Varios adjetivos fueron aplicados por la crítica a lo largo de las dos temporadas cumplidas y la tercera sobre este inusual propuesta que se encuentra en curso: joya, excelente, mágico, original, imperdible…
Coincido. Pero desearía precisar lo que justifica tales calificativos, ya que estos términos realidad describen sobre todo un mundo subjetivo, y como afirma Todorov “esas cualidades dependen del punto de vista en el que uno se coloque”.
Por una parte, los espectáculos que proponen una recorrida por distintos espacios se han hecho habituales en la escena porteña; por otra, las versiones y transposiciones de casi todas las obras de Arlt ocupan año a tras año las carteleras. ¿Por qué En la sombra de la cúpula, dirigida por Agustín León Pruzzo, captura y subyuga a los espectadores por más de dos horas?
Varias son las razones. El modo peculiar en que se relacionan espacio y tiempo reales, y espacio y tiempo ficcionales; la distribución y cruce de discursos narrativos y teatrales, una combinación exacta de lo informativo, lo expresivo y lo apelativo, un trabajo dramatúrgico que revela las distintas aristas de Arlt, un perfecto dominio de los códigos de los distintos códigos sobre los que transitan los actores, un ejemplar modo de presentar el melodrama.
El cruce entre realidad y ficción se verifica en el mismo momento de la llegada al lugar: el ingreso al edificio histórico (Edificio Bencich donde está la Cúpula) tiene un horario de llegada estricto, entre las 18 y las 18.30 y los pocos espectadores – 34 es el número máximo- son recibidos por dos personajes ficcionales (un maestro de ceremonias y su ayudante) y un empleado de seguridad del edificio (no ficcional); el pasado y el presente se fusionan: en un espacio de principio de siglo XX, esos personajes de ficción anotan los documentos de identidad de cada uno de los asistentes en dispositivos electrónicos del siglo XXI, condición exigida para el ingreso. Como un grupo de elegidos el público es guiado hasta la terraza donde Fermín Varangot encarna a Roberto Arlt, relata episodios de su vida personal y profesional, pero también como un guía prodigioso nos sumerge en una época ya pasada que se ilumina desde la perspectiva de la historia, la geografía, la literatura, y la política. El actor no sólo lo encarna en el más auténtico sentido de la palabra, sino que establece una relación personal, intelectual y emotiva a la vez con los espectadores, a través de una rica gama de tonos (de lo confesional a lo fuertemente apelativo) y de sus desplazamientos y juegos proxémicos.
Resucitan personajes emblemáticos y antiguos fantasmas que quedan flotando mientras en la cúpula se pueden contemplar desde los ventanales otras cúpulas de un Buenos Aires, evocado, en esta oportunidad por la música (tangos ejecutados por Santiago Orquera). El recorrido continúa hacia arriba, donde en pequeñas salas se representará una versión libre de Trescientos Millones, precedida por una secuencia impregnada de metateatralidad. En esta instancia que aúna autorreferencialidad y ficción, el oficio ductilidad y el talento de los actores Florencia Miller, Fermin Varangot (esta vez como personajes folletinesco), Santiago Orquera, Ana Bowers, Antonella Sturla y Leandro Ávalos conjugan lo estético, lo teatral, el humor y la confluencia de lenguajes (lo visual, lo sonoro, lo verbal, la danza). En esta versión libre se privilegia la presencia del mundo onírico del personaje, la puesta en escena de sus sueños y anhelos frente a al dolor de generado por la injusticia y el abuso muy presentes en los textos arltianos, aspecto que sólo aparece dramatizado en un breve diálogo ante los espectadores a través de las sombras de la sirvienta y la señora proyectadas en las transparencias de un telón. El dolor resulta neutralizado ante la presencia de Rocambole. Folletín y poesía. Imaginación restauradora.
Como afirma Roberto Arlt, “Para muchos hombres cortos de imaginación, únicamente pueden existir conflictos teatrales entre cuerpos de carne y hueso… ¡qué ciegos! Todavía no han comprendido que el hombre de carne y hueso es sobre la tierra un fantasma tan vano como la sombra que se mueve en la pared”
No sorprenden, entonces, las palabras finales del personaje evocado sobre el teatro, los hombres, las sombras y los sueños, que estrechamente lo conectan con el universo shakespereano, y que se corresponden con el comentario del director Agustín León Pruzzo:
“Poder homenajear al inmenso Roberto Arlt frente a su casa natal. Poder poblar de artistas una majestuosa cúpula histórica. Poder recordar, y sobre todo celebrar en lo alto del centro financiero de la ciudad: el arte, lo bello, lo humano…Tal vez ese sea el sueño”.
El círculo se cierra. Los espectadores son despedidos arriba por los maestros de ceremonia. Abajo, el empleado de seguridad les abre la puerta de salida y la vuelve a cerrar con llave. Atrás y arriba permanece lo soñado/vivido, lo escrito/representado, lo deseado/temido dos caras de la misma moneda como lo anticipaban los actores; tal vez también todo ello permanezca en el interior de quienes allí estuvieron.
Notas:
-Todas las citas corresponden al programa de mano.
- Imágenes de este espectáculo pueden apreciarse en varios sitios de Internet.
www.goenescena.blogspot.com.ar
Año III, n° 138
pzayaslima@gmail com.
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