lunes, 12 de marzo de 2018

EL DIFÍCIL ARTE DE “VERSIONAR” A LOS CLÁSICOS (A propósito de Santiago Doria y su Lope de Vega)

La extensa y continuada labor de Santiago Doria alcanza un hito relevante con el estreno de La discreta enamorada, en una versión que considero modélica. De hecho este autor y director había realizado una intensa labor como adaptador, distinguiéndose –como ya lo señalara - en sus trabajos con clásicos españoles, especialmente Lope de Vega y Calderón. Su puesta en escena de La discreta enamorada en 1987 sobresalía tanto por el acertado manejo de los actores como por el ritmo escénico instrumentado.

Hay suficientes ejemplos que muestran las dificultades que entrañan escenificar una obra fuerza de contexto, afecte éste, tanto a la temporalidad, el espacio geográfico, la cultura o la lengua. El caso específico de los Clásicos del siglo de Oro español fue analizado exhaustivamente en el II Congreso Iberoamericano de Teatro “América y el teatro español del Siglo de Oro”, realizado en Cádiz en 1996. En esa oportunidad me referí a la proyección que dicho teatro había adquirido en los escenarios argentinos en las cuatro últimas décadas del siglo XX y señalé cuatro opciones estéticas e ideológicas:

-versiones libres en las que el texto fuente resulta irreconocible;

-producciones destinadas a alumnos de escuelas secundarias en las que se verificaba una tranducción escénica, una “equivalencia semántica copiada del texto fuente” (especialmente con Fuenteovejuna de Lope);

-ciclos de verano al aire libro, en los que se privilegiaban los aspectos lúdicos, los conflictos sentimentales y el color local a partir de la elección cuidadoso del vestuario y la música, y el despliegue coreográfico;

-obras en las que los directores-adaptadores evitan traducir el texto fuente y optan por una apropiación del mismo, generando un proceso dialéctico de confrontaciones de culturas separadas por categorías espacios temporales y la necesidad de una pertinencia inmediata. 

En la versión de La discreta enamorada ofrecida en 2018, en el Centro Cultural de la Cooperación, Doria vuelve a demostrar cómo se basa en la investigación y estudio del texto y la época, lo que le otorga un conocimiento profundo de la gramática de los textos del Siglo de Oro español. Opta por mantener el verso y no sigue el “camino fácil” de la prosificación, pero también dirige cuidadosamente a los actores para evitar el contrarritmo que distorsionaría el sentido de las frases. La elección del elenco es acertada en todos los aspectos: Irene Almus, Ana Yovino, Mónica D´Agostino, Mariano Mazzei, Pablo Di Felice , Francisco Pesqueira y Gabriel Virtuoso, además de trabajar con una dicción perfecta y sin caer en un falso españolismo, dosifican oficio, técnica y estilo personal, sobre todo al trabajar las distintas gamas del humor. Esto se verifica especialmente en el elenco masculino entre los galanes, el criado y el capital, mientras que en el campo femenino, las actrices que encarnan a Belisa, Fenisa y Gerarda trabajan minuciosamente sobre los modos de seducción.

Con sólo dos bancos y un vestuario creado por Susana Zilbervarg que remite a la época, Doria acierta a “recrear”, interiores y exteriores; y con el desplazamiento rítmico de los actores (agrupamientos y acentos), dirigir progresivamente la acción hacia el desenlace, pautando el inicio, las secuencias y el final del espectáculo con la música original de Gaby Goldman que cita, precisamente a la zarzuela (la iluminación de Leandra Rodríguez, puede entenderse que también ha sido trabajada desde una “partitura”).

A los interrogantes de por qué volvió a escoger a este autor, por qué eligió esta obra, y qué intentaba decir con ella, Doria responde en un breve pero sustancial texto del Programa de Mano.

Lope resultó siempre estimulante e inspirador para españoles y americanos (resulta interesante ver como en el barroco peruano ya se encuentran huellas de Lope de. En cuanto a la obra, la discreta enamorada, estrenada en 1608, “tres siglos después, en 1923, su texto fue utilizado como argumento para la zarzuela Doña Francisquita”. Pero, sin duda, las otras dos razones de su elección son más significativas habida cuenta del contexto actual en nuestra cultura: la primera, si bien es una comedia de enredos, “Lope Vega aborda con inteligencia y simpatía el tema de la psicología femenina y la hipocresía social”, la fuerza de lo femenino contra la fuerza de las convenciones; la segunda, la obra pone de manifiesto cuál es el sentido real de la frase “un teatro auténticamente nacional y popular. Un teatro que supo que supo ser testigo de su tiempo y hacer eco del sentir y el pensar, el saber y el querer del público, que era el pueblo”. 

La puesta en escena otorga una valiosa y actual dimensión al complejo término “nacional”, y al ambiguo, “popular”: la hispanidad incorporada y asimilada por nuestros primeros dramaturgos como parte esencial en la construcción dramatúrgica de nuestros sainetes; la presencia de un público heterogéneo capaz de entender y gozar sin intermediarios y sin glosas la propuesta escénica. Doria se incorpora así, a una lista de directores notables (pienso en Ezequiel Soria, Enrique de Rosas, Jorge Petraglia, Rodolfo Graziano, Herminia Jenzesian, entre otros) que optaron por la elección de un repertorio que permitiera a distintos tipos de público disfrutar y reflexionar y trabajar con actores capaces de generar simultáneamente la emoción estética y el juicio crítico.





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Año III, n° 118
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