miércoles, 9 de noviembre de 2016

MARILÚ MARINI Y EL ÉXITO DE CANCIONES DE AMOR.

El disparador de estas reflexiones es el comentario del autor Santiago Loza,  y que aparece en el Programa de mano.  Allí se lee
“La gran Marilú Marini. No sé qué se puede decir sobre ella que no se haya dicho y no resulte redundante (…) Ella es historia y presente. Marilú es también el amor hecho escena. Ella es una niña que, de manera inocente se roba todas las miradas y una hechicera que nos cautiva para siempre. Marilú es alguien inolvidable.  Deliciosa, intensa, poseedora de una fuerza demoledora”.
Palabras que adquieren para mí una especial importancia ya que apuntan al centro de este problema cómo desde el análisis de un desempeño actoral calificar a un actor/actriz de bueno, malo, excelente, etc. Cuando realizamos un comentario o la crítica de un espectáculo, al referirnos a la función del texto, al desempeño del director, del escenógrafo, del vestuarista, del iluminador o de la dirección musical podemos comunicarnos de modo efectivo a través de una organización discursiva en la que se puede narrar, describir, explicar y argumentar. No resulta tan fácil cuando nos detenemos en el campo de la actuación. Tal vez porque allí la irrupción de lo subjetivo parece ser lo predominante, tal vez porque para el espectador le resulta muy difícil separar la persona del actor/actriz, del personaje que asume.
El caso de Marilú Marini me resulta ejemplificador. Antes de ver Canciones de amor recogí entre mis conocidos las opiniones de varios asistentes[1]: “En cuanto me entero que M.M. estrena algo, voy. No me pierdo nada”; “Todo lo que hace lo hace bien”; “La obra no me importa tanto, si que ella actúe”, “Es una maravilla”, “Los momentos que ella crea hacen que la vida y el teatro tengan más sentido”, “Es un regalo para el alma. No te la pierdas”. Mi experiencia de la representación en lo que concierne a la recepción de los espectadores, confirmó estas opiniones (o sentires). No fue sólo el aplauso cerrado –propio del público de los teatros “comerciales”- en cuanto ella aparece en escena, sino el tipo de comportamiento a lo largo de la función: densos silencios, tensión, risas cómplices… y en el final, aplausos, bravos y el grito de una espectadora: “Gracias Marilú,  Gracias”.
Nuevos interrogantes: ¿por qué convoca MM?, ¿qué es lo que se pierde al no asistir?, ¿qué es lo que ella entrega que despierta agradecimiento? Para intentar responder a esto, asumo el desafío de referirme a ella en su relación con el texto, la puesta y la recepción a partir de una argumentación que pueda fundamentar su excelencia como actriz. Santiago Loza ha organizado  las secuencias de su texto de modo que los arcos de tensión alternen con momentos en que irrumpe el humor, y hace confluir el mundo interior femenino de la protagonista con el exterior que proviene del universo masculino representado por el esposo y el hijo. Amor por el hijo vivido como absoluto, pequeñas fisuras por las que afloran dudas y sospechas sobre otro amor, el marital, que en un momento pareció ser absoluto y dejó de serlo. La obra, que transita de la cotidianidad a la reflexión filosófica, apunta a que el receptor reorganice en ella sus propias experiencias subjetivas de la realidad. ¿Será el teatro, como dice Kalldewey  Farce, “el último de nuestros mágicos intentos para quitarnos la angustia”?
Marilú Marini trabaja sobre cada palabra de su monologo, convirtiendo tal como lo  propone el texto que la suma de momentos insignificantes se revista de un aura memorable: levantarse, higienizarse, cocinar son convertidos por ella en instantes poéticos y reveladores; lo que es cotidiano se reviste de nuevas significaciones a partir de su modo de comunicar. Su manejo del ritmo (pausas, acentos, agrupaciones) subrayado por el  aporte sonoro del excelente músico  Diego Penelas, contribuye a  potenciar las estructuras emocionales de nuestro pensamiento; son precisamente las intervenciones musicales en las que participa con virtuosismo el cantante y actor Ignacio Monna, las que marcan hitos  de una tensión creciente que desemboca en una intensa “celebración, en la canción final en las que confluyen las voces de la madre y el hijo.  
Todo en la puesta en escena es acertado. La partitura lumínica de Alejandro Tantanian, Oria Puppo y Omar Possemato acompaña los tiempos del discurso (presente, pasado, anticipación del futuro), marca las diferencias entre lo vivido, lo imaginado y lo deseado; pero nunca cae en el  “light  show”. El vestuario propuesto por Oria Puppo conlleva dentro de su sencillez un alto valor significante  por la relación que mantiene con los elementos escenográficos y marca la pertenencia de esa madre a la casa en la que vivió y a la que regresará el hijo. Marilú Marini potencia la elegancia y el manejo de los detalles que Tantanian como director propone. Nunca cae en el clisé ni en la sobreactuación, ni un despliegue de una “exhibitory action”[2] . Y sin embargo captura al público con los grados de vibración de su voz que abarcan de la introspección al grito, con sus miradas, a los objetos escénicos, a un espacio propio y al público, con la energía que imprime a sus movimientos y gestualidad, por cómo transforma efectivamente el espacio.
A pesar de mis intentos por “explicar” el espectáculo, siento que no llego a desentrañar qué es lo que hace que Marilú Marini sea, desde su aparición en el  Instituto  Di Tella hasta nuestros días, la gran actriz que convoca a un público heterogéneo y lo cautiva (en sentido literal y metafórico) independientemente de la obra que le toque protagonizar. No se trata de un argumento racional, pero coincido con el autor en que ella es una “hechicera”; parte de su magia consiste en hacer que todos los que asisten a sus espectáculos acepten voluntariamente aquellas cosas “que queremos ver y también cosas que no queremos ver” (D. Donnellan).
 



[1] No debe  entenderse esto como una encuesta, ni entrevistas pautadas  que puedan ofrecer  porcentajes o lecturas de medición.
[2]Concepto definido como: “the  ´showing-off o a performer, who dominates the stage due to his or her own personality and skills”(Jacqueline Martin & Willmar Sauter, Understanding Theatre, Stockholm, Almqvist & Wiksell International, 1995, p. 85).

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