domingo, 27 de marzo de 2016

LONTANO BLU, una efectiva integración de los lenguajes escénicos.

LONTANO BLUE, de Ignacio Gómez Bustamante, estrenada en marzo 2016 en El Picadero, constituye una clara muestra de que  puede crearse una obra “perfecta” (perfección entendida como integridad del todo y concordancia con el fin). Su dramaturgia explora y profundiza  el tema del sentido de la vida para el hombre y el artista en varios frente: la vida  como misterio, la vida como misterio, la vida en su relación con el arte, la vida construida a partir de la memoria, la vida pensada y sentida, la vida propia y la del otro, la vida en su durante y su después. Perfección de los actores que asumen y juegan con la pluralidad de códigos al tiempo que revelan “la interrelación y la tensión estructuradoras de los diferentes sistemas de signos”[1]; y trabajan una gestualidad que remite a la fábula, pero también refiere al mundo y a la vida, y  superan la falsa antinomia palabra-imagen.
Dos líneas atraviesan claramente este espectáculo: la reflexión filosófica y la reflexión sobre el arte del teatro. Es cierto que muchas son las obras contemporáneas que apelan al discurso autorreferencial, pero en este caso, Valente (formado con Alberto  Félix Alberto y  Ricardo  Bartis) alcanza  a mostrar en profundidad  la teatralidad en su triple orientación: la palabra, el gesto y el espacio. Un verdadero acierto es la puesta en escena en la que el dramaturgo comparte la codirección con  Néstor Valente posibilitando así la convivencia de una mirada “interna” y otra “externa”. Y los intersticios del texto son potenciados por los actores de tal modo que permiten, a su vez, que el espectador los complete; hecho que resulta posible por la colaboración que  prestaron  al autor en su proceso dramatúrgico.
Los actores italianos Manuela de Meo y Pietro Traldi, ex integrantes de la  compañía de César  Brie, ofrecen una verdadera clase de actuación al transitar fluidamente del humor a la reflexión filosófica (el chiste y la ironía conviviendo,  con el absurdo,  el desafío frente a los miedos y la capacidad de resistir al dolor y la muerte del otro). Recordemos que para este director el teatro era un elemento fundamental en la recuperación de la memoria, y apostaba –como proponía  Huidobro- absorber el mundo a través de la sensibilidad, expresarla a través de una técnica, y así alcanzar un estilo (no una manera)[2]. Por momentos nos concentramos en los cuerpos de los actores y a través de ellos “sentimos y vivenciamos nuestros problemas existenciales, la vida y la muerte, la autonomía y la dependencia; en otros, nos concentramos en un bilingüismo que nos sumerge en las combinaciones de ritmos y cadencias propios del italiano  y del español, y nos muestra el idioma como una elaboración  sobre la pertenencia. Lenguas que, como lo entendía Octavio Paz, deben ser entendidas como visiones del mundo, modos de vivir y convivir con nosotros mismos y con los otros, como medio  de participar de una cultura. Pero también el autor, nos revela el milagro de la traducción, que es capaz de hallar equivalencias y valores comunes entre distintas lenguas (y no traición). Los actores italianos
Dramaturgia, actuación, dirección de actores, y puesta en escena conforman así, una gran obra capaz de continuar presente en el pensamiento y la emoción del receptor y los desafía a enfrentar sus propias incertidumbres.


[1] Beatriz Trastoy y Perla  Zayas de Lima, Los lenguajes no verbales en el teatro, Universidad Nacional de Buenos Aires, 1997, p. 31.
[2] “De  César  Brie (Bolivia) para  Georgina  Vázquez: La tierra de cenizas y diamantes”, en  Foro  Celcit, 544, Mensajes del  8 de febrero de 2006

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