En el Teatro Celcit, espacio consagrado a la difusión de espectáculos argentinos y latinoamericanos se ofrece El herrero y la muerte, de Mercedes Rein y Jorge Curi, bajo la dirección de Enrique Cabaud.
En esta lectura renovada de un tema popular ligado al folklore, la fábula[1] transita en varios planos: el mito (la presencia activa de representantes del Cielo y el Infierno; la muerte burlada), la creación de un héroe/antihéroe masculino construido – y aquí utilizo las ideas de Bernardo Canal Feijóo- sobre el molde folklórico del Hombre-que-se-Pierde emerge la contracara simétrica del Molde Folklórico del Hombre-que–se Salva, pero en este caso, por una sabiduría, astucia e ingenuidad (sólo aparente) meramente humanas.
La puesta de Cabaud transmite fielmente uno de los puros antecedentes de nuestro patrimonio cultural. El citado Canal Feijóo calificaba al folklore como un “bien cultural del pueblo” que “encierra una promoción de lo popular” y no solamente como “elaboración anónima”.
Lo sugestivo de la puesta es el modo en el que el director maneja los elementos propios de la narración y de la representación en las diferentes secuencias. No hay una voz narrativa, sino varias: individuales (encarnadas en varios personajes, incluido el protagonista) y colectivas (la canción en off). Precisamente ese multiplicidad de voces es la que ejemplifica la esencia de la transmisión oral, a veces anónima, en ocasiones recogida y reelaborada en narraciones, poesía o, como en este caso en un texto teatral y que resulta enriquecida con cada una de las transformaciones que sufre.
La participación de Román Caracciolo como supervisor de dirección es más que pertinente. Recordemos su trayectoria como integrante de Los volatineros y su actuación en dos de los más logrados ejemplos de los alcances de la poética popular: en 1988 en El Herrero y el Diablo, de Juan Carlos Gené, en el papel del Gobernador, y en 1989 en Los casos de Juan, de Bernardo Canal Feijóo, en los roles de El Tigre, El Patrón, Un Toro y un Ave. También es acertada la composición de todo el equipo técnico cuyo aporte le permite al director incorporar distintos códigos escénicos propios de la comedia del arte el circo el sainete, y el teatro regional. Las máscaras creadas por Horacio Corral contribuyen tanto a ocultar como a revelar (“Yo puedo proponer desde la actuación y entender lo que la máscara opera en el que la lleva. Generalmente crees que te oculta pero por eso revela lo que no aparecería a cara descubierta”), la interrelación entre pasado y presente e individuo y comunidad (“Me gusta no perder la tradición y aggiornarla al mismo tiempo”), de acuerdo a lo que propone la obra (“Encontrar las imágenes de lo que en el director es una idea es otro desafío”)[2].
El vestuario de Pablo Juan y el maquillaje de Mora Burset coinciden en el objetivo de subrayar junto con la máscara un elemento lúdico que organiza un juego de mostración y ocultamiento y conforman un lenguaje visual articulado sobre la base de diversos factores psicológicos, culturales y de género (por ejemplo, el comendador y miseria, la muerte y la Peraltona, respectivamente). La iluminación de Soledad Ianni abre el campo de connotaciones que ofrece la contundente escenografía de Magdalena de la Torre y produce aquellos efectos que intensifican las diferencias entre el las acciones humanas y las sobrenaturales. Junto con la música de Horacio Corral marca pautas rítmicas y narrativas que contribuyen al progreso de la acción.
Precisamente el ritmo impuesto al desplazamiento de los actores dinamiza un texto regocijante cuya simplicidad convive con la profundidad que la moraleja implícita conlleva. Y los actores afrontaron exitosamente el desafío de emplear convenciones pertenecientes a diferentes géneros y estéticas, optimizándolas. Esta posibilidad de jugar “al borde de” y no quedar encasillados en lo que se espera de una manifestación del folklore se debe tanto a la capacidad profesional de los actores como a la trayectoria del director formado en la actuación con los principales representantes de heterogéneas líneas estéticas como Raúl Serrano, Manuel Callau, Enrique Federman, Julio Chávez y Carlos Gandolfo
Ficha técnico
artística
Elenco:
Luciana Cervera Novo
Leandro Coccaro
Horacio Ingrassia(fallecido prematuramente, formó parte del elenco hasta el 12 de agosto)
Pablo Goldberg
Enrique Cabaud
Leonardo Porfiri
Miguel Trotta
Sebastian Giuliani
Diseño y Realización de Vestuario: Pablo Juan
Diseño y Realización de Escenografía: Magdalena de la Torre
Música Original: Horacio Corral
Diseño de Iluminación: Soledad Ianni
Maquillaje: Mora Burset
Máscaras: Alfredo Iriarte
Diseño Gráfico: María Forni
Asistente de Dirección: Emilce Karl
Supervisión de Dirección: Román Caracciolo
Dirección y Puesta en Escena: Enrique Cabaud
Año III, n° 143
[1]
El gaucho Miseria recibe tres deseos
del mismísimo Jesús. Su picardía en la elección le permite transitar una
aventura en la que pone a prueba a sus amigos, a su hermana, a los políticos de
su pueblo y hasta al propio Diablo. Con mucho humor nos cuenta la
felicidad que puede causar demorar la tarea de la muerte y el caos que se
produciría si finalmente esto fuera posible.
Un tránsito por la amistad, la nobleza, el valor de la palabra, los engaños y la corrupción. "Nunca hay que abusarse de un poder, porque el que lo hace, tarde o temprano, lo paga" (Informe de Prensa).
Un tránsito por la amistad, la nobleza, el valor de la palabra, los engaños y la corrupción. "Nunca hay que abusarse de un poder, porque el que lo hace, tarde o temprano, lo paga" (Informe de Prensa).
[2]
Entrevista “Alfredo Iriarte, el hombre detrás de todos los rostros” Clarín.com./
Revista Ñ/Escenarios. 13/12/2017.
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