miércoles, 12 de octubre de 2016

Una reflexión sobre nazismo en la Argentina. 1938. Un asunto criminal, de Augusto Fernandes.

En el Teatro Nacional Cervantes se estrenó en el mes de septiembre del corriente año, 1938. Un asunto criminal escrita y dirigida por Augusto Fernandes, quien además se desempeña  como actor, junto con Hugo Arana y  Beatriz Spelzini.
 
 Dos fueron sus motivos inspiradores de su escritura: un hecho histórico, precisamente ocurrido en  1938: el festejo de la anexión de Austria al Tercer Reich realizado en el Luna Park, estadio en el que convocó a más de 18.000 personas -así lo señala Lisandro Fiks en el programa de mano-, y  lo ficcional, obras del Ugo Betti, dramaturgo a quien su participación como soldado en la primera guerra mundial le develara la verdadero rostro del mal, y su posterior profesión de juez le ofreciera experimentar con dos temas que serían centrales en su producción: la culpa y la responsabilidad.
La labor de Augusto Fernandez como director ha sido ampliamente analizada por el periodismo  (reportajes y críticas de sus espectáculos) y en el campo de la investigación teatral (trabajos de Beatriz Trastoy). Hace ya muchos años, mostré el notable itinerario seguido por este creador desde su paso por el teatro infantil Labardén y por Nuevo Teatro hasta convertirse en privilegiado discípulo de Hedy Crilla; cómo, sin abandonar la actuación organizó grupos que aportaron elementos innovadores a nuestra escena  (Café Teatral Estudio y el Equipo de Teatro Experimental de Buenos Aires), participó exitosamente en festivales europeos, y se convirtió en el primer artista extranjero invitado a dirigir el teatro de la ciudad  Bochun[1].
Hoy, décadas después, encuentro que Fernandes revalida sus exitosos y calificados antecedentes, no sólo como responsable de la dirección y puesta en escena, sino como actor y dramaturgo. Fue su criterio que los actores se conviertan “en los instrumentos receptores y conductores más generosos de la realidad”[2]. La elección de Hugo Arana y Beatriz Spelzini para desempeñar los roles de Giácomo y Greta, respectivamente, quienes connotan la importancia de la inmigración italiana y la alemana, es más que acertada. Ambos logran el difícil equilibrio de remitir a lo general -sus nacionalidades- y encarnar lo individual -sus historias íntimas-, y sin hacer exhibición de “oficio actoral”, jugar magistralmente con los tonos de voz, y emplear minuciosamente las posibilidades denotativas y connotativas de la gestualidad y la postura corporal. Nunca la sobreactuación ni la construcción de estereotipos. Fernandez actor trabaja todos los niveles de comunicación: lo sensorial, sobre todo en el ritmo que le imprime al personaje de Julián; lo emocional, en una gama que genera curiosidad, atracción, y por momentos rechazo; lo intelectual, un reconocimiento que incluye las preferencias y prejuicios del espectador.
Como dramaturgo, concilia esos campos aparentemente en conflicto, la historia y la ficción: 1938, la guerra civil española, el surgimiento de Mussolini, el creciente protagonismo de Hitler, la posición adoptada por nuestro país; paralelamente, un asunto criminal, un triángulo amoroso en el que el adulterio  y la venganza se combinan en una intriga que roza lo “policial”.
Pero no se trata sólo de un título acertado que puede aludir a uno u otro nivel, o a ambos. El texto, está escrito en función de una representación, y la trama se desarrolla en una acción en las que el vértigo se combina con la pausa reflexiva, y el conocimiento de un hecho con el suspenso de lo por venir;  en el desenlace, los personajes quedan perfectamente delineados por sus conductas y elecciones como por el discurso que cada uno de ellos realiza sobre los otros. La pequeña sala Orestes  Caviglia, gracias a la propuesta  escenográfica de Marta Albertinazzi y el propio Augusto  Fernandes, se convierte en el lugar ideal para concentrar en el interior de un chalet de montaña, los lugares citados (la ciudad de  Bariloche,  Buenos  Aires,  Europa). La obra exhibe certezas. Datos incuestionables: un espacio geográfico,  reconocido refugio de simpatizantes del nazismo y luego de criminales de guerra, el poder y el fanatismo; el interior de una casa donde campean las pasiones y el egoísmo como motor de las acciones. Pero también instala interrogantes para serrespondidos por los espectadores en una actividad interpretativa traspasen lo meramente referencial.
En mi lectura encuentro que a partir de lo acaecido en 1938, Fernandez propone al receptor una reflexión sobre el presente. Es un pasado que no sólo nos acompaña sino que nos interpela sobre actitudes fascistas de un sector de la sociedad argentina aún vigentes: intolerancia, violencia, sectarismo, sumisión a líderes salvadores. Fernandes dramaturgo revela, así el dominio de un buen lenguaje dramático condensado en reveladoras palabras (“como instrumento expresivo de las personas implicadas en la acción” diría Alfonso  Sastre); y Fernandez director, se manifiesta como operador de una estructura escénica dotada de plasticidad, capaz de transfigurarse y proponer varias perspectivas de análisis.


[1] Perla  Zayas de Lima, Diccionario de directores y escenógrafos del teatro argentino,  Buenos Aires,  Galerna, 1990, pp.112-114.
[2] Id., p. 114

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