lunes, 12 de agosto de 2019

LA CATEDRAL SUMERGIDA Y EL PODER DE LA PALABRA.

Varios podrían ser los epígrafes para esta obra: “Una vez que sueltas las palabras en el universo, reverberan” (C.Higgins Clark): “cada palabra tenía tanto peso como si estuviera grabada en una tablilla” (J. Le Carré); “… el pasado que no ha sido amansado con palabras no es memoria, es acechanza” (L. Restrepo): “…ya se habían dicho las palabras y lo arrasan todo” (D. Sigaud); las palagras “son como joyas viejas, las limpias un poco y se vuelven brillantes” (L. Padura).

El texto de Papatino revela que en el teatro no existen las palabras llamadas “comunes y corrientes” y como conocedor de todos los secretos de la escritura para la escena, las dota de sugestión, sonoridad y significación, sin que esto signifique opacar el valor de una intriga que no sólo mantiene sino que acrecienta la atención del espectador.

El protagonista se ubica en un “entre”: como hombre, entre la razón y la emoción, entre la vida y la muerte, entre el pasado y el futuro que encarnan dos mujeres; como escritor entre la creación de su novela y la parálisis creativa, entre las ideas que son propias y las que ha incorporado de los artistas del pasado (escritores, pintores, músicos); como editor entre el juez que decide quién es el elegido y el dador de fama. Pero esta historia trasciende el conflicto básico: el amor entre dos mujeres y un hombre; y, a partir de ella, el autor plantea algo que la amplía: La memoria, las lecturas y los recuerdos como archivo o como guía para emprender nuevos viajes como personas y como artistas.

Palabras generadoras de imágenes que apelan a lo visual y lo auditivo. “Si las emociones están sumergidas, y las campanas siguen sonando aún bajo las aguas, bastará que las aguas baje, para que todo quede al descubierto” dice el texto del programa de mano y que tiene su réplica en las palabras finales de la obra; la música elegida es significativamente el Preludio para Piano de Claude Debussy “La cathédrale engloutie”[1]. El simbolismo que encierra esta obra se corresponde perfectamente con el que propone la obra dramática y que el director hace aún más visible.

Con un decorado único Enrique Dacal diseña un espacio que permite el desplazamiento del protagonismo desde una habitación que significa la casa y simboliza el subconsciente, espacio del activación del recuerdo) hasta el café donde intenta escribir (espacio social, latencia de futuro), y en el que cada secuencia implica un mítico cruce del umbral, que en este caso supone fluctuar entre “la dicha y la desdicha de lo cotidiano” y la aventura de qué hacer con un pasado que no se repliega. Precisamente, el mutuo cambio de espacios que asumen las mujeres dan la clave de la intriga. La óptica frontal que le propone la sala pequeña de El método Kairós le permite diseñar un potente teatro de cámara que involucra decididamente al receptor que puede seguir el juego de miradas, los gestos más imperceptibles, los tonos del discurso. Asimismo, el director supera con éxito el desafío de un texto que privilegia la metáfora y aprovecha la libertad de creación que le ofrece y hasta se permite jugar con el humor en las secuencias que se desarrollan en el café. Para ello también cuenta con el talento de los actores Gabriel Rovito, Yamila Ulanovsky y Analía Yáñez quienes entran y salen de situaciones contrapuestas con convicción y naturalidad.

Autor, director y actores practican un Arte que se construye sobre el Arte (sobre varias artes). Uno de los blancos hacia los que este espectáculo apunta, por supuesto desde mi subjetiva lectura, es a desmontar la inutilidad de la polarización verbal/no verbal ya que en esta puesta la imagen verbal propuesta por el dramaturgo confluye con la que imagen espacial diseñada por el director y las que imágenes creadas por los cuerpos y las voces de los actores en las que conviven lo poético, las ideas y los conceptos.








Año III, n 187

pzayaslima@gmail.com


[1] Basada en un mito bretón en el que una catedral sumergida se eleva en las mañanas claras y permite que desde el otro lado del mar se pueda escuchar el canto de los sacerdotes, el repique de las campanas y el sonido del órgano

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