lunes, 16 de abril de 2018

COCIUFFO RECREA A DUNCAN EN CANTO A ISADORA.



En marzo de este año Natalia Cociuffo encarna a Isadora Duncan en un espectáculo que engarza ficción e historia, diálogos imaginarios pero reveladores, reflexiones sobre las artes y el artista, y situaciones que involucran al cuerpo en su totalidad.

 El texto de María de las Mercedes Hernando ofrece más allá de un relato sobre momentos de la etapa final de la carrera de Isadora, puntas que conducen al espectador a repensar varias ideas: la especificidad de las artes, los efectos catárticos del teatro en los creadores y en los receptores, la danza y la música, la vulnerabilidad del artista, la integración palabra-voz-cuerpo, el universo femenino, lo efímero y lo permanente. La autora otorga un lugar central a la figura de Walt Whitman y propone un diálogo imaginario, especialmente importante porque revela simultáneamente, los sentimientos, los anhelos y la estética de la bailarina. Isadora deseaba corporizar las palabras de, porque desde lo verbal representaban lo que ella expresaba a través de la danza: la pasión, el dolor, la resistencia y superación de las adversidades. Verso libre, obra controvertida, críticas por la sensualidad expuesta en Whitman (en Leaves of grass -1855-, él se definía como un cosmos, desordenado, carnal y sensual), hallaban su paralelismo en la libertad frente a las normas clásicas, espectáculos que generaban polémica, escándalo por el sensualismo que emanaban.

 La directora Valeria Ambrosio organiza las secuencias que evocan distintos momentos y niveles de realidad (lo vivido, lo soñado, lo imaginado) desde un cuidado manejo de la iluminación (responsabilidad que comparte con Leonardo Gaetani) que facilita la comprensión de la historia presentada, y de los recorridos en un espacio delimitado tanto por la escenografía de René Diviú (asimismo creador del vestuario) como por la coreografía de Elizabeth De Chapeurouge. Las transparencias elegidas por Diviú son especialmente acertadas, porque funcionalmente permiten la co-presencia de lo vivido y lo evocado, y plásticamente sugieren esa bruma invisible, pero al mismo tiempo, densa y envolvente que invadía y oprimía el alma de Isadora.

 También resulta fundamental la presencia en escena del pianista Pablo Bronzini, no sólo por su música, sino por la especial interacción que se desarrolla a lo largo del espectáculo entre el piano como instrumento y la actriz: la música es aliciente, ritmo que dirige (o acompaña) soporte y refugio.

 Cociuffo se desplaza como si la hiciera bailar alguna música sólo audible para ella, armada por un notable dominio del los ritmos internos. A través de su cuerpo y lo vocal (voz hablada y voz cantada) va construyendo la identidad de la artista evocada, al tiempo que impone la suya propia. Soslaya la literalidad de la historia y, desde la propuesta coreográfica, la tentación de “imitar” la danza de Isadora, pero la cita de manera contundente y precisa a partir de un trabajo de exploración de ciertas pautas emocionales y rítmicas que marcaron el trabajo de la Duncan. Al contemplar la performance de Cociuffo inmediatamente evoco aquel fragmento del texto autobiográfico Mi vida (1927) en el que la bailarina norteamericana declaraba: “Nací a la orilla del mar. Mir primera idea del movimiento y de la danza me ha venido seguramente del ritmo de las olas”: no sólo exhibe ese dominio de los ritmos internos antes mencionados, sino que los armoniza con los ritmo de la naturaleza que cita.

 No podemos saber cuánto de la Duncan hay en Cociuffo, sí del talento de esta artista argentina capaz de recrear lo esencial de la mítica bailarina y transmitir paralelamente con su personal estilo la idea del “poder femenino” y de la capacidad del arte para “sublimar dolores”
[1].

 
www.goenescena.blogspot.com.ar

Año III, n° 123

pzayaslima@gmail.com



[1]Declaraciones de la actriz en : “Isadora  Duncan revive en el cuerpo de  Natalia  Cociuffo”,  Entrevista de  Julieta  Rovaletti, La  Nación, sábado  10 de marzo de  2018

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