El dramaturgo Enrique Papatino, así presenta su nueva obra, El viento escribe:
“El arte de la simulación puede consistir en crear un vacío par luego llenarlo. Pero tarde o temprano el simulador termina siendo quien vacía a los demás para completarse a sí mismo. Si, como en el caso mencionado, el simulador fuera un paria, su figura sería restringida a la de mero estafador. Si fuera un poderoso, quizá pudiera ser gobernante. En cambio el engañado sería siempre un idiota. No hay salvación para los ilusos. Queda por preguntarse qué tan idiotas pudimos ser frente a la historia contada en muchos ámbitos escolares y académicos, políticos y periodísticos, cuya voluntad interpretativa es más vigorosa y efectiva que cualquier simulación”.
Para el director Enrique Dacal la obra “indaga en el tema de la búsqueda de la verdad…, o la construcción de la misma” y aparece habitada por personajes “que esgrimen la acerada espada de la verdad o la oxidada hojalata del artificio. Entre ambos, una víctima”.
Ambas declaraciones introducen de manera apropiada un valioso texto que indaga sin concesiones en temas filosóficos, estéticos y morales de absoluta vigencia. A lo largo de las dieciséis secuencias, los diálogos entre el Heraldo y el profesor, el profesor y el director, el director y el heraldo y el director y el perito generan un contrapunto rítmico y de confrontación de ideas sobre las mentiras de la historia, la manipulación de los poderosos, la autenticidad de la fama atribuida por la posteridad, las ciencias y la filosofía, la ficción y la historia, la ciencia y el amor como pasiones excluyentes…
El dramaturgo logra una perfecta imbricación de esta variedad de temas y descubre sus recíprocas implicancias soslayando así toda posible dispersión. Conocedor de universo científico y literario de Inglaterra y de Francia, selecciona las figuras de Newton y de Pascal para reflexionar los temas antes mencionados y generar preguntas inquietantes a los receptores actuales sobre quiénes deben atribuirse la paternidad de los descubrimientos sobre las diferencias (o no) entre lo verdadero y lo falso, y sobre la confusión entre lo verdadero y lo verosímil.
Son especialmente estimulantes las secuencias catorce y dieciséis en las que, respectivamente se ofrece una peculiar mirada sobre la mímesis (el verdadero imitador no copiaría la experiencia humana, sino que la estaría creando) que puede, sin duda ser aplicada al trabajo del actor, y a través del camino de la autorreferencialidad se describe y define el proceso de escritura.
Su texto teatral se ilumina a partir de la lectura de su ensayo Elogio de la incertidumbre en el que se interroga acerca de las motivaciones que llevan a un espectador a asistir al teatro, indaga en el pensamiento de Heisenberg, Ise, Eco, Pareyson, y Austen y Searle, reflexiona el sentido de la obra como autobiografía (la vida del autor es “quien da cuerpo, forma y contenido a la obra”), justifica la elección de las palabras no por su semántica sino por el efecto que puedan provocar en el otro, y desmonta la relación entre la verdad y ocultamiento. De allí el valor de la cita de Dacal incluida al comienzo; de allí la importancia de Dacal como director de la obra, campo en el que se revelado siempre como sagaz selector de textos que trascienden lo local y lo circunstancial, aunque sí lo implican, y eficaz organizador de elencos y equipos técnicos. Su íntimo conocimiento de los textos ficcionales y teóricos de Papatino, la coincidencia en la importancia dada por ambos a la generación de imágenes que activen la percepción de los espectadores aseguran la presentación de un espectáculo que completará y potenciará la riqueza de los diálogos.
En El viento escribe lo universal involucra a lo regional, lo europeo a lo americano, el pasado al presente. A partir del desenlace de la obra queda latente un desafío para el lector y el espectador: quién en la Argentina o en Latinoamérica son Newton y Pascal, o más aún quiénes cumplen el rol del profesor, del director, del heraldo o del perito, quiénes apuestan por el cambio o mantener el status quo, quienes son capaces de buscar la verdad a pesar de las consecuencias.
Año III, n° 141
Muchísimas gracias, Perla, por la luz que arroja esta profunda lectura. Un saludo afectuoso. Enrique Papatino
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