el que elijo detenerme es la obra EL SUEÑO Y LA VIGILIA (2000), en el que dos personajes Él y Ella instalan la interrelación entre vida y teatro, ética y estética, historia y política a lo largo de siete sueños y ocho vigilias que incorporan citas y referencias a REY LEAR. Creo que esta elección no es arbitraria, si bien reconozco que otros lectores podrían considerar como hito, por ejemplo, TODO VERDE Y UN ÁRBOL LILA (2007) una obra en la que como autor y director demuestra una inusual pericia para el montaje, un equilibrado juego de elementos intertextuales y un exhaustivo conocimiento de la historia argentina y europea que le permite de modo esclarecedor combinar dichas historias con el discurso ficcional.
Sin duda, hay factores subjetivos que determina mi preferencia por EL SUEÑO Y LA VIGILIA a los que se suman otros que pueden ser compartidos. A veinte años de su estreno[1], la vigencia es notable: el diseño de los dos personajes (viejos actores de teatro); la revelación de los límites permeables entre el teatro culto (la tragedia y el teatro popular (la revista); la polémica sobre la posibilidad de trascender (el arte o la religión), el interrogante sobre dónde focalizar la energía (recuperar el pasado o proyector un futuro), revisitar el universo shakespereano (interés que continúa vigente en muchos de los autores y directores argentinos)
¿Por qué Shakespeare?
Gené reelabora tres nociones que –según el poeta inglés Wystan Hugh Auden- el teatro isabelino había heredado de los misterios religiosos: la significación del tiempo, la significación de la elección y la significación del sufrimiento. El tiempo como momento, como continuidad y como ritmo (Ágnes Heller). La posibilidad de optar más allá de la fuerza del hado o de quien mueve la rueda de la fortuna, y el dolor como catalizador de proyectos. Como Shakespeare, nuestro dramaturgo fue actor y director, y como aquél escribió “en el escenario” otorgando una gran jerarquía a las palabras pero también al cuerpo del actor y a la potencia generadora de sentido que emana de las “partituras” de la música y de la luz.
Por qué Rey Lear?
Esta obra ejemplifica perfectamente como más allá de lo colectivo histórico es importante indagar en las vidas privadas, en sus emociones, en la complejidad de los sentimientos, indaga sobre el papel del tiempo en las vidas humanas como factor revelador de los efímero de dichas vidas y cómo el tiempo puede deteriorar o dotar de lucidez. Desde el punto de vista de los personajes, cómo el protagonista puede sucumbir por el exceso de ingenuidad, de obstinación o por el gusto por la adulación, sin embargo, tiene la libertad de optar qué camino seguir, aún en sus últimas decisiones.
Todo esto se verifica en el diseño de la protagonista de estos sueños y estas vigilias. Ella es la antigua diosa de la desnudez y la frivolidad la que ha memorizado e internalizado las ideas que las obras shakespereanas proclaman, la que reconoce el verdadero poder de las palabras (por eso reivindica la lectura en el lenguaje original), la que cuestiona la distancia que existe entre lo que la historia cuenta y lo que los hechos fueron, a partir de las aventuras que protagonizara con diferentes personajes históricos. También es sujeto de contradicciones. Ella manifiesta odiar Rey Lear “porque odia “la vejez y la muerte”, pero es la obra que elige para que Él la represente
La elección de un autor por parte de un dramaturgo (Shakespeare elegido por Gené) revela en sí misma sus propios intereses. Ante todo, el teatro. Los dos personajes son actores, representen tragedias o protagonicen revistas y ambos más allá de lo que implica los recuerdos potenciados por viejas fotos y declamadas ensoñaciones, son capaces de asumir desafíos: en el caso de Él, protagonizar a Lear.
Así como este personaje es capaz de descubrir la teatralidad que existe en una partida de ajedrez, Gené –como director- subraya el poder que tiene la luz como información y como obra plástica a través de una escenografía que propone velas y espejos, la presencia de las sombras que permiten la construcción imaginaria de los objetos , luces que revelan la realidad de un “cuarto empobrecido”; luces y sombras que construyen imágenes que encuadran las situaciones y subrayan la sonoridad de las palabras y la densidad de los silencios. Asimismo, Gené es consciente de que el cuerpo es el lugar ideal de la representación literal y metafísica, por ello selecciona en los distintos Sueños aquellas citas en las que Lear se refiere a sí mismo como una “pobre enfermizo, débil y despreciable anciano” y un viejo loco, que se corresponde con la percepción que su personaje tiene de sí mismo: “un trasto viejo”, “un viejo enfermo, archivado en un asilo de actores en desuso”; para Ella que se niega a morir y ansía la inmortalidad, el cuerpo es su lugar de resistencia a pesar del deterioro.
La correspondencia entre los personajes de Shakespeare y los de Gené adquieren con el desarrollo de la acción cada vez más intensidad y en el desenlace mientras que en el Séptimo Sueño, Lear aparece con el cuerpo muerto de Cordelia, en la Octava Vigilia, Ella, quien se reconoce como la hermana de Shakespeare, muere y Él hará Lear. Pero, si en la obra inglesa queda claro que es el protagonista quien contribuye a su propia destrucción, en la de nuestro dramaturgo, el protagonista contribuirá a su propia salvación. El intercalar sueños (el sueño es “una de las fuentes principales del material simbólico”, según apunta Cirlot en su DICCIONARIO DE SÍMBOLOS) y vigilias (estado del que está despierto en las horas destinadas al sueño)[2] es mucho más que un instrumento de potenciar la teatralidad; ofrece la clave que permite acercarse al tema profundo de la obra, la coexistencia de razón y pasión, de ficción y realidad, de teatro y vida: la vigilia es lo que permite recuperar el significado que el sueño ofrece, de recuperar totalmente la conciencia.


AÑO V, n° 218.
pzayaslima@gmail.com



[1]La entrevista que Alejandro Cruz le realizara con motivo del estreno revela otras fechas significativas: es la primera obra que escribe después de siete años de su regreso del exilio; había estado 17 años fuera de país (“ocho de exilio, nueve de "extranjería”). LA NACIÓN, 15-06-2000, “Gené descubre un nuevo amor”.

[2] Resulta interesante que Gené, a pesar de presentar a una protagonista que niega la existencia de Dios (rechaza con igual fuerza a agnósticos y creyentes) y a un protagonista que encuentra en el teatro la posibilidad de trascender, haya elegido para el título de su obra el término “vigilia” tan conectado con lo bíblico (tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento).


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