Dirigida por Enrique Dacal y protagonizada por
Silvina Muzzanti y Daniel Alvaredo, la obra de Adriana Tursi se presenta en el
escenario del Teatro Payró. Estos datos, a primera vista, informativos, cobran
relevancia a la hora de reflexionar sobre ellos.
El
espacio escénico del Payró es el propicio para un texto que propone misterio,
intimidad y una puesta que apela a una comunicación directa y cercana con el
público. Las dimensiones materiales del espacio lúdico resultan perfectas para
la concepción dramática de la autora y la propuesta teatral del director. El
diseño del programa de mano en el que las figuras de los protagonistas se funden
con un paisaje renacentista de Leonardo subraya precisamente ese mismo contacto
íntimo que propone la obra.[1]
Los
actores exploran minuciosamente los elementos entre el cuerpo (voz,
gestualidad, proxemia, movimiento) y el lenguaje, y generan un espacio un
espacio subjetivo pero nunca hermético; siempre expresivo y comunicativo. El
dominio de una amplia escala tonal les permite subrayar los distintos tipos de
discurso, tanto el narrativo de los monólogos como el dialogal más emotivo.
Mientras Muzzanti exterioriza con intensidad la posición de quien apuesta a la
desmemoria como “una estrategia de supervivencia”, Alvaredo compone con
sutileza los resortes del “empecinado
recordador” que vive en función de buscar la verdad.[2]
Adriana
Tursi propone un complejo texto en el que las ideas de Leonardo Da Vinci sobre
el agua se relacionan con los diferentes comportamientos de los protagonistas,
y la búsqueda de la verdad por parte del inocente/condenado encuentra su espejo
en la figura de Giordano Bruno. El texto se abre desde lo real a lo metafórico,
al tiempo que opera con los opuestos: la armonía que el agua puede ofrecer y las reglas del
arte frente a los peligrosos torbellinos de sucesos que afectan a los protagonistas. Asimismo
entreteje hábilmente pasado y presente
cuando a partir de una trama que opera de modo similar a las “obras
de misterio”, trasciende a un tema muy
vigente en nuestro país: los resortes que mueven la memoria y el olvido.
En
una entrevista Dacal señalaba que la autora le envió el texto para su lectura. Por
qué esta elección por parte de la autora?
Quien
conozca el itinerario de este director reconocerá su capacidad para leer los textos dramáticos e, independientemente del
argumento o del género propuesto, construye un mensaje en el que lo poético se convierte en un factor central para conectar con el potencial
receptor.
Dacal
es además de un hábil “conductor” de actores un verdadero maestro a la hora de
trabajar con el espacio. Como lo ha hecho a lo largo de su carrera ha convocado
escenógrafos y vestuaristas que aporten cohesión y armonía a la puesta. En este caso, Alejandro Mateo
ha utilizado una partición en la
que domina el número cuatro (símbolo de la organización racional): paneles que demarcan los espacios
de la casa – sala de estar y escritorio-
sus entradas y salidas,
lugares desde los cuales observar
sin ser visto (el quinto se sitúa en el
foro). Cuatro también son las maquetas realizadas por Norma Rolandi y Roxana
Ciordia, que reproducen algunos de los inventos de Leonardo.
La
utilización de acordes interpretados en órgano de agua por Joaquín Saura aporta
claves propicias para una recepción que, a pesar del misterio que propone el
texto no resulte ambigua. Y precisamente el empleo de ese aparato que funciona
con agua y aire como lenguaje musical protagónico adquiere especial relieve: es
“el más leonardiano, por cuanto tiene de fina sensibilidad musical,
experimentación, acústica, componente mecánico, conocimientos organológicos y
conexión cultural y mítica con la antigüedad griega”.[3]
El
director, además de resolver los problemas que plantea un texto que integra el
género “policial” con el “filosófico” y el ”científico” a la hora de trabajar
con el espacio y los actores, descubre y potencia elementos metafóricos subyacentes
en el texto, del cual, el “hydraulis” es
sólo un ejemplo.
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AÑO
VI, N°267
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