Desafortunados acontecimientos vuelven a colocar hoy a la comunidad mapuche en el centro de la información. La violencia incontrolada del grupo RAM -grupo sospechosamente financiado con capital europeo y que cuenta con apoyo de políticos vinculados al partido que fue derrotado democráticamente en las últimas elecciones- me lleva a reflexionar sobre cuál fue el papel que los indígenas y, en especial, los mapuches han tenido en nuestro país en los siglos XX y lo que va del XXI.
Ante todo, creo necesario recordar que implica el término “indigenismo”. Este concepto puede aplicarse al sentimiento de solidaridad por el que surge el noble anhelo de ayudar al indio a conseguir su emancipación política, su rehabilitación como elemento creador dentro de todas las actividades de la vida contemporánea: asimismo, redimir a las razas nativas y elevar a las mayorías indomesticas mediante un proceso de efectiva democratización. En suma, lograr su incorporación integral a la vida y al desarrollo del resto de la sociedad sin dar lugar ni al desarraigo ni a la aculturación, y tampoco a la violencia y la confrontación.
Resulta incuestionable que ha sido el género narrativo el que registró con mayor intensidad, variedad y continuidad el discurso reivindicatorio de las diferentes etnias indígenas. La novela latinoamericana, a lo largo del siglo XX reflejó el modo en el que los indios están unidos a la tierra y cómo se aferran a ella con la intensidad de una ciega pasión ancestral. José María Arguedas (1958) describe cómo todos ellos incorporan la naturaleza que los rodea a su propio cuerpo: “en el corazón de los puquios está riendo y llorando la quebrada; en sus ojos el cielo y el son están viviendo; en su adentro está cantando la quebrada con su voz de la mañana, del mediodía de la tarde del oscurecer”. El labrador que nos presenta Angel F. Rojas (1949) tiene un “color tabacoso y quemada; cara tallada como a cuchillo, cuello arrugado como corteza de árbol; poderosa corteza aborigen, manos sarmentosas”; Demetrio Aguilera Malta propone a través de Don Goyo la identificación al hombre con la tierra y el mito simbolizada en el mangle; Ciro Alegría contempla a su personaje Rosendo Maqui como “un viejo ídolo” con “el cuerpo nudoso cetrino como el lloque –palo contorsionado y durísimo- porque era un poco vegetal, un poco hombre, un poco piedra”; Reinaldo Lomboy elige una figura femenina para mostrar esta unión: “Domitila empezó a sentir dolores agudos: la tierra y ella, hermana de la tierra, en el último período de la preñez, sentían el dolor que es anticipo de la creación. Jorge Icaza, pone de manifiesto en varios textos la contradicción esencial de “…un pueblo que venera lo que odia y esconde lo que ama”. Estos no son sólo sino unos pocos ejemplos de los numerosos autores que contribuyeron a dar una dimensión nueva a la narrativa de la región, tal como los rescata el historiador Luis Alberto Sánchez[1], Alcides Arguedas (Raza de bronce), Augusto Céspedes (Sangre de mestizos), Oscar Cerruto (Aluvión de fuego, Jesús Lara (Repete), Roberto Leyton (Los eternos vagabundos) Fernando Chávez (Plata y Bronce), precursor del indigenismo social ecuatoriano. O -como lo señalaba en un antiguo libro[2]- Jaime Mendoza, iniciador del indigenismo boliviano, que será continuado por Augusto Céspedes, Oscar Cerruto y Raúl Bothelo Gosálvez.
El CELCIT (Centro Latinoamericano de Creación e Investigación Teatral) fundado en Caracas en 1975 y, en especial, la filial Argentina, surgida en 1979 -estos últimos años, dirigida por Carlos Ianni- tuvo como principal objetivo lograr la integración latinoamericana. A partir de sus diferentes canales informativos encontré interesantes datos que hacen a este tema. En el 2006, en distintas partes de nuestra América y como contrapartida a las celebraciones oficiales del Descubrimiento de América, se registran hechos artísticos que coinciden en sus propuestas: la reivindicación de los pueblos originarios que revisten una identidad Indo Latinoamericana (Pachamericana). En Venezuela, un proyecto de murales, que bajo el lema “Resistencia e integración”, destaca cómo numerosos grupos Indígenas han resistido el paso del tiempo y las circunstancias adversas, y hoy– a comienzos del Siglo XXI- permanecen preservando su cultura, su cosmovisión y sus modos de vida, sus formas tradicionales de producción, sus prácticas educativas y pedagógicas y sus formas de comunicación.
