jueves, 6 de octubre de 2016

ROBESPIERRE ENTRE BUENOS AIRES Y LAS ISLAS CANARIAS.

El título de este artículo no encierra ninguna metáfora, sino que describe un extraño, pero no por ello menos estimulante proyecto teatral. Por una parte, está el monólogo Robespierre de Mónica Ottino, dirigido el director argentino Alejandro Giles quien se desempeñara como docente y actor en España. Este proyecto además de contar con el apoyo de la Cancillería Argentina, está siendo auspiciado y financiado por la Oficina Cultural de la Embajada de España a cargo de Rosa Vita Pelegrin, y de Juan Duarte, ex Agregado Cultura, actualmente reemplazado por Pilar Ruiz Carnicero. El monólogo será representado por una actriz, la canaria Mónica Lleó, quien invitada por las instituciones nombradas llegó a Buenos Aires para ensayar. Pero la obra, se representará en estreno europeo hacia enero de 2017 en Las Palmas (Gran Canaria) y Santa Cruz de Tenerife, para luego prolongar la gira por territorio español. La actriz ha traducido la obra al catalán y ya está terminada la traducción al francés. 

Al tomar conocimiento de dicho proyecto, me surgieron inmediatamente dos interrogantes: ¿por qué a una dramaturga argentina le interesó en pleno siglo XXI escribir sobre un protagonista de la Revolución Francesa?, y ¿por qué no sólo a una actriz hispana, sino a funcionarios españoles les atrajo financiar un proyecto que no alude, aparentemente a un hecho histórico de la península?

La lectura del texto dramático contribuye a entender tanto la elección del tema por parte de Mónica Ottino como el porqué las autoridades españolas decidieron apoyar este proyecto.

Las fuentes para su escritura provienen de diversos campos, material de ficción sobre la Revolución Francesa (teatro, novelas, ópera) e investigaciones históricas. En el primer campo, el drama Diálogos de carmelitas, de George Bernanos; El siglo de lasluces, de Alejo Carpentier, paradigmático relato para los latinoamericanos, y la novela sobre la época del terror Los dioses tienen sed, de Anatole France; y la ópera Andrea Chénier, de Giordano. En cuanto al segundo, obras sobre el protagonista ( L´hommme Robespierre, Historie d´une solitude, de Max Gallo, e Historie de Robespierre, de E, Hamel), y sobre la época, básicamente los trabajos A. Mathiez, D. Guerin, J. Michelet.

Nuestra dramaturga reafirma la importancia que tiene la documentación a la hora de introducir la historia en el teatro y, como en obras anteriores demuestra inusual habilidad para evitar una que una sobrecarga informativa obstaculice la acción, y en este caso, la expresión de un yo monologante. 

En Carlos Somigliana. Teatro histórico- Teatro político (Bs. As., Fray Mocho, 1995) señalé que el nombre hipoteca desde su primera aparición el destino del personaje histórico, que adquiere una “dimensión polifónica” que resulta de la superposición de lo que el receptor ha leído o le han contado. ¿Cuál será nuestra percepción de este Robespierre, contaminada por tantas fuentes (textos de historia –escolares y/o de investigación-, ficcionales -narrativa y teatro-, películas)? ¿Nos compenetraremos emocionalmente para comprenderlo o rechazarlo, o nos situaremos en una distancia crítica? 

Como lo hiciera en Eva y Victoria y luego en Madame Mao[1], la dramaturga en Robespierre equilibra lo histórico, lo ficcional y lo político. Aunque coloca en el centro de la escena la figura trágica del protagonista, se aleja de la reconstrucción biográfica, y hábilmente lo despoja de elementos esos elementos fijos (inamovibles) suministra el mito y lo sumergen un una perspectiva histórica flexible (modificables) que le permite también instalar un interrogante sobre los que significa una “revolución, qué la causa y cuáles son sus consecuencias.

Si bien el texto nos sumerge en los conflictos que asolaron a la Francia de fines del siglo XVIII, también nos interpela a los argentinos del siglo XXI, y no sólo porque reconocemos vínculos directos entre el pensamiento de quienes promovieron nuestra independencia y los ideólogos de la Revolución Francesa (de quienes la precedieron y la continuaron), sino, fundamentalmente porque nos enfrenta a algunos dilemas aún hoy vigentes: qué es el pueblo, pueblo y burguesía son conceptos opuestos o complementarios, la ecuación revolución-violencia-crimen-anarquía, las relaciones entre la historia oficial y la vida cotidiana, la ideología como justificativo de las luchas fratricidas (“el pensamiento tiene siempre su eficacia”, afirmaba Hawthorne). 

La obra re-significa el pasado y ejemplifica el pensamiento del novelista sueco Henning Mankell: “La historia no es sólo que queda a nuestra espalda, también nos acompaña”. Sus estrategias discursivas (lo que piensa Robespierre, pero también lo que sueña) concilian la veracidad documental y lo ficcional asociado a la mentira o a la imaginación, la objetividad y el mito, los datos y las imágenes, la coexistencia entre el héroe y el personaje. El que sea una mujer la encargada de representar al protagonista, sin duda generará un plus que sólo el hecho de la representación puede develar.



[1] Sobre la primera puede verse mi artículo “Memoria, Historia y teatro”, en BAAL, LXXII, 2007; sobre la segunda, “Madame Mao de Mónica Ottino. Una mirada sobre China desde Argentina”, en Encuentros en Catay, n° 18, Taiwán, 2004.

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