domingo, 27 de marzo de 2016

Para futuro olvido, de Alberto Wainer. Una reseña bibliográfica sobre una autobiografía poética.

Este libro del dramaturgo Alberto Wainer presenta una serie de particularidades: lleva por subtítulo “poemas y etcéteras” dando por sentado la dificultad (¿o inutilidad?) de las clasificaciones; está dedicado a un  amplio “nosotros” y al tiempo; y la misma imprecisión baña los datos editoriales: “Buenos Aires, Argentina, Edición limitada. Sólo para que los amigos se hagan una idea. Finales del  2015 (e inicios del  16)”. Obra que de alguna manera puede leerse como un eco transformado y enriquecido de aquella voz paterna que el autor destaca como prefacio a la primera  parte, “Precuela”. Los cuatro poemas que la integran le permiten desandar el camino iniciado, atrapar momentos del pasado en los que se funden realidad y mito, literatura y exilio, afrontar un sobrevuelo que lo enfrenta a “la enormidad de la noche/la enormidad del tiempo”, pero también renovar el desafío que le había propuesto a su hijo, la práctica peligrosa de la entrega.
Los tres poemas que integran “Que tan obstinado amor tiene un sentido” aparecen atravesados por cuatro palabras clave: vida, memoria, pasión y sentido, y pueden ser leídos desde la fenomenología de Husserl, ciencia de esencias que se hace posible por la reducción eidética, cuya tarea es (según la definición de Nicola Abbagnano) “purificar los fenómenos psicológicos de sus características reales o empíricas y de llevarlos hacia el plano de la generalidad esencial”.
 
Lo autobiográfico aflora de manera potente en la  tercera  parte “Y si dejara de ser todo”. El yo y la capacidad de generar una palabra poética epifánica, reveladora, y la fusión  pensamiento-emoción se manifiesta en el poema  “Porque humo es nuestro aliento”, en mi opinión una de las más bellas  manifestación de la poesía contemporánea argentina. Esta parte incluye también un breve escrito en prosa  que significativamente  se titula  “Entropía”: irreversiblidad del tiempo, transformación que conlleva una degradación de la energía, por lo que entre en un rico diálogo con los poemas que lo enmarcan.
“Música vieja” propone variaciones rítmicas, prosa y verso, consonancias y asonancias en composiciones que revelan el arduo ejercicio de la memoria. Y “Al final se acaban las palabras” reúne textos, que sin concesiones  ni lugares comunes, reflexiona  sobre  el conflicto palestino-israelí con referencias esclarecedoras sobre la pieza teatral de Mario  Diament,  Tierra del  Fuego; y se interroga sobre el horror y la violencia de  Auschwitz,  Sabra,  Treblinka,  Chatila, Nahar al  Bared,  Dachau,  Chelmo,  Gaza. Pero también se atreve a proponer en “Y ahora  Hamlet…” una praxis “en la que el odio al mal es tan importante como el amor si queremos que el mundo no se acabe”.
El libro se  cierra con “Siete razones para no releerse, que paradójicamente  funcionan como siete razones para que este libro sea releído. Y con “Pistas y Misterios”, donde el discurso autobiográfico expone su itinerario artístico desde su papel como animador del  grupo poético El pan duro y, buscando que el tiempo se proyecte desde el pasado al presente y desde el presente al pasado, convoca a  “gentes inolvidables”, poetas, ensayistas y dramaturgos con los que el autor de este libro convivió antes de su exilio.
A lo largo de sus diferentes partes Wainer también convoca a personajes (Ulises, Robinson Crusoe, Tarzan), creadores  de personajes  (Flaubert, Elliot, Faulkner), pensadores (Benjamin, Horacio) y un texto religioso canónico como la Biblia, y los integra en un discurso personal  sobre el hombre frente a la nada y el silencio, pero también sobre el valor de la palabra.
Dos datos suministrados por el autor son importantes de incluir.
El primero,  el significado que aquí adquiere “Precuela”:
“La palabra es en realidad un neologismo, viene del inglés, y significaría todo lo contrario de secuela. Es decir: habla de lo que ocurrió antes de la historia principal. La pequeña sección que llamo así en el libro, incluye cuatro poemas que, en realidad, por circunstancias e incluso por estéticas preceden a los del cuerpo central del poemario. Incluso dudé en incluirlos, algunos, por ejemplo el que le dediqué, en 1963, a mi hijo de, por entonces, cuatro años, me resultan como ajenos formalmente e, incluso como perspectiva de vida, pero me sigue resonando entrañable  y, biográficamente, casi imprescindible. Ocurre lo mismo con El lamento de Poll, escrito en 1981 durante el exilio. Algo, sin embargo, me compulsó  a incluirlos. Yo hace muchos años que no publico poesía -hay una antología que en 2006 publicó el gobierno de Buenos Aires en una colección dedicada a los poetas del 60, pero yo no fui el selector de los poemas de dicha antología. Nunca dejé de escribirla, sin embargo, pero pasó a ser como una ocupación privada, urgente pero íntima. Algo, muy misterioso o, por lo menos, momentáneamente inexplicable, me urgió a editar "Para futuro olvido".
El segundo la tapa, que bellamente sintetiza a este escritor como viajero/peregrino, fue consecuencia del trabajo sobre una foto  que abarca  parcialmente la contratapa,  sacada por  el hijo de  Alberto  Wainer en un muelle sumamente largo que se interna en el mar, en el estrecho de Juan de Fuca, en Victoria, B.C. (Vancouver Island), enfrente  del estado de Washington, EE.UU.
Abrenuncio, uno de los personajes  de  Del Amor y otros demonios, de   Gabriel  García Márquez, afirmaba: “Cuanto más transparente es la escritura más se ve la poesía”. En este libro de  “poemas y etcéteras”, varias son las palabras claves, que permanentemente afloran: partidas, llegadas, palabras, humo, memoria.  Precisamente es  la  labor poética de  Alberto  Wainer la que permite que quien lo lee, pueda “hacerse una idea” de los  valores artísticos y personales del autor y cómo su poesía y su prosa cargadas de elementos autobiográficos es la vía para  “autocicratrizar” las heridas dejadas por el exilio.

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