Otra visión de la Patagonia fue la ofrecida por el dramaturgo Alejandro Finzi, radicado en el Neuquén desde 1984. Por sus obras desfilarán personajes históricos y míticos (personajes que transitan de la historia al mito o del mito se incorporan a la historia); nativos, como Germinal y Bairoletto; extranjeros, como Bresler, Benigar, Darwin o Saint Exupery.
Me interesa detenerme primero en Benigar (1089). Dos son sus presupuestos estéticos: “la naturaleza es también hermosa cuando no la comprendemos y cuando se nos aparece como caótica”, y “una pintura que no es más que la fiel copia de un objetos (no sería más que la copia de un objeto y jamás un tema”. Estas palabras que forman parte de los epígrafes elegidos y corresponden, respectivamente a un músico, Arnold Schoenberg y a un plástico, Juan Gris constituyen una guía clara para entender esta pieza en la que sus dos protagonistas (Juan Benigar y el río) dialogan confrontando civilización y barbarie, naturaleza y cultura, indio y blanco, inmigrante y nativo. La Patagonia es aquí una misteriosa fuerza que convoca a seres aventureros, insatisfechos, visionarios de todo el mundo, pero es también una fuerza que puede destruir. El río es refugio para el viajero sediento, fuerza que permite el progreso, pero que, desbordado, arrastra y destruye lo que encuentra a su alcance y rápidamente la brisa reconfortante puede transformarse en “una tormenta desencadenada que avanza, terrible”[1].
Los personajes son simbólicos, pero la historia que relata el río no es ambigua; un joven europeo, Juan Benigar, con sus estudios de ingeniería y su pasión por encontrar el significado de las palabras de todas las lenguas para comunicarse (“tender puentes” y escribir diccionarios polilingües) abandona todo para radicarse en 1910 en la Patagonia junto al río Colorado. Allí “abrió canales y el riego, trajo la cebada y los frutales, los álamos y los sembradío”; luego en Aluminé, junto al pueblo mapuche, defendería sus tierras y construiría telares[2]. Junto a otro río, moriría. Esta es la historia contada en el Prólogo y precede a la aparición del protagonista que busca sus papeles arrebatados por las fuerzas de la naturaleza, esas mismas que terminarán destruyéndolo.
La Patagonia es un espacio definible por sus sonidos: el aleteo y el grito de las aves, la brisa que luego se transforma en tormenta, el río cuya voz “nace de un silencio vivo y constante”[3], y por las lenguas que conviven en Juan, el español y el mapuche. Definible asimismo por sus luces: la luna, la luz temblorosa de un farol, un relámpago que atraviesa el aire; y por los seres que la habitan, modernos héroes trágicos que luchan para convertir un espacio hostil en espacio de integración de naturaleza y cultura a partir de un trabajo sin pausa (plantar árboles, sembrar alimentos, construir telares, abrir canales, escribir diccionarios). El hombre y el río tienen un mismo destino, a ninguno de los dos les es permitido reposar. El agua, que en muchas cosmovisiones indígenas de Latinoamérica, aporta vida pero también la consume, aparece en la obra de Finzi como el origen y el final de la vida, en esa Patagonia en la que el substrato étnico es claramente el indio.
El autor otorga importancia a los espacios evocados y a las precisiones topográficas que permiten seguir sin ambigüedades el itinerario histórico del personaje y, paralelamente, al espacio interior del protagonista, el de sus recuerdos, dudas, angustia y sentimientos de impotencia.
En Bairoletto y Germinal[4], obra compuesta, según destaca el dramaturgo, en Juanchaco, Praga, Bruselas y Neuquén entre 1994 y 1995, retoma la historia de estos dos desclasados. Condenados por una sociedad injusta, opera en el presente como lo hicieron en ayer como símbolos de los errores de un amplio sector de la sociedad[5]. Creo pertinente incluir un fragmento del prólogo que Osvaldo Bayer escribiera en febrero de 1999 para ser incluido en la edición de la pieza:
“Germinal y Bairoletto (…) los libertarios de siempre, que nunca muere, ni dando su vida con Espartaco, ni en la silla eléctrica de Sacco y Vanzetti, Ni en los guijarros de Chos Malal, ni en la asamblea sin término de la estancia “La Anita”, casi más allá de Sur, y más, Ushuaia, con sus nieves y azules y sus gritos de protesta que escalan las cumbres. En esta obra de Alejandro Finzi la ficción es la realidad y la realidad es la ficción. No necesita decir demasiado, ¿para qué? si es está todo dicho, porque la ética es la ética y la verdad es la verdad, aún en el final de la historia (…) Tierra y Libertad. Nada más (…) Bairoletto y Germinal hubieran estado en todos los escenarios de los teatros filodramáticos de las casas libertarias en las épocas de la dignidad y el coraje. Y al final, el público, de manos callosas y ojos alegres hubiera cantado: “Hijo del Pueblo”. Pero hoy es la pieza ideal para presentar en los congresos de los académicos de la filosofía y la sociología, para mostrarles lo nuevo eternamente viejo. Y tendría que representarse en todas las plazas públicas en tiempos de votos, candidatos y elecciones, allí donde los Doble Faz muestran la mezquindad de su oficio”.
