En
el Teatro Nacional Cervantes se estrenó en el mes de septiembre del corriente año, 1938. Un asunto criminal escrita y
dirigida por Augusto Fernandes, quien además se desempeña como actor, junto con Hugo Arana y
Beatriz Spelzini.
Dos fueron sus motivos inspiradores de su
escritura: un hecho histórico, precisamente ocurrido en 1938: el festejo de la anexión de Austria al
Tercer Reich realizado en el Luna Park, estadio en el que convocó a más de
18.000 personas -así lo señala Lisandro Fiks en el programa de mano-, y lo ficcional, obras del Ugo Betti, dramaturgo
a quien su participación como soldado en la primera guerra mundial le develara
la verdadero rostro del mal, y su posterior profesión de juez le ofreciera
experimentar con dos temas que serían centrales en su producción: la culpa y la
responsabilidad.
La
labor de Augusto Fernandez como director ha sido ampliamente analizada por el
periodismo (reportajes y críticas de sus
espectáculos) y en el campo de la investigación teatral (trabajos de Beatriz Trastoy).
Hace ya muchos años, mostré el notable itinerario seguido por este creador
desde su paso por el teatro infantil Labardén y por Nuevo Teatro hasta
convertirse en privilegiado discípulo de Hedy Crilla; cómo, sin abandonar la
actuación organizó grupos que aportaron elementos innovadores a nuestra
escena (Café Teatral Estudio y el Equipo
de Teatro Experimental de Buenos Aires), participó exitosamente en festivales
europeos, y se convirtió en el primer artista extranjero invitado a dirigir el
teatro de la ciudad Bochun[1].
Hoy,
décadas después, encuentro que Fernandes revalida sus exitosos y calificados antecedentes,
no sólo como responsable de la dirección y puesta en escena, sino como actor y
dramaturgo. Fue su criterio que los actores se conviertan “en los instrumentos
receptores y conductores más generosos de la realidad”[2].
La elección de Hugo Arana y Beatriz Spelzini para desempeñar los roles de
Giácomo y Greta, respectivamente, quienes connotan la importancia de la
inmigración italiana y la alemana, es más que acertada. Ambos logran el difícil
equilibrio de remitir a lo general -sus nacionalidades- y encarnar lo
individual -sus historias íntimas-, y sin hacer exhibición de “oficio actoral”,
jugar magistralmente con los tonos de voz, y emplear minuciosamente las
posibilidades denotativas y connotativas de la gestualidad y la postura
corporal. Nunca la sobreactuación ni la construcción de estereotipos. Fernandez
actor trabaja todos los niveles de comunicación: lo sensorial, sobre todo en el
ritmo que le imprime al personaje de Julián; lo emocional, en una gama que
genera curiosidad, atracción, y por momentos rechazo; lo intelectual, un
reconocimiento que incluye las preferencias y prejuicios del espectador.
Como
dramaturgo, concilia esos campos aparentemente en conflicto, la historia y la
ficción: 1938, la guerra civil española, el surgimiento de Mussolini, el
creciente protagonismo de Hitler, la posición adoptada por nuestro país;
paralelamente, un asunto criminal, un triángulo amoroso en el que el
adulterio y la venganza se combinan en
una intriga que roza lo “policial”.
Pero
no se trata sólo de un título acertado que puede aludir a uno u otro nivel, o a
ambos. El texto, está escrito en función de una representación, y la trama se
desarrolla en una acción en las que el vértigo se combina con la pausa
reflexiva, y el conocimiento de un hecho con el suspenso de lo por venir; en el desenlace, los personajes quedan
perfectamente delineados por sus conductas y elecciones como por el discurso
que cada uno de ellos realiza sobre los otros. La pequeña sala Orestes Caviglia, gracias a la propuesta escenográfica de Marta Albertinazzi y el
propio Augusto Fernandes, se convierte
en el lugar ideal para concentrar en el interior de un chalet de montaña, los
lugares citados (la ciudad de
Bariloche, Buenos Aires,
Europa). La obra exhibe certezas. Datos incuestionables: un espacio
geográfico, reconocido refugio de
simpatizantes del nazismo y luego de criminales de guerra, el poder y el
fanatismo; el interior de una casa donde campean las pasiones y el egoísmo como
motor de las acciones. Pero también instala interrogantes para serrespondidos
por los espectadores en una actividad interpretativa traspasen lo meramente
referencial.
En
mi lectura encuentro que a partir de lo acaecido en 1938, Fernandez propone al
receptor una reflexión sobre el presente. Es un pasado que no sólo nos acompaña
sino que nos interpela sobre actitudes fascistas de un sector de la sociedad
argentina aún vigentes: intolerancia, violencia, sectarismo, sumisión a líderes
salvadores. Fernandes dramaturgo revela, así el dominio de un buen lenguaje
dramático condensado en reveladoras palabras (“como instrumento expresivo de
las personas implicadas en la acción” diría Alfonso Sastre); y Fernandez director, se manifiesta
como operador de una estructura escénica dotada de plasticidad, capaz de
transfigurarse y proponer varias perspectivas de análisis.
[1] Perla Zayas de Lima, Diccionario de directores y escenógrafos del teatro argentino, Buenos Aires,
Galerna, 1990, pp.112-114.
[2] Id., p. 114
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