sábado, 5 de mayo de 2018

LA IRA DE NARCISO, UN MITO REVISITADO DESDE LAS NUEVAS TECNOLOGÍAS.



Una constante en el teatro argentino y latinoamericano ha sido y continúa siendo la presencia de personajes de los mitos clásicos, pero precisamente el de Narciso no ha sido el más frecuentado. Por ello resulta enriquecedor el espectáculo del dramaturgo uruguayo Sergio Blanco La ira de Narciso, que se ofrece en el Teatro Timbre 4 bajo la dirección de Corina Fiorillo y que cuenta como único personaje al actor Gerardo Otero.[1]

El arte se construye sobre el arte, de allí la pertinencia del uso de antiguos mitos, y si el arte “es el espejo oscuro en el cual se mira una sociedad” (Blanco, 2018) y “el teatro es ese espejo negro en donde venimos a vernos” (Blanco, 2017), la elección del mito de Narciso es la mejor opción.

El mundo al que es trasladado en este espectáculo y los medios empleados reflejan “la mirada” del autor. Ese Narciso actual, que no quiere deberle nada a los dioses muestra una sociedad que vive “en el éxtasis de la imagen y la autocontemplación” (Romojaro, 1998), en esos nuevos espejos que reproducen el cine, la televisión, los medios audiovisuales. Más que nunca encontramos difícil distinguir las fronteras entre cuerpo e imagen porque se borran los contornos entre esencia y apariencia (¿o sólo se trata de apariencia?).

El dramaturgo junto con la directora y el actor integran diversos planos: un plano intelectual (conferencia sobre la significación y los alcances del mito), un plano erótico (explicitación de una atracción imposible de evitar), un plano discursivo marcado por una parte por la intriga policial y por otra, por lo confesional. La coexistencia de discursos no hace sino responder a la concepción que el autor tiene del teatro como arte visual, como arte de la mirada (“El ojo contemporáneo es un ojo que rapidísimo, hacele preguntas no les des repuestas (Blanco, 2017). Sus estudios de filología clásica su inmersión en la cultura francesa, se ponen de manifiesto en la claridad expositiva y racionalidad que la disertación académica del personaje revelan; su especialización en los Sistemas de Escrituras Performáticas explica el protagonismo que adquiere la tecnología tanto en el argumento como en la trama.

La dirección (Corina Fiorillo), la actuación (Gerardo Otero), los objetos, el vestuario, la escenografía (Gonzalo Córdoba Estévez) y la iluminación (Ricardo Sica) generan un nuevo relato escénico que revelan el cierre de una concepción esencialista de los géneros y la superación de la disyuntiva entre reproducir y producir al tiempo que subrayan el destino migratorio de los mitos que propone el texto dramático. El actor soslaya con talento las dificultades que ofrece la autoficción y convierte en clara la opacidad que propone una fusión de actor y personaje, o el juego objetivo/subjetivo, al aparecer como narrador que ordena hechos y circunstancias, y distancia al espectador al organizar luces y proyecciones, al tiempo que se precipita en un personaje atrapado en la repetición simbólica que proponen los mitos: el desmembramiento como movimiento creador y destructor, la mutilación corporal como espejo de la mutilación espiritual. Si bien las palabras facilitan la comprensión de la historia presentada, el logro de esta puesta en escena es que el cuerpo del actor, sus desplazamientos, su gestualidad, su relación con los objetos y su mirada, es lo que ofrece las claves para la lectura del espectáculo.

 Como Narciso pensamos que es un cuerpo lo que es agua y lo abandonamos en pos de su imagen. Como piensa el dramaturgo somos “hermosos y horrorosos”, creamos y destruimos, la pasión desemboca en ira y la ira en violencia. Frente a la muerte que espanta, la nueva vida que da esperanza. Queda en pie el interrogante que señalaba en un anterior trabajo sobre este mito: ¿cuál es el sentido de la muerte de narciso si su orgullo sigue vivo? (Zayas de Lima, 2010)
[2], al que se agrega otro que resulta según el dramaturgo de “la base epistemológica del arte: la relación compleja de lo que es verdad y lo que es mentira” (Blanco, 2017).



Textos citados:

Sergio Blanco, “Escribo sobre mí porque quiero que me quieran, Entrevista de Lorena Zeballos, Montevideo Portal, 05. 08, 2017.

Sergio Blanco, “La sociedad no tiene que domesticar al artista”, entrevista de Soledad Gago, El País, domingo 21.01.2018,
www.elpais.com.uy/domingo/sociedad-domesticar-artistahtml.

Rosa Romojaro, Funciones del mito clásico en el Siglo de Oro, Barcelona, Anthropos, Rubí, 1998.

Perla Zayas de Lima, El universo mítico de los argentinos, Buenos Aires, Instituto Nacional del teatro, 2010, Tomo I, Cap. 2.



www.goenescena.blogspot.com.ar

Año III, n° 126

pzayaslima@gmail.com





[1][1] En ese mismo espacio y con el mismo equipo técnico -salvo la presencia de un segundo actor, Lautaro Perotti- se está representado otra obra de S. Blanco que también tiene como punto de partida un texto clásico, Tebasland.

[2] Perla Zayas de Lima, El universo mítico de los argentinos, Buenos Aires, Instituto Nacional del teatro, 2010, Tomo I, Cap. 2.

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