Se acaba de estrenar en El Grito, teatro que integra el circuito alternativo de Buenos Aires, la obra de la dramaturga brasileña Michelle Ferreira HAY ALGUIEN QUE NOS ODIA, bajo la dirección de Patricio Witis y la actuación de Estrela Straus y Marina Artigas.
Enmarcada en la temática de género, la obra, empero, se expande hacia otras áreas. No es una pieza feminista más. La historia de una pareja integrada por dos jóvenes mujeres que deben sufrir la violencia de un entorno que se niega a reconocer y respetar diferentes formas de relaciones amorosas puede leerse también como cuestionamiento de las nociones de civilización y barbarie. De hecho tanto el texto como la puesta insisten en mostrar como contexto la ciudad de San Pablo. Las referencias a través del diálogo pero, sobre todo, de imágenes proyectadas muestran cómo esa violencia producto de la ignorancia y fanatismo es engendrada en un lugar que dentro y fuera del Brasil aparece como ejemplo de centro financiero, centro cultural, y espacio privilegiado de la confluencia de representativos y variados estilos arquitectónicos. Uno de los modernos edificios se convierte en sede de un acoso físico y verbal que hace tambalear las armónicas relaciones de esa pareja. Acierto de la puesta es mostrar a través de signos no verbales cómo un afuera aparentemente civilizado y progresista va deteriorando y condicionando elecciones personales y convierte al texto original en una metáfora teatral del famoso texto de Michel Foucault, publicado en 1975, VIGILAR Y CASTIGAR.
Las distintas secuencias ejemplifican las cuatro partes de este ensayo: suplicio, castigo, disciplina y prisión. El culpable debe gemir y gritar bajo los golpes explica el filósofo francés; en el espectáculo las actrices son las que gimen y gritan frente la restricción de sus voluntades y derechos, amenazas y lesiones. La vigilancia reposa sobre individuos y “su funcionamiento es el de un sistema de arriba abajo pero también hasta cierto punto de abajo arriba y lateralmente”: en la puesta esto queda bien marcado por el peso decisivo que adquieren personajes citados: el sacerdote, el joven atacante y su madre, las autoridades. Todo ellos, en la extra escena adquieren una presencia real al convertir el departamento en una prisión, en una “detención legal; la puerta que conecta con el pasillo fuera de la vista del espectador (inteligente decisión de la escenógrafa Taina Azeredo y del director Patricio Witis), se convierte en el simbólico traspaso del umbral y propone a los personajes su cruce mítico.
El bilingüismo es fundamental, no sólo porque hace a la verosimilitud del relato sino porque ayuda a entender las reacciones dispares de las dos protagonistas, la argentina y la brasileña, frente a la misma situación. Como decía Octavio Paz en 1987 “las lenguas son visiones del mundo, modos de vivir y convivir mismos y con los otros” “hablar una lengua es participar dentro, con o contra, pero siempre en ella”. De allí la importancia que en el espectáculo tiene la nacionalidad de las actrices: cada una revela claramente con la palabra y con el cuerpo (gestualidad y movimientos) la propia manera de comprender el universo, de expresarlo y de materializar la memoria.
La dramaturga desea que su obra “pueda considerarse anticuada” en un futuro en el que la intolerancia no tenga cabida (Programa de mano). Rechaza el castigo como “técnica de coerción” y el ejercicio de una disciplina que fabrica individuos de “cuerpos dóciles”. En este tiempo presente el mensaje, desafortunadamente, sigue siendo pertinente.
www.goenescena.blogspot.com.ar
Año IV, n° 202
pzayaslima@gmail.com
Enmarcada en la temática de género, la obra, empero, se expande hacia otras áreas. No es una pieza feminista más. La historia de una pareja integrada por dos jóvenes mujeres que deben sufrir la violencia de un entorno que se niega a reconocer y respetar diferentes formas de relaciones amorosas puede leerse también como cuestionamiento de las nociones de civilización y barbarie. De hecho tanto el texto como la puesta insisten en mostrar como contexto la ciudad de San Pablo. Las referencias a través del diálogo pero, sobre todo, de imágenes proyectadas muestran cómo esa violencia producto de la ignorancia y fanatismo es engendrada en un lugar que dentro y fuera del Brasil aparece como ejemplo de centro financiero, centro cultural, y espacio privilegiado de la confluencia de representativos y variados estilos arquitectónicos. Uno de los modernos edificios se convierte en sede de un acoso físico y verbal que hace tambalear las armónicas relaciones de esa pareja. Acierto de la puesta es mostrar a través de signos no verbales cómo un afuera aparentemente civilizado y progresista va deteriorando y condicionando elecciones personales y convierte al texto original en una metáfora teatral del famoso texto de Michel Foucault, publicado en 1975, VIGILAR Y CASTIGAR.
Las distintas secuencias ejemplifican las cuatro partes de este ensayo: suplicio, castigo, disciplina y prisión. El culpable debe gemir y gritar bajo los golpes explica el filósofo francés; en el espectáculo las actrices son las que gimen y gritan frente la restricción de sus voluntades y derechos, amenazas y lesiones. La vigilancia reposa sobre individuos y “su funcionamiento es el de un sistema de arriba abajo pero también hasta cierto punto de abajo arriba y lateralmente”: en la puesta esto queda bien marcado por el peso decisivo que adquieren personajes citados: el sacerdote, el joven atacante y su madre, las autoridades. Todo ellos, en la extra escena adquieren una presencia real al convertir el departamento en una prisión, en una “detención legal; la puerta que conecta con el pasillo fuera de la vista del espectador (inteligente decisión de la escenógrafa Taina Azeredo y del director Patricio Witis), se convierte en el simbólico traspaso del umbral y propone a los personajes su cruce mítico.
El bilingüismo es fundamental, no sólo porque hace a la verosimilitud del relato sino porque ayuda a entender las reacciones dispares de las dos protagonistas, la argentina y la brasileña, frente a la misma situación. Como decía Octavio Paz en 1987 “las lenguas son visiones del mundo, modos de vivir y convivir mismos y con los otros” “hablar una lengua es participar dentro, con o contra, pero siempre en ella”. De allí la importancia que en el espectáculo tiene la nacionalidad de las actrices: cada una revela claramente con la palabra y con el cuerpo (gestualidad y movimientos) la propia manera de comprender el universo, de expresarlo y de materializar la memoria.
La dramaturga desea que su obra “pueda considerarse anticuada” en un futuro en el que la intolerancia no tenga cabida (Programa de mano). Rechaza el castigo como “técnica de coerción” y el ejercicio de una disciplina que fabrica individuos de “cuerpos dóciles”. En este tiempo presente el mensaje, desafortunadamente, sigue siendo pertinente.
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