No hay temporada teatral en Buenos Aires que uno o varios Chejov suban a escena en todos los circuitos (oficiales, comerciales, independientes, vocacionales, docentes). Algunos de sus textos a veces son vertidos casi literalmente versiones, pero abundan versiones, versiones libres, adaptaciones y hasta transposiciones coreográficas. En esta oportunidad, Mario Diament, basándose en Las tres hermanas, elige, en el plano temporal, “mantener la época y el espíritu de la obra de Chejov, la acción de Moscú fue empujada ligeramente adelante- comienza en 1903 y continúa hasta 1905- para aprovechar la turbulencia política de ese período”, y en el plano de la acción, deposita y concentra el protagonismo en las tres hermanas a diferencia de la obra original en la que “las tres hermanas permanecen en un plano ligeramente secundario en relación a la elocuencia de los restantes personajes, cuyas divagaciones sustancian los valores, creencias y aspiraciones de su tiempo.” (Mario Diament, Programa de mano).
Marcove, profundo conocedor del teatro argentino (basta con recorrer la lista de los autores nacionales por él llevados a escena) y específicamente de la obra de M. Diament (inolvidable Tierra del Fuego), reúne todas las cualidades de un gran director: saca lo mejor de los actores, coordina sabiamente los talentos de quienes integran el equipo técnico, sabe reconocer la riqueza del texto pero también de los subtextos, y otorga sentido y belleza al espacio escénico.
El texto muestra cómo cada una de las hermanas representa posibles respuestas a los imperativos sociales y a los cambios políticos de su tiempo, pero también alude a los problemas de género del presente. La puesta de Marcove acierta en mostrar ambos aspectos sin caer en una retórica vacua; todos los elementos empleados operan con energía de contexto. Los objetos escenográficos (valijas, muebles) de Paula Molina, siempre biográficos, es decir, conectados con el pasado añorado de las hermanas, apuntan también al futuro deseado (la multiplicidad de valijas es signo de esto); el vestuario (también de Molina) cita el mundo ruso de entonces, y la música original de Sergio Vainikoff y la coreografía de Mecha Fernández, que por momentos nos trae a nuestro presente.
El péndulo suspendido en el centro del escenario y movido por las actrices señala las diferentes secuencias en las que conviven los cambios que afectan a los personajes, en el adentro y en el ámbito de la extra escena (lo familiar, lo social y lo político); pero el hecho que es movido por las hermanas está mostrando cómo en ellas recae un grado significativo de responsabilidad en el progreso de la acción: se aúna así lo simple y lo simbólico, lo denotativo y lo connotativo. También la puesta logra convertir lo que en la cotidianeidad representa la valija en un elemento simbólico, en especial, relacionado con la hermana menor, quien a lo largo de la acción la pinta con los colores que ella aspira iluminen su vida. Marcove marca de manera efectiva el adentro y el afuera a través de un escalón (umbral) en el que las hermanas ubican los zapatos, o a través de la presencia del tren, de modo simbólico en la valija y con el sonido que fuera de escena, inunda el espacio anunciando su partida.
Las actrices, Alejandra Darín, Maia Francia y Antonia Bengoechea, logran mostrar desde lo corporal, lo que propone el discurso verbal: respectivamente, la necesidad de continuidad de un pasado idealizado en medio de un espacio-tiempo diferente (Olga), la evasión de un presente frustrante (Masha), la esperanza en el futuro (Irina): de allí su especial conexión con los objetos a los que se asocian: el libro, el cigarrillo, la pintura. Y con un grado notable de sensibilidad cada una de las performers antes mencionadas logran transmitir las diferentes fantasías personales de los personajes a lo largo de la obra, sobre todo en el modo de relacionarse con las valijas según se trate de un viaje de retorno marcado por la nostalgia y la dificultad de distinguir entre lo real y lo imaginario, la huida de un presente que limita y ahoga, o la llegada a un lugar casi mágico que permite la realización personal: Moscú. Tanto el juego de miradas como las actitudes corporales y los timbres vocálicos contribuyen a marcar esa pura pena que invade a las tres hermanas, y simultáneamente, las diferentes reacciones ante esa carga, respondiendo perfectamente a la propuesta de Diament de presentar la obra de Chejov desde una nueva perspectiva.
Marcove exhibe así las cualidades que hacen a un gran director: oficio, sensibilidad, creatividad; en él se cumple el dicho “cuando lo menos es más”. Sin poner en duda los valores literarios y dramáticos de la obra de Diament, este Moscú representado en Tinglado Teatro confirma el aserto del director artístico de la compañía teatral “Complicit”, Simon McBurney: “una pieza teatral está, en última instancia, en manos de los que la representan”. En este caso, no hacen sino subrayar esos valores.
www.goenescena.blogspot.com.ar
Año III, n° 128
pzayaslima@gmail.com
Mario Diament sigue saqueando las reservas y aprovechando grandes nombres para valorizar sus disque creaciones. ¿Dónde quedó su talento si es que lo tuvo alguna vez? Engrosó la fila de los escritores oportunistas de hoy que ante la falta de creatividad, saquean la historia o leen los diarios para buscar el tema de moda.
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