En Bolivia y a partir del del Primer Encuentro de Autoridades Indígenas de América, realizado en La Paz, Bolivia el 20 de enero de 2006, los pueblos indígenas del Continente, conscientes de que su fortaleza está en la “presencia”, convocaban al Primer Encuentro Continental de pueblos y nacionalidades indígenas del Abya Yala en La Paz. Su lema:
“De la resistencia al poder”. Su objetivo: “fortalecer los vínculos de integración y solidaridad entre los pueblos y nacionalidades indígenas del Continente, vinculando sus agendas con los objetivos históricos de desarrollo político, económico y cultural y asumiendo el desafío de aportar -con su visión ancestral- en la construcción de los Estados Multiculturales”.
Por su parte la Organización Nacional Indígena de Colombia (ONIC), frente a la grave crisis humanitaria y de derechos humanos por la que atraviesan los pueblos indígenas en ese país realizó una convocatoria con el lema. “Que nuestro silencio se convierta en un solo grito”. Durante diez días, este encuentro se desarrolló en cinco pueblos y regiones cuyas situaciones son emblemáticas para la lucha indígena: nasa del Cauca, embera katío del Alto Sinú (Córdoba), kankuamo y wiwa de la Sierra Nevada de Santa Marta (Cesar), u'wa de Arauca y nukak makú de Guaviare. En dichas zonas enunciadas personalidades de distintas partes del mundo tuvieron oportunidad de verificar el estado de crisis en que se encuentran las etnias que allí habitan, sistemáticamente silenciadas y perseguidas.
La palabra que resuenan en todas las propuestas es integración y comunicación.
En este el nuevo contexto americano, en el que la presencia y liderazgo indígena aparece como un hecho histórico irreversible, la Argentina se encuentra bastantes pasos atrás, sobre todo en el área cultural, ya que el movimiento impulsado por antropólogos y teatristas -sobre todo a partir de los 80- se encuentra en ese mismo estadio, en lo que a las artes escénicas se refiere. Tal como lo comprobé en trabajos anteriores (goenescena.blogspot.com.ar, 15 y 21 de enero de 2017) las propuestas de Graciela Serra (Facundina) o las de Luisa Calcumil (Es bueno mirarse en la propia sombra) no fueron retomadas por otros creadores, ni del campo indígena ni del “.blanco”. Tampoco alcanzaron la difusión necesaria las obras de Cecilio Garzón, poeta y escritor de la puna jujeña quien vierte en sus obras la temática costumbrista de su tierra natal; reflejando la realidad humana en su dimensión hombre-circunstancias-cosmos (Amor Indio, estrenado en el MOJUIL (Movimiento Juvenil Tilcareño en 1974).
Mucho se declarado sobre la necesidad de reivindicación de los indígenas; poco se ha realizado en los ámbitos oficiales, más allá de querer imponer la perífrasis “pueblos originarios”. Antes de Roca, su exterminio a manos de Rosas; después de Roca, la indiferencia de los sucesivos gobiernos- incluido el del propio Perón- hasta nuestros días. Pero también la indiferencia de la mayor parte de la sociedad argentina que, o se desinteresa de los problemas que les aqueja a aquellos, o -sin diferenciarse demasiado de aquellos colonizadores que hablaban de “domesticar” a los indios- los califica de “brutos”, o no vacila en utilizarlos en función de intereses políticos partidarios.
Frente a estas realidades deseo reivindicar la labor que realizara el autor y director Gerardo Pennini (1948-2015) para contrarrestar las insuficientes respuestas dadas por las distintas políticas culturales a partir de un trabajo como tallerista de Expresión Teatral en escuelas de Aluminé (localidad argentina situada en la provincia del Neuquén), realizado a partir de los ´80 por más de una década.
En el 2000 cofundó el colectivo “Tribu Salvaje” con Marcela Pidarello, Lílí Muñoz y Sebastián Correa, definido originariamente como un grupo de teatro experimental y reformulado en el 2005 como grupo de arte y cultura itinerante que aspira a la confluencia de lenguajes y disciplinas basada en la investigación, la extensión y la capacitación desde los propios territorios; finalmente en una Fundación Artística y Cultural, cuyas actividades continúa, a pesar del fallecimiento del citado Pennini, quien además desempeñara una excelente labor como docente, periodística y narrativa, esta última, reconocida internacionalmente, al mismo tiempo que casi ignorada por sus conciudadanos. Sobre las características de su iniciativa pedagógica para la educación por la paz a través del teatro en el Distrito Aluminé, lugar de convergencia de diferentes agrupaciones mapuche me detendré en la Parte II.
www.goenescena.blogspot.com.ar
Año II, n° 105.
pzayaslima@gmail.com
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