martes, 12 de diciembre de 2017

Indigenismo y teatro en la Argentina (Parte II).


Gerardo Pennini, convencido de que el teatro es una excelente caja de resonancia de una voz colectiva que refleja a la propia comunidad conformó, nombrado por el Consejo de Educación de la provincia del Neuquén, un Taller de teatro con más de una veintena de alumnos de sexto y séptimo grado de la Escuela Núcleo Aluminé. Además de tratarse de miembros de la comunidad mapuche, presentaba otro factor de marginalidad: pertenecían al nivel B, que agrupaba a los niños con problemas de conducta y aprendizaje. El teatro le permitiría conocer la identidad de ese grupo antes de ampliar el círculo de relaciones con otros sectores, Partió de la utilización de las disciplinas de taller: Expresión Oral y Escrita, Expresión Corporal, Modelado, Utilización del color, entre otras, hasta generar textos dramáticos inspirados en tres leyendas mapuches.

 Los alumnos colaboraron en la elaboración de los diálogos y la coreografía de La Leyenda del Pehuén, que fue presentada en las escuelas de Ruca Choroy y Carrilil. Allí, Amarante Aigo, el cacique de la reservación, aprobó la representación porque ayudaba a conservar las “cosas muy sagradas” de su comunidad. El teatro permitía mantener vivo el fuego de la memoria, y la escritura garantizaba que las palabras serían recibidas por las generaciones futuras. Pero lo que no se logró fue la integración entre los niños visitantes y los de las comunidades, pues los primeros fueron considerados “huincas”, y la lengua mapuche se interpuso como una barrera con los niños de Aluminé que la desconocían (o pretendían desconocerla). 

Entre los logros obtenidos a través de este taller de la escuela Núcleo, figuró el haber despertado el interés de los niños del pueblo por sus compañeritos de la reservaciones (espontáneamente desearon participar en unas horas de clase en el aula y compartir sus juegos), y en los mapuches motivó una necesidad de comunicación antes no experimentada, y el sentimiento de hallarse en igualdad fraternal con esos “huincas”. Los pequeños de Carrilil (primer nivel hasta ocho años) utilizaron esta presentación escénica como motivación en las áreas de lengua y plástica. Pennini, a través del hecho dramático recreaba una realidad y buscaba una reacción para conseguir cambios sociales. Pero Pennini siempre fue consciente que la mayoría de los niños y jóvenes mapuches se debatían entre ser ellos mismo o redibujarse cada día para tener aceptación social entre los blancos, y ese redibujarse implicaba, no sólo el cambio de un traje, sino el olvido de su lengua y sus creencias.

 A la leyenda del Pehuén le siguió La niña del peine de oro. Y al respecto señala:

 
“La tarea más delicada de este proyecto es la de ensamblar las tradiciones en la cultura moderna utilizando herramientas alternativas, dado que no existen teatrales en la comunidad. Por lo tanto, se toman los rituales originales y, en los posible, se los utiliza en la elaboración de las puestas, comenzando con las relatoras y el ritmo del cultrún”.


Poco a poco, el Nguillatún y los tayiles
[1] iban apareciendo en el contexto de una presentación estrictamente teatral; con esto se logra la aceptación por parte del público urbano, pero implica algo que más que una curiosidad folklórica: a) La participación de los niños en estos rituales que hoy les resultan ajenas, y b) desde el punto de vista del integrante de la reserva, la reafirmación del hecho puesto de manifiesto en la primera experiencia, de que la integración es posible.

 Las representaciones realizadas en ese marco evitaron la presentación de modelos de indios idealizados según los cánones del pintoresquismo, y valorizaron las tradiciones netamente aborígenes: vestuario elaborado en una reservación por artesanos mapuches, ambientación mágica, instrumentos locales y música tradicional (tayiles), empleo de cabezudos, un texto dramático compuesto especialmente, y que superaba un libreto que sólo sirve para organizar la puesta. Este trabajo fue más ambicioso, ya que además de poder ser montada al aire libre, puede hacerse en edificios cerrados y ante un público de diferentes culturas.

 En La leyenda del algo Aluminé se contó con el aporte de los alumnos para la realización del vestuario, la escenografía y la elaboración e interpretación de los diálogos. Es decir, que desde el proceso creativo se valoriza una tradición netamente aborigen, o creativo se valoriza una tradición netamente aborigen. La coreografía se crea sobre una música europea (la de Bizet), la escritura responde a la cultura mapuche tradicional, pero filtrada por jóvenes generaciones que desean transmitirla a una audiencia heterogénea. Se desarrolla así, una conciencia sobre otros pueblos, diferenciada y abierta a nuevas experiencias, soslayando así la posible formación de modelos fijos de conducta frente a lo “extranjero”. Las representaciones realizadas en ese marco soslayaron, así, la presentación de modelos de indios idealizados según los cánones del pintoresquismo y valorizaron las tradiciones netamente aborígenes como siempre fue el objetivo de Pennini.

 Esa práctica dramatúrgica incidió asimismo en aspectos tan esenciales como el desarrollo del pensamiento divergente y la socialización, verificándose aprendizajes de conflictos y de diferentes toles. Desde su Taller de Teatro, durante más de una década contribuyó a neutralizar conflictos culturales, étnicos y de género, tender puentes para la comprensión de símbolos que originariamente generaban extrañamientos, respetar el universo mágico mitológico de la comunidad mapuche y favorecer la integración social evitando el quiebre del necesario equilibrio entre la realización personal y los intereses comunitario. En suma, fue capaz de crear una escuela que prepara para la vida, en la que el concepto de paz no es presentado como un estado sino como un hacer constante. Y posible.

 Sin embargo, hoy vemos que esa educación para la paz se encuentra con graves dificultades, amenazada por actitudes generadas por impulsos negativos: prejuicios, desconfianzas, resentimiento, fanatismo, intereses económicos y políticos, todos ellos principales motores de las discordias colectivas.

 
www.goenescena.blogspot.com.ar

 Año II, n° 106.

 
pzayaslima@gmail.com




[1] El Nguillatun es una de las ceremonias más importantes de la cultura mapuche realizada en un espacio ritual en forma de “u” orientada hacia el este, en la que se realizan danzas rituales, oraciones y cantos acompañados del  cultrún (tambor)  ejecutado por la machi (hechicera) y la trutruca (trompeta). Después de  cuatro recorridos alrededor del rehue (altar formado por árboles de la zona y cañas de coihue con banderas blancas, celestes y amarillas), las mujeres entonan canciones ceremoniales llamadas tayil. A lo largo de tres días de rogativas se suceden danzas y un sacrificio ritual (Datos tomados del  Diccionario Mapuche, Buenos  Aires, Editorial  Guadal, 2003)

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