La historia de nuestro teatro muestra cómo la figura de Bairoletto, como la de Moreira fueron resemantizadas y sus mitos refuncionalizados. Finzi, más allá de veneraciones, estilizaciones heroicas y reconstrucciones románticas, compone al bandido/ héroe/ justiciero y a Germinal, su eventual compañero de infortunio, como sujetos activos, al tiempo que víctimas de una serie de procesos económicos, políticos y culturales la década de un período histórico claramente especificado, la década infame, y sobre los que operan las fuerzas incontrolables de la naturaleza.
En la contratapa del libro puede leerse:
Una leyenda no es otra cosa que aquello que cada cual anhela para dibujar el propio periplo humano, ese manojo de sueños con el que sostenemos la existencia (…) me inspiró un diálogo entre dos paisanos del interior neuquino oído al paso ,en una terminal de colectivas (…) Pocas veces escuché compartir, hechas nudos de recuerdos tanta desolación y tanta pena. A esos dos trabajadores y porque otro amanecer venga, les dedico esta obra”.
Patagonia aparece, al mismo tiempo, como caótica y deslumbrante, como una verdadera manifestación de lo real maravilloso de la geografía americano. Viento cargado de un “vocerío oscuro” (p. 29), viento y escarcha que tejen “un poncho para el más allá” (p. 77, el agua que se esconde al viajero, al que “sólo le queda la sed y un horizonte incierto” (p. 25”); y el Nahuel Huapí grande como un mar navegado por “El Cóndor” cuya máquina es alimentada “de carbón negro como la agonía” (p. 38). Allí existe un lugar idílico en el que ninguno es despojado de su chacra, los arrayanes colorados ayudan a que el ganado no se ahogue, y el botín de los contrabandistas escondido en la casacada se diluye; pero también un espacio en el que la naturaleza condiciona a los acontecimientos trágicos: en palabras de Germinal, “la sequía trae el empréstito, el empréstito la enfermedad; la enfermedad te come el arado y hay que vender” (pp.31-32).
Frente a una realidad que se exagera a sí misma, Finzi ha encontrado la llave que le permite descubrir lo que parece irreal como un componente mismo de la realidad. Los milagros camperos se suceden: Santa Dolores, la virgencita de los tristes, una aparición celestial puede bailar valsecitos y engendra un hijo; del cielo estrellado, descender la música de un “valsecito zumbón” que enlazará los corazones del bandido y la virgen; Santa Fe, el caballo de Bairoletto es capaz de atravesar al galope los campos aún después de muerto y enterrado a orillas del río Colorado; Bairoletto, levantarse desde la muerte e irse con su compañero fiel; y Germinal, el último chacarero, multiplicar -como en la bíblica parábola de los panes y los peces- los lápices.
Para sus protagonistas, el trayecto es, al mismo tiempo, un proyecto, pues su desplazamiento responde a la idea fija de cumplir con un papel histórico. Germinal, salvar su campo, lograr el trabajo, conservar dos bienes materiales que son, a la vez, bienes simbólicos: la guitarra y la pala; Bairoletto, liberar a los presos, preservar la justicia, difundir el ideario anarquista. Este trayecto/proyecto se efectúa en etapas sucesivas, con un sucesivo aumento de dificultades y peligros, acompañado de un progresivo deterioro de sus propias vidas.
Doble Faz también recorre los mismos espacios, pero su presencia lo convierten irreconciliable y no puede compartirlo; sólo se introduce en el espacio de los protagonistas para arrebatarles pertenencias, golpearlos o hacerlos prender. El no se deteriora, su máscara colocada en la nuca para conformar precisamente su doble rostro lo mantiene inalterable, sus movimientos mecánicos lo alejan de lo humano. Es la energía negativa que ha afectado a nuestra historia desde sus inicios. La única posibilidad de salvación se encuentra en la búsqueda del equilibrio social en correlato con la búsqueda del equilibrio con la naturaleza.
[1] Benigar, Neuquén, Fondo Editorial Neuquino, 1994, p. 85.
[2]
Idem.
[3]
Op.cit., p. 83.
[4]
Río negro, Unión de
Trabajadores de la Educación
de Río
negro, 1995.
[5] El
presente de la obra corresponde a
momentos en que era Presidente el peronista Saúl
Menem, cuya política
destruyó ciudades e industrias.
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