LONTANO BLUE, de Ignacio Gómez Bustamante,
estrenada en marzo 2016 en El Picadero, constituye
una clara muestra de que puede crearse
una obra “perfecta” (perfección entendida como integridad del todo y
concordancia con el fin). Su dramaturgia explora y profundiza el tema del sentido de la vida para el hombre
y el artista en varios frente: la vida
como misterio, la vida como misterio, la vida en su relación con el
arte, la vida construida a partir de la memoria, la vida pensada y sentida, la
vida propia y la del otro, la vida en su durante y su después. Perfección de
los actores que asumen y juegan con la pluralidad de códigos al tiempo que
revelan “la interrelación y la tensión estructuradoras de los diferentes
sistemas de signos”[1]; y
trabajan una gestualidad que remite a la fábula, pero también refiere al mundo
y a la vida, y superan la falsa
antinomia palabra-imagen.
Dos líneas atraviesan claramente
este espectáculo: la reflexión filosófica y la reflexión sobre el arte del
teatro. Es cierto que muchas son las obras contemporáneas que apelan al discurso
autorreferencial, pero en este caso, Valente (formado con Alberto Félix Alberto y Ricardo
Bartis) alcanza a mostrar en
profundidad la teatralidad en su triple
orientación: la palabra, el gesto y el espacio. Un verdadero acierto es la
puesta en escena en la que el dramaturgo comparte la codirección con Néstor Valente posibilitando así la
convivencia de una mirada “interna” y otra “externa”. Y los intersticios del
texto son potenciados por los actores de tal modo que permiten, a su vez, que
el espectador los complete; hecho que resulta posible por la colaboración
que prestaron al autor en su proceso dramatúrgico.
Los actores italianos Manuela de Meo y Pietro
Traldi, ex integrantes de la compañía de
César Brie, ofrecen una verdadera clase
de actuación al transitar fluidamente del humor a la reflexión filosófica (el
chiste y la ironía conviviendo, con el
absurdo, el desafío frente a los miedos
y la capacidad de resistir al dolor y la muerte del otro). Recordemos que para este
director el teatro era un elemento fundamental en la recuperación de la memoria,
y apostaba –como proponía Huidobro-
absorber el mundo a través de la sensibilidad, expresarla a través de una
técnica, y así alcanzar un estilo (no una manera)[2].
Por momentos nos concentramos en los cuerpos de los actores y a través de ellos
“sentimos y vivenciamos nuestros problemas existenciales, la vida y la muerte,
la autonomía y la dependencia; en otros, nos concentramos en un bilingüismo que
nos sumerge en las combinaciones de ritmos y cadencias propios del
italiano y del español, y nos muestra el
idioma como una elaboración sobre la
pertenencia. Lenguas que, como lo entendía Octavio Paz, deben ser entendidas
como visiones del mundo, modos de vivir y convivir con nosotros mismos y con
los otros, como medio de participar de
una cultura. Pero también el autor, nos revela el milagro de la traducción, que
es capaz de hallar equivalencias y valores comunes entre distintas lenguas (y
no traición). Los actores italianos
Dramaturgia, actuación, dirección
de actores, y puesta en escena conforman así, una gran obra capaz de continuar
presente en el pensamiento y la emoción del receptor y los desafía a enfrentar
sus propias incertidumbres.
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