Reestrenado en el Teatro Picadero en plena temporada veraniega, CANÍBAL surge dentro del panorama escénico de Buenos Aires como una comedia musical atípica y deslumbrante. Su autor, Sebastían Suñe, partió de una idea de Sebastián Holz, uno de sus protagonistas para generar un texto que ofrece una serie de elementos (el humor, la música, los roles de los tres personajes) que se articulan perfectamente en la puesta de Corina Fiorillo. La directora descubre en un género altamente codificado aquellas fisuras que le permiten grabar su peculiar impronta.
El carácter polifacético de la comedia que puede asumir diversos matices (no parece tan desacertada aquella calificación cromática: comedia blanca, comedia rosa, comedia negra, comedia brillante) aparece subrayado por la posición de la directora al dinamizar todos los recursos que los tres integrantes del elenco -Sebastián Holz, Dolores Ocampo y Belén Pasqualini- aportan como peformers.
La organización espacial (escenógrafo Gonzalo Córdoba Estévez y la partitura lumínica (iluminador Ricardo Sica) contribuyen a poner en evidencia las variables en la intensidad del contacto físico que derivan no sólo del rechazo, la indiferencia y el recelo sino del propio amor. La música elegida, especialmente la melodía y las letras de los boleros, opera por contraste al mostrar la violencia física que parte tanto de una interpretación hiper literal de estas últimas como del alcance de las pasiones. Por una parte, las canciones cumplen una “función lírica”, sus letras forman parte del guión; pero más allá de su selección, lo más significativo es el montaje, en qué escenas fueron incorporadas y como su melodía se acopla de modo ajustado (o desajustado) con las acciones físicas que las acompañan. Las conocidas letras de las canciones se integran con el texto de Suñe que combina agudas observaciones sociológicas y políticas con consideraciones filosóficas y frases de la vida cotidiana. Pero, precisamente, el discurso hablado proyecta lo cotidiano hacia un plano diferente y lo ilumina de modo que plantea al respecto la necesidad de entenderlo desde una nueva perspectiva. Y los cuadros, en principio aparentemente independientes, se conectan entre sí al final, universalizando el tema.
La esencia del diálogo entre los actores y los tres músicos (Carlos Britez, piano y dirección musical; Mario del Risco, trompeta, violín y flauta; y Clement Silly, violoncello) se revela en el minucioso trabajo con lao cadencia de las frases por parte de los primeros y los efectos sonoros que generan los segundos.
La actuación de los tres performers/personajes ensambla perfectamente el canto, el baile y la representación resultado de la sólida formación de cada uno de ellos. Sebastían Holz cantante, bailarín y actor (discípulo entre otros de la talentosa actriz Mónica Cabrera), Dolores Ocampo, esa “actriz que hace todo bien” (calificada así por Laura Ventura en el 2015, discípula de Alejandra Boero, Agustín Alezzo y Juan Carlos Gené) y Belén Pasqualini (discípula de Ricardo Bartis, Cristina Banegas y Raquel Sokolowicz), demuestran de qué manera es posible integrar de modo homogéneo lo mejor de lo recibido de sus maestros, y potenciar su propia energía, oficio y creatividad al servicio de un activo desempeño en la escenificación (Al no haber asistido a los ensayos esta última opinión debe ser entendida como una hipótesis totalmente personal).
Fiorillo concreta esa metáfora sobre el lado oscuro de una sociedad que devora y es devorada –según las palabras del citado Holtz por el capitalismo, el ego y las redes sociales y construye una comedia musical que simultáneamente propone al receptor regocijo y reflexión y sobre todo otorga el placer de la obra bien hecha.
Ph. Nacho Lunadei
Ph. Silvina Galdi
www.goenescena.blogspot.com.ar
Año IV, n° 207.
pzayaslima@gmail.com.